Viernes, 24 de febrero de 2006 | Hoy
LA MUESTRA “LA NORMALIDAD”
“La gran función del arte es generar espacios de reflexión”, dice Gabriela Massuh, directora del ciclo en el Palais de Glace, un retrato de la crisis recurrente en la Argentina.
Por Silvina Friera
Podría ser una de esas esculturas abstractas, tributo al progreso o a la modernidad, que se ven delante de bancos o edificios públicos. Ese objeto, hecho de huesos, es un esqueleto conservado, y su autor, León Ferrari, sostiene que se trata del escándalo de la pobreza que, en la normalidad, ya no produce escándalo. La normalidad, muestra organizada por el Instituto Goethe en el Palais de Glace, cuestiona ese discurso de aceptación del empobrecimiento de los argentinos, aunque la precarización laboral y la exclusión social sean, a esta altura de los acontecimientos, leyes consuetudinarias del mundo globalizado. Inspiradas en la crisis de 2001, las fotografías, esculturas, mapas, instalaciones, los cuadros, objetos varios y videos de más de cincuenta artistas de distintos países –Brasil, Chile, Alemania, Francia, Holanda, Rusia, Austria, además de la Argentina– operan como disparadores de un debate añejo, los vínculos entre la práctica artística y la acción política –cosecha de los ’70–, que estas obras del siglo XXI se proponen recuperar y renovar a través de la reflexión. “El discurso oficial plantea que todo ha vuelto a su cauce, que estamos bien y que hemos superado la crisis. Hay una euforia promovida, de la que participan también los medios de comunicación y la opinión pública, que instala una actitud exultante. Y sin embargo, dentro de esa supuesta normalidad, hay todo un conjunto de tensiones que son remanentes de la crisis, y siguen estando. Pero la crisis se la ha hecho desaparecer, simbólicamente, como se hizo desaparecer a los desaparecidos”, dice Gabriela Massuh, directora general de la muestra, en la entrevista con Página/12.
Massuh, también directora de Programación Cultural del Goethe, admite la ironía implícita del título de la exposición, que se puede ver hasta el 19 de marzo en el Palais de Glace, con actividades paralelas en el hotel Bauen, la imprenta recuperada Chilavert, la sede de la agrupación H.I.J.O.S y FM La Tribu. “Esta es la nueva normalidad: los pobres que generan un punto de inflación y la gente que no tendrá acceso a la educación”, advierte la directora. La muestra es la tercera etapa de un proyecto, Ex Argentina, que empezó hace cuatro años, como consecuencia de la crisis de 2001. Con el artista alemán Andreas Siekmann (ver aparte), Massuh empezó a delinear una propuesta que alentara la reflexión sobre la crisis y las consecuencias de la globalización entre artistas plásticos argentinos y europeos. Junto con su mujer, Alice Creisher, Siekmann llegó a la Argentina en 2002 y se quedó ocho meses investigando, hasta que el artista encontró la forma de Pasos para huir del trabajo al hacer, muestra que se realizó en el museo Ludwing de Colonia (Alemania), entre marzo y mayo de 2004.
En una de las obras hay una serie de remeras con distintas inscripciones: “Es la normalidad que los deseos de algunos sean más normales que los de otros”. Massuh señala que los desocupados alemanes esperan todo del Estado. “En la Argentina hay una reacción post-Estado, una tradición de lucha y una capacidad de organización que no hay en Alemania. Las organizaciones sociales argentinas tienen creatividad, y sorprenden, porque están fuera de todos los ejes de representación, especialmente del Estado y de los sindicatos.” En el caso de los desocupados argentinos, compara Massuh, no existe esa frustración que tiene el alemán, que se queda viendo televisión y tomando cerveza. “El desocupado alemán puede llegar a ser un potencial suicida, porque el trabajo es inherente a la identidad protestante, y si no tenés trabajo, no sos nadie. Pero en la Argentina, uno de nuestros héroes es Isidoro Cañones, que viene del hidalgo español, cuyo arte era no trabajar.”
–¿La crisis de 2001 modificó la relación entre la práctica artística y la política?
–No. En ese momento hubo mayor participación de artistas, pero faltó una reflexión profunda acerca de cómo podría llegar a ser un arte político. Aquí es mucho más duro el conflicto entre artistas y activistas, porque los activistas tienen un gran problema con las instituciones; tienen miedo de caer en los condicionamientos y las exigencias estetizantes de las instituciones.
No es casual que una de las referencias insoslayable de La normalidad sea la experiencia de Tucumán arde. “La gran división entre los ’70 y el presente fue la violencia política, y creo que esa palabra desapareció”, sostiene Massuh. “Así como después de Piazzolla no podés desmenuzar más el tango, después de Tucumán arde, si querés mantenerte en el seno de lo artístico, tenés que rebobinar, no se puede ir más allá.”
–¿Por qué?
–Fue el corte, después no hubo más arte comprometido político, sólo quedaron islas como León Ferrari. Me gustaría que esta muestra fuera una forma de deshilvanar Tucumán arde, de tomarlo como ejemplo, por el nivel de investigación. Una gran diferencia entre aquella época y ésta es que, hasta Tucumán arde, todos los artistas tenían discurso; ahora se callan para que hablen los funcionarios y los investigadores.
–¿Hacia dónde cree que se orientarán los debates sobre arte y política?
–Es imposible que la obra de arte pueda influir sobre la realidad. La gran función del arte es desacelerar, generar espacios de reflexión, de silencio y de sosiego, que permitan alguna vez pensar en una posibilidad diferente a este “no futuro” de exclusión que nos ofrecen nuestros gobiernos, ya sean de izquierda o de derecha. Lo máximo que puede lograr el arte es generar otra vez un espacio de contención en este tiempo muy vertiginoso. No creo que se pueda modificar la realidad a partir de una obra de arte. Zygmunt Bauman dice que hace 60 años que una obra de arte ya no puede modificar nada, y es cierto. Sólo pienso que puede conmover por ciertas construcciones, y a veces hay un saber que conmueve, más allá de que sea una estética.
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