HOMENAJES EN EL BICENTENARIO DE SU MUERTE
Friedrich Schiller, el arte como una forma de libertad
Un ciclo del Instituto Goethe analiza a fondo al escritor alemán, contemporáneo de Goethe, Kant, Hegel y Beethoven.
Por Silvina Friera
La gloria y los laureles que supo conseguir ahora operan en un sentido inversamente proporcional a la popularidad que conquistó a fines del siglo XVIII. Limitado por la cómoda etiqueta de “poeta de la libertad y de los ideales nobles y abstractos”, toda la complejidad que despliega su obra y su figura queda reducida a una estampita coleccionable para conciencias políticamente correctas. Pero Friedrich Schiller, en el bicentenario de su muerte, se revela como un elusivo genio de una desconcertante modernidad. “¡Qué vida!”, exclamó Thomas Mann, refiriéndose al autor de Guillermo Tell, y esa exclamación aludía a la intensidad con la que vivió apenas 45 años –nació en 1759 y murió en 1805–, tiempo suficiente para iluminar las contradicciones que anidan en los seres humanos, en lo individual y lo colectivo. “Nos queda su noción de libertad considerada como un principio de humanidad, sobre todo en tiempos como el nuestro en el que la libertad perdió terreno frente a la globalización, al imperio del pensamiento único o a la dictadura del liberalismo”, dice Juan Rearte, docente de la Cátedra de Literatura alemana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, uno de los organizadores del homenaje al escritor alemán que se lleva a cabo en el Instituto Goethe (Corrientes 319), con entrada libre.
Las jornadas, que concluirán mañana, incluyen ponencias de varios especialistas en la obra de Schiller, como los argentinos Alfredo Bauer, Marcelo Burello y Miguel Vedda (UBA), Oscar Caeiro (Universidad de Córdoba), Lila Esteves y Martín Zuviría (Universidad de Cuyo), y los alemanes Georg Bollenbeck, Dietrich Borchmeyer y Hans Knoll; además se presentarán escenas de Los bandidos, su primera pieza teatral, dirigida por José Fraguas, y María Estuardo, con dirección de Francisco Javier, y habrá un recital de canciones de Franz Schubert sobre textos de Schiller, entre otras actividades. Historiador, filósofo del arte, dramaturgo, poeta lírico y narrativo, la figura de Schiller, dice Rearte, está relegada en comparación con la de Goethe, con quien el autor de Guillermo Tell, después de una relación distante, comenzó a estrechar vínculos en 1794. La colaboración entre dos grandes clásicos de la literatura alemana se plasmó en la revista literaria Die Horen, fundada por Schiller, y en la publicación conjunta de los epigramas de las Xenias (1797). Es una ironía del destino el “trueque” de popularidad, a través del tiempo, que padeció esta dupla. Quizá Schiller acertó, sin quererlo, cuando pronosticó: “Cerca de Goethe yo soy y seré un zoquete poético”.
“Es un autor que por morir joven no entra en contacto con lo más decisivo de la escuela romántica –explica Rearte–, y da la impresión de que queda mucho por hacer en su obra y eso se nota en su prosa, de la que apenas tenemos esbozos, pero está claro que la trayectoria estética de Schiller avanzaba hacia el realismo, se puede visualizar en su última etapa.” Ese momento de madurez se tradujo en la monumental trilogía Wallenstein, María Estuardo, La doncella de Orleans, La novia de Messina, Guillermo Tell y Demetrio, drama que quedó inconcluso. No son pocos los que piensan que la historia empezó, con Schiller, a ser universal en la medida en que él introdujo las ideas del bien y del mal, del destino y el libre albedrío, del poder material y el espiritual, de la voluntad y la necesidad, lo bello y lo sublime. La sublevación de los Países Bajos y la Guerra de los Treinta Años le sirvieron al Schiller dramaturgo: su enfoque de la sublevación de los Países Bajos contra el gobierno español le proporcionó soportes históricos, filosóficos y humanos para la creación de la forma definitiva de su drama Don Carlos, en tanto que en su estudio e interpretación de los acontecimientos de la Guerra de los Treinta Años se encuentra el germen de su más imponente obra dramática: Wallenstein.
Lector de la Crítica del juicio de Kant, de influencia decisiva en su orientación filosófica y estética, Schiller sigue al pie de la letra el credo kantiano de que solamente existe auténtica libertad en el arte. “Suobra puede pensarse como una bisagra, como un cambio de época”, propone Rearte. “Cómo superar a Kant, no siendo antikantiano sino explorando los límites desde la regla latina de sapere aude, anímense a saber, porque la ilustración es un proyecto.” El escritor alemán agregó la exigencia de que el arte debe instruir, debe transmitir obligación moral. Contemporáneo de Goethe y de Kant, de Hegel y de Beethoven (la Novena Sinfonía está inspirada en Himno a la alegría, de Schiller), de los románticos y de Napoleón, defendió con entusiasmo los ideales de la Revolución Francesa, aunque se desilusionó con el terror jacobino. Pero no cayó en la tentación de la reacción, como hicieron los románticos, sino que continuó la línea iluminista-liberal-progresista de su juventud, que arrancó con Los bandidos, obra teatral considerada proclama del anarquismo revolucionario.
“Schiller entendía la poesía en términos filosóficos y compartía con Goethe que había una poesía originaria, la balada de la poesía popular, pero pensaba esa forma originaria en un sentido trascendental, idealista. Entonces se convirtió en el blanco de la sátira romántica, y es curioso porque es un escritor que compartió el ámbito de producción del Sturm und Drang (“Tormenta e ímpetu”), con sus primeros dramas, Los bandidos, La conjuración de Fiesco en Génova, Intriga y amor, y aunque abandonó la estética prerromántica a partir de Don Carlos, no llegó a atacarla”, subraya Rearte. El docente de Literatura alemana añade que Schiller no hizo del teatro un problema teórico sino que intuyó el malestar engendrado por la propia civilización que limita y desgarra al individuo. “Hay que aceptar el riesgo de leer políticamente a Schiller porque se trata de ponerlo a resguardo cuando se dice que es un clásico, que es un filósofo que está inspirado en ideas nobles de la Revolución Francesa. Hay que pensar a Schiller como un autor que está poniendo en escena los conflictos del autoritarismo de su tiempo”, plantea Rearte.