OPINIóN
› Por Karina Micheletto
Todo concluye al fin, y por estos días suenan los acordes finales del festival que la ciudad dedica a lo que se supone es su sello máximo de identidad, su “marca”, según la idea de gestión con la que se promociona “en las latitudes más extremas”. Tango, yes. Como primera medida para apuntalar la marca cultural de la ciudad, la administración de Mauricio Macri ha propuesto para el 2x4 un 2x1: Lo que antes eran dos festivales dedicados a ámbitos bien diferenciados –el de la danza, con sus fanáticos cultores milongueros, y el de la música, donde cada vez forman más orquestas y solistas– se ha transformado en uno solo en estos últimos tres años: primero, presentándolos como “consecutivos”; el año pasado ya reunidos como Festival y Mundial de Baile, y en esta edición, en la síntesis del tiro del final, como Festival y Mundial.
El circuito a todas luces se ha achicado. Y si ya parece mucho pedir que el Festival de Tango llegue a los barrios a través de sus centros culturales, como ocurría en viejas ediciones, queda al menos preguntar por qué la ciudad no aprovecha su estructura de teatros oficiales para extender un encuentro como éste. Del San Martín al Regio, pasando por el recientemente reinaugurado Anfiteatro del Parque Centenario, o el Teatro Colón, donde alguna vez sonaron grandes conciertos en el marco de este Festival, han sido sedes posibles desaprovechadas. En cambio, se ha dispuesto un Punto de Encuentro en un salón alquilado en el microcentro, con capacidad para unas 250 personas sentadas, sin acústica ni escenario acordes. Al que se suman conciertos en el Centro Cultural Recoleta, el 25 de Mayo y el Teatro de la Ribera, en La Boca, que por el escaso movimiento de la zona lucieron con poco público los días de semana. Y los habituales conciertos de la Orquesta de Tango de la Ciudad, los jueves al mediodía en el Alvear. Los milongueros, que tuvieron que apretujarse para las rondas clasificatorias del Mundial en La Trastienda, tendrán, eso sí, las grandes finales en el Luna Park.
El Festival de Tango apunta al motor principal de esa pasión que ataca a tantos y que ha llegado a ser declarada Patrimonio Intangible de la Humanidad. Eso que Macri, haciendo gala de su verba proverbial, ha calificado como “la soja de la ciudad”. Tango, yes. Siguiendo el razonamiento del jefe de Gobierno –o de los publicistas que tuvieron tan alta idea, o de los periodistas que por algún motivo tuvieron que salir a fogonerala en otros medios que no es éste– al Festival hay que promoverlo porque trae extranjeros, que a su vez traen plata: no porque le interese a algún vecino de la ciudad, qué más da. Aun con su notoria reducción presupuestaria, el Festival de este año ha logrado buenos momentos con sus producciones propias, que también cada año son menos. Pero atenti, porque la metáfora sojera revela su sostén ideológico: este yuyo que es el tango no necesita gran inversión para dar ganancias.
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