› Por Eduardo Fabregat
Fueron 44 personalidades y podrían haber sido más, pero las cinco columnas de cuarenta centímetros son materia impenetrable, imposible de expandir. En el inevitable declaracionismo que disparó la muerte de Néstor Kirchner es fácil detectar gestos de hipocresía, frases de ocasión, la veleta que la semana anterior le dibujaba un bigote nazi y de pronto apuntó al gesto compungido y el párrafo salpicado de términos como estadista, animal político, luchador, hombre de convicciones firmes. También el contrabando de advertencias, el deseo personal disfrazado de análisis del momento. Nada de eso se advirtió en las palabras que le dedicó el mundo de la cultura, encarnado en nombres pesados, en personalidades a las que no les cabe el oportunismo. Pudo verse en la histórica edición de Página/12 del jueves 28, puede palparse en lo que se escucha de boca de ilustres y de desconocidos dedicados a alguna forma de creación: la partida de Kirchner duele. Y después, el rebote: ni la muerte va a robar la esperanza de seguir este camino.
¿Por qué el dolor de la gente de la cultura? Nadie podrá acusarlos de expresarse por el chori, y entre los 44 –y entre muchos otros que no estuvieron en esas páginas, pero se expresaron en otros lados– pueden verse nombres que muy lejos están de necesitar alguna prebenda oficial a cambio. Si artistas y pensadores no dudaron en expresar su pena (sin fanatismos, con todos los matices de cada caso) no es exclusivamente por las acciones de Néstor en pos de una mejor educación y cultura, que las tuvo, sino por todo lo demás también. La agenda del pingüino loco que agarró un país en llamas y lo dejó encarrilado exhibió una inédita sintonía con cuestiones que tocan las fibras sensibles de los creadores. Para el campo artístico está claro que el proyecto de Néstor puso atención a necesidades conocidas, deseadas, anheladas. Salvo contadas excepciones, el músico, el escritor, el pintor, el actor, el dramaturgo, el cineasta, quiere un ser humano al que le cruje el ansia de conocimiento e ilustración en vez del estómago. Néstor laburó entre otras cosas para eso. En su proyecto político, que continúa, se busca un pueblo más entero, más sensible y más digno. Eso alcanza para explicar el elogio de toda esa gente, y su convicción de que hay que plantarse para no retroceder un solo paso.
Por allí hay que buscar, también, otra parte de explicación al enorme protagonismo de la pendejada en estos días de tristeza. En la recuperación de la militancia, en el nuevo sentido para la palabra “política” en contraste con el vaciamiento de los ‘90 y la decepción de comienzos de siglo, también hay una carta fuerte de la cultura. Estos pibes no crecieron en la era de la pizza con champán sino en su consecuencia. Ni siquiera llegaron a ilusionarse con la fugaz Alianza, rápidamente se encontraron en tierra arrasada. Y de pronto vino un tipo que no hablaba de ajuste y equilibrio fiscal, no seguía rifando hasta a los bisnietos para pagarle al Gran Banco, hablaba de la dignidad del trabajo y la educación, bajaba cuadros de genocidas y recuperaba un espacio del terror para convertirlo en espacio de memoria. Un tipo que proponía construir otra cultura. Otra vez, todo opera por decantación: que el mundo artístico/cultural se exprese a favor de las ideas de Néstor y Cristina es pura lógica. Que los jóvenes tomen la calle para despedirlo también. El pingüino los invitó a hacer más que gritar consignas en un recital. Sólo eso se necesitaba: si se le da opción, casi nadie elige vivir anestesiado. Néstor Kirchner no fue ningún iluminado. Sólo supo leer tanto hastío y tanto reclamo histórico, tanta bronca y tanta desesperanza, y tuvo el coraje de hacer algo distinto. Bastó eso para encender un fuego que los pibes no sabían que existía. Y ahora no quieren, no van a dejar que se apague. Por eso el espíritu inolvidable de esa Plaza a la que uno volvió una y otra vez entre el miércoles y el viernes, por eso ese desfile de todas las edades, pero sobre todo de caras frescas, tersas, que hacían 25 cuadras de cola para pasar dos minutos frente al féretro, saludar al que se fue pero también, como complemento ineludible, tener dos segundos frente a la mujer de gafas negras para decirle cara a cara que cuente con ellos, que está bien lejos de quedarse sola. Que además de aprender Historia ahora la viven en su carne.
Hace nueve años, todos, jóvenes, medianos y viejos, hacíamos cola para putear con odio y corríamos entre gases. Hoy el odio lo tienen otros.
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Y acá es donde el lector deberá disculpar que se abandonen ciertas formalidades del oficio periodístico. Algo de eso señaló Mario Wainfeld en la formidable apertura de ese Página del jueves, esa satisfacción de escribir en un medio que levanta banderas con las que uno coincide, y vivir un momento histórico en el que la Rosada hace cosas para honrarlas. Esta semana habilita a las licencias, a satisfacer la necesidad de hablar desde el yo, desde un yo lastimado, sorprendido por un hecho que trasciende lo profesional, el de llorar por primera vez en la vida por la muerte de un político.
Entonces: permitime compartir con vos las memorias de un país en el que crecí. Un país deforme y garroteado, en blanco y negro y rojo sangre. Un país de cosas inexplicables e inexplicadas: una noche de 1978, mi madre me encontró cerca de una ventana con una linterna y me armó un escándalo inolvidable, me recalcó una y otra vez que nunca, pero nunca, hiciera “señales” en una ventana. El terror que embargaba a todos le impidió siquiera poder explicar por qué: sólo años después pude entender ese reto, cuando supe que en esas noches había bandas de chacales husmeando las calles, chupando gente para torturarla y asesinarla, secuestrándonos el futuro. Recién entonces tomé conciencia de que ese era el país en el que vivía, pero no el país en el que quería vivir.
Quiero recordar que llegué a Tacuarentown cascoteado por gobiernos debiluchos o corruptos, entregadores o inútiles, ladrones o desmemoriados. Que voté con asco y me desencanté de todo, me terminé convenciendo de que la política no servía para nadie más que para los políticos, me quise ir pero me fui quedando, dejé que la esperanza se me apagara un poquito cada día. Quiero recordar que fui a una Plaza de Mayo repleta convencido de que ahí había un sentido, y me desearon Felices Pascuas y me fui puteando. Que viví días en los que un kilo de pan tenía un precio a la mañana y otro a la tarde y otro a la noche. Que vi a mi padre y a mi madre derrotados por una banda de ladrones que duró diez años, que nos saquearon, nos vendieron baratijas, que hicieron de la política un arte mafioso. Que vi a un pusilánime entregar lo poco que quedaba, dejar que todo se prendiera fuego y huir en helicóptero, dejando un reguero de muertos y un país, el mismo país, sepultado bajo el fango de la miseria y el descreimiento. Que vi a cinco muñecos jugando el juego del sillón presidencial, a un advenedizo consiguiendo lo que nunca pudo conseguir con votos y huyendo él también con más muertos en la mochila.
Disculpame si uso este espacio para contar cosas que son recuento propio, rasguños privados en el alma, pero es que me parece que no estoy solo. No estuve solo esta semana cuando todo fue al revés, cuando llegué a la Plaza puteando y me fui cargado de sentido. En los últimos siete años, este país se empezó a parecer más al país en que quiero vivir. Que algunos de los que están en contra de ese país sean los que aplaudieron, consintieron, alentaron y hasta ayudaron a tanto asesino, tanto entregador, tanto pusilánime, tanto inútil, ladrón o corrupto, no hace más que confirmarlo. Me irritan, sí, los miserables que festejan la muerte y el dolor ajenos, pero me permito el alivio de pensar que son ellos los que se están quedando fuera de la Historia, que son ellos los que están en retirada. Viví mucho tiempo en un país de mierda y en los últimos años este país no olió a rosas, pero está muy lejos de ser la misma mierda.
En estos días hay quien se ilusiona conque vuelvan los tiempos del saqueo. Pero basta revisar las fotos y las vivencias de estos días, este saludable cuerpo a cuerpo, este encontrarse en las calles, esta coincidencia general que habilita al debate de los matices, para que el dolor sea esperanza. Este ya no es el país del cinismo y el individuo sobre todo, y que todavía quede tanto por construir no es una contra, sino otra fuente de energía vital. Tanto por hacer, tantos para hacerlo.
El gran saldo de esta semana horrible es la comprobación de que no estamos solos, que pocas veces la realidad desmintió de manera tan rotunda los discursos artificiales, interesados. Al fin, por fin, nos estamos acostumbrando a otra cosa, a otra cultura. Ya no nos preocupan las linternas en la ventana, porque tenemos luz propia. Y podremos haber llorado, y podremos sentirnos destrozados, pero no débiles.
Se fue Néstor. Nos dejó cargados de futuro.
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