HUMOR CON ACHER, EN NOTORIOUS
› Por Diego Fischerman
Integró Les Luthiers. Fue el fundador y director de La Banda Elástica. Dirigió orquestas y espectáculos, entre ellos el recordado Gershwin, el hombre que amamos, con Baby López Furst y Jorge Navarro. El humor jamás estuvo ausente, ni siquiera en sus proyectos más serios (o sobre todo en ellos). Y ahora presenta, actuando por primera vez en Buenos Aires desde hace más de diez años, lo que podría caracterizarse como un stand up show, si no fuera por dos motivos: porque gran parte del tiempo está sentado y porque los stand up shows, o por lo menos el estilo dominante en la materia, no le gustan.
En Humor con Acher, reciclado, que se presentó por primera vez el jueves y que seguirá hoy y mañana en Notorious (Callao 966), todo empieza con una conferencia. Esa es la parte solemne del asunto pero, claro, no lo es. “Fue un disparate que se me ocurrió hace años. Quería hacer humor. Y quería hacer humor solo. Con Rudy inventamos este formato: un conferencista a contrapelo. Alguien que está obligado a dar una conferencia pero no quiere. Que tiene que leer un texto, que es un disparate completo, y finalmente se lo toma en serio. Y el texto provoca cuentos, que se van intercalando. Esa es la primera parte del espectáculo. En la segunda cuento chistes a pedido. De náufragos, de matrimonios, paisanos, lo que la gente pida.” Acher está acostumbrado a las audiencias íntimas, herederas del viejo café concert porteño, pero también se ha visto enfrentado a multitudes, como le sucedió en La Habana, donde apareció en un teatro gigantesco y se sintió tan sorprendido, por lo menos, como su conferencista forzado. “En realidad no se altera demasiado la cuestión central y es que el humor es una cuestión de narración; el mismo cuento funciona o no, depende de cómo se lo cuente. A veces depende, simplemente, del largo de la pausa que se haga antes del remate. Sin pausa no hay suspenso ni sorpresa. Con demasiada pausa se da la posibilidad de anticipar lo que no debe anticiparse.”
El disfruta y toma como modelos a muchos humoristas: el primer Woody Allen, Buster Keaton incondicionalmente, los comienzos de Robin Williams. Admira a Verdaguer, aunque considera que su gracia es intransferible, que dependía de su tono y que ese tono le pertenecía a él. Y considera como su gran maestro a Luis Landriscina. “Se trata de ver la escena y describirla. Uno tiene que saber cómo está vestido el personaje de su chiste, aunque no lo diga. Y Landriscina tiene ese arte: el del caricaturista aunque sin la exageración. La posibilidad de definir una situación, un lugar, una persona, con un par de trazos. Y es que en el chiste no hay más. Todo es rápido. Una frase tiene que servir para pintar un montón de cosas.”
Acher, por supuesto, ejemplifica con chistes, con fragmentos de chistes y hasta con chistes mal contados, para establecer la diferencia. Desde hace once años vive en Chile (“Me fui de Buenos Aires con miedo”) y reflexiona acerca de las diferencias entre el humor de unos y otros lugares. “Diría que los chilenos son más graciosos que los argentinos, en lo cotidiano, pero producen menos humor. Humor profesional, digo. Y en la Argentina los cordobeses, creo, son los más graciosos. También los tucumanos, posiblemente.” La colección de chistes de Acher es virtualmente infinita. “Tengo buena memoria –afirma–. La gente me pregunta cómo hago para acordármelos, pero la verdad es que no hago nada. Simplemente no podría olvidarlos. Creo que tiene que ver, también, con la cuestión de contar la escena que uno está viendo en cabeza. Yo no recuerdo las palabras. Recuerdo esas escenas y las palabras las pongo en el momento. Tato Bores, por ejemplo, que era comiquísimo en sus monólogos políticos, no era un buen contador de chistes. Y es porque lo de él eran las palabras. El estaba pendiente de ellas y no veía la escena.”
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