Domingo, 2 de abril de 2006 | Hoy
OPINION
La intimidad (aunque sea una intimidad construida) tal como se nos ofrece en la actualidad se maneja con la misma ley de la pornografía más dura: hacer todo explícito, no ocultar nada. El individuo responsable de mostrarla logra un plus de autocomplacencia al comportarse como un showman. Como ejemplo del peor gusto allí está el exitoso Gran Hermano, el producto más avanzado de la sociedad voyeur, responsable de haber legitimado el ojo de la cerradura de la sociedad transparente. Sin embargo, los que lo hacen no son los únicos responsables, también sus consumidores lo son. Nadie jamás toca lo esencial: quienes consumen los “extremos” de la sociedad transparente tienen un sentido moral alterado. Pero nadie critica el gusto popular, sus aspiraciones y apetitos ordinarios. Una sociedad pacata es insufrible, pero una sociedad totalmente desprejuiciada donde el pudor llega a ser un estorbo, por más que haya licuado su “qué dirán” y desacralizado hasta lo más reverente, se puede convertir en una sociedad terriblemente aburrida.
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