Lunes, 11 de julio de 2011 | Hoy
UN ENCUENTRO IMAGINARIO ENTRE CAMILA O’GORMAN Y FELICITAS GUERRERO
La actriz y autora Natalia Miranda y el director Leonardo Edul proponen una invitación a sumergirse en el mundo de dos mujeres que murieron jóvenes y en forma trágica. Dos personajes que ponen en discusión la posibilidad de rebelarse a las normas sociales.
Por Carolina Prieto
En 1846, dos años antes de la muerte de Camila O’Gorman, nacía Felicitas Guerrero, la primogénita de una familia acomodada, que a los 16 años, y obligada por sus padres, se casó con un hombre rico que le llevaba casi cuarenta años. Las dos murieron muy jóvenes y en forma trágica. Camila tenía sólo veinte años, estaba embarazada de ocho meses y fue su padre quien instó a Rosas a que la fusilara junto a Ladislao Gutiérrez, el cura del que se enamoró y por quien no dudó en contradecir el mandato social. Felicitas tenía 26 cuando, por la espalda, recibió el balazo de un hombre enfermo de celos, al descubrir que ella prefería a otro candidato. Ya había enviudado de Martín de Alzaga, los dos hijos que tuvieron también fallecieron y ella era una las mujeres más bellas y adineradas de la sociedad porteña.
Estas historias de amores y pasiones contrariados reviven en Niñas mal, el espectáculo creado por la actriz y dramaturga Natalia Miranda y el director Leonardo Edul, que se presenta los sábados a las 20 en el templo del Complejo Histórico Santa Felicitas (Pinzón 1480, Barracas). La obra sucede en un escenario imponente: una construcción con aires góticos que la familia Guerrero mandó construir tras la muerte de la hija. Es una suerte de templo con techos altísimos y vitraux, un espacio desangelado, únicamente intervenido por sillas de distintos modelos y épocas dispuestas a lo largo de ese gran corredor, algunas en su posición habitual y otras amontonadas o agrupadas en una especie de escalera ascendente. Todo bañado por un diseño de luces que sugiere distintos planos, más cercanos o alejados del público y que genera un juego de luces y sombras. Ya muertas, Camila y Felicitas se encuentran en ese ámbito fuera del tiempo y del espacio, luciendo vestidos que mezclan el espíritu decimonónico con detalles contemporáneos, creados por Magda Banach. Las imágenes son de una belleza impactante: el espacio, las luces, el vestuario, los sonidos. Una invitación a sumergirse en el mundo de dos mujeres que transgrediendo o acatando las reglas sociales murieron por las distintas formas que pueden asumir el amor y la pasión. Un convite para descubrir en qué medida la libertad, la identidad y la valentía tejieron sus vidas.
Además de ser la autora de la pieza, Miranda da vida a Felicitas. Su personaje es pura contención, dolor enquistado; no puede comprender la osadía de Camila, interpretada por Guillermina Schauman, una mujer mucho más sensual y conectada con sus deseos. El espectáculo demandó años de trabajo y el rigor se evidencia en los distintos rubros. El texto, la escenografía, las luces, la música, las actuaciones –que por momentos podrían ser más blandas y naturales– se integran en un todo atractivo. ¿Cómo surgió la propuesta? Miranda es también arquitecta y está conectada con el Grupo Independiente de Promoción de Patrimonio Histórico, que trabaja desde el 2001 en la recuperación del Complejo Histórico Santa Felicitas. Esta monumental edificación se extiende en toda la manzana y abarca un colegio, un museo y una gran iglesia. Ella comenzó colaborando haciendo visitas guiadas al Complejo y en 2009, junto a Edul (que es su marido), creó un montaje inspirado en Felicitas. Un primer trabajo que formó parte de la programación de La Noche de los Museos de ese año y del siguiente.
“Me ofrecieron ir más lejos, seguí investigando sobre su vida y me tomé mi tiempo. Mientras estudiaba dramaturgia en la EMAD empecé a escribir un texto que terminé de pulir en un taller junto a Ricardo Monti”, cuenta la flamante dramaturga en diálogo con Página/12. “No me interesó reproducir la historia tal cual, reflejar cómo vivieron y murieron. El lenguaje teatral permite otro tipo de búsquedas respetando el clima de época y los hechos que marcaron sus vidas. Me atrajo imaginar qué podría pasar si se encontraran ellas dos, tan diferentes y a la vez con puntos en común. Imaginar sus reflexiones, sus reacciones”, agrega. En el devenir de ese cruce, las protagonistas descubren a la otra y se descubren a sí mismas. Es que ambas llegan a ese limbo con lagunas en la memoria que el otro personaje ayuda a reconstruir. Hay desconcierto por la actitud de la otra, tan distinta de la propia, y una mezcla de sentimientos que irán tomando cuerpo. “Cuando reconocen a la otra comienzan a reconocerse. Camila no cambiaría su destino, Felicitas se lo cuestiona aunque el final deja el interrogante planteado, como si hubiera algo de la fuerza del destino que no se puede modificar. Pero de todas formas ella deja unos cuantos prejuicios de lado. Encarnan dos modos de ser casi opuestos y muy propios de nuestra historia. Hablar de ellas es hablar de lo que nos pasó”, comenta Edul. El director señala, por último, que les interesó trabajar en el templo para recuperar el lugar: “Es un ámbito que estuvo olvidado y que se está recuperando de a poco, aunque se necesita ayuda del Estado para que esté en óptimas condiciones. Nuestro desafío fue cómo ocupar ese campo visual tan largo de manera dramática”.
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