ENTREVISTA CON SARA BARAS, LA BAILADORA FLAMENCA QUE PRESENTA “SABORES” EN EL OPERA
Es la máxima exponente del flamenco de hoy, pese a que no pertenece a una familia gitana. Sara Baras revolucionó esa danza, que reservaba para las mujeres los movimientos de los brazos y para los hombres los de las piernas. Ella se apropió del ritmo y lo impulsa en su propia compañía.
Se impone sobre el escenario como un altivo toro que arremete contra el torero. Con garra, pasión y corazón, la Sara Baras de pelo tirante y pantalón gitano se instala como un icono de plata del flamenco, enorme, soberbio. Fuera del teatro, es otra: diminuta, de cara aniñada y dulce sonrisa, recibe a Página/12 para dar a conocer su historia a la Argentina: se abrió paso en el “mundo machista” de la danza flamenca, creó su compañía con poco más de veinte años y se convirtió rápidamente en la máxima exponente actual en este género que combina la técnica con el sentimiento. Recién llegada a Buenos Aires, la Baras se entregará al público porteño al ritmo de la música gitana de Sabores, espectáculo que podrá verse hoy, mañana y pasado a las 20.30 y el domingo a las 19 en el Teatro Opera (Corrientes 860).
No lleva el flamenco en la sangre, sin embargo lo aprendió con el fervor de una gitana. En su familia se escuchaba sólo música clásica –su abuelo era pianista– y ella introdujo las palmas. Su madre fue su primera maestra, “y la mejor de todas”, aclara. “Ella puso una escuela de danza en Cádiz y desde niña crecí metida en el baile. Podría no haberme gustado y, sin embargo, se convirtió en parte de mi vida desde el principio”, se acuerda. Si bien se destacó entre sus compañeras desde el comienzo, hacer de esta virtud su profesión, no fue tan sencillo. “Desde joven me surgían oportunidades para bailar muy interesantes, pero mi padre no estaba de acuerdo. En España, en ese momento, el baile no estaba considerado como una carrera, especialmente el flamenco. Fue una época complicada; mi padre me decía que terminara los estudios. Así que terminé la secundaria y me metí en la carrera de danza”, cuenta. Entre el ¡esta niña tiene algo especial!, que repetía su madre, y el ¡especial, los codos, a apoyarlos y a estudiar!, que contestaba mecánicamente su padre, Sara fue encontrando su camino. Continuó su formación con Antonio Canales y otros maestros de prestigio. Muy pronto se halló participando como artista invitada en varias compañías flamencas y en 1998 formó la propia, compuesta por un cuerpo de baile de nueve miembros, seis músicos y algunos técnicos.
“Ese fue un momento increíble. Si hubiera sido consciente, como hoy lo soy, de lo que es llevar una compañía adelante, yo creo que no hubiera sido capaz. Una compañía de flamenco se crea a los 50 años y yo tenía 20 y tantos. Pero en ese momento había tantas ganas que lo logramos. Hace nueve años que ésta existe y vive sólo por el público, que es el único que la mantiene”, relata entusiasmada. Fue con esta compañía con la que la Baras se hizo conocida en España y en todo el mundo. Primero, porque convirtió al flamenco en un espectáculo dramático, montando obras que –a imagen y semejanza de los grandes ballets clásicos– narraban historias de amor y desencanto. Criticadas por algunos conservadores del género y alabadas por el público en general, las piezas Juana la loca y Mariana Pineda –esta última basada en el personaje de Federico García Lorca– les permitieron a Baras y a su grupo trabajar durante cinco años consecutivos, con un promedio de 200 funciones al año. “Había gente que me criticaba por interpretar un papel –cuenta–, pero yo decía lo contrario, ¿por qué no puedo hacerlo?” Así, la bailadora llevó adelante espectáculos de “flamenco no tradicional”, para los que debió formarse en arte dramático y danza contemporánea. Finalmente, llegó la recompensa: en 2003 obtuvo el Premio Nacional de Danza de España por Mariana Pineda, uno de los más importantes de la península ibérica. Luego de un largo camino interpretando “mujeres pasionales, que anteponen sus deseos a todo”, optó por volver al origen y “hacer de sí misma” en Sabores, un espectáculo “estilo concert”, sin argumento, que estrenó la Navidad pasada en París, montó con éxito en Barcelona y Moscú, y luego de pasar por Buenos Aires continuará de gira por Latinoamérica.
Pero, más allá del tipo de espectáculo que aborde, la bailadora de Cádiz tiene algo aún más especial. Se animó a vestirse de hombre y asombró con su zapateo, humillando a más de un compañero, cuando ninguna mujer osaba hacerlo. Su actitud la convirtió en una líder del género, aunque muchos la execraron. “Hubo una época en el flamenco en la que reinaba una teoría: en el hombre importaban los pies y en las mujeres, los brazos”, explica. “Yo nunca entendí esa teoría. A mí, una de las cosas por las que se me conoció es porque hacía un baile de hombre, una farruca, con ropas de varón pero bailando como una mujer. Era algo femenino basado en algo que siempre había sido masculino”.
–Y eso generó polémica...
–Sí, porque es verdad que una de mis grandes fortalezas son mis piernas: el zapateo, la rapidez, el sonido. Entonces, cuando yo tenía que bailar con un chico, competíamos. Ellos me decían Sara por favor..., y yo les contestaba: si es cuestión de fuerza, no tiene por qué tener más fuerza un hombre que una mujer.
–Desde que usted apareció, la mujer no se doblega más frente al hombre en el flamenco...
–Exactamente. Aquí, el tango me costó mucho trabajo, porque la mujer debe seguir al hombre. El año pasado estuve bailando en un concierto que Chavela Vargas daba en el Luna Park. Algunos bailarines argentinos que me conocían intentaron enseñarme a bailar tango, pero no había manera de que yo me dejara llevar.
Aunque no olvida de dónde proviene, la Baras se ha animado a romper otras reglas y asomarse a otros escenarios. Así, participó del documental Flamenco Women, de Mike Figgis –el director de Leaving Las Vegas– junto a Eva Yerbabuena. También formó parte de la película Iberia de Carlos Saura, en la que contribuyó con una coreografía propia, y hasta condujo un programa televisivo español de nombre Algo más que flamenco. “Todo lo que hago además de bailar me enriquece, aprendo a trabajar con nuevos estilos. Aunque soy muy cuidadosa con las cosas que elijo; no pienso que porque en el baile va todo bien ahora pueda hacerlo todo”, reflexiona.
A pesar de tener una variada y prolífica actividad, su corazoncito siempre estará en el flamenco. Porque es allí donde la niña de sonrisa dulce da paso a la fiera que se “come” el escenario, montando una fiesta de furia, fuerza y fervor gitano que contagia a los públicos de las más variadas nacionalidades. Y eso la bailadora lo sabe: “El flamenco es puro sentimiento. Se clava en los corazones. No importa de qué cultura seas, se trata sólo de dejarse llevar. En el baile tenemos la suerte de no tener fronteras, no hay idioma. Tú expresas un sentimiento y te entienden en todo el mundo”. Y también sabe que la única forma de hacerlo es entregando el alma en escena: “Porque por más que uno estudie la técnica –que es algo que se debe hacer– si no hay corazón, no hay manera, no sale”. Y dicho esto se va, con la esperanza de contagiar, en sólo cuatro noches, al público argentino. Y hacerlo batir sus palmas al ritmo de sus corazones. Y obligarlo a alentar a la bailadora. Y a gritar y olé.
Informe: Alina Mazzaferro.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux