Dom 01.04.2012
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SE ESTRENA LA SEGUNDA TEMPORADA DE GAME OF THRONES

Poder, justicia y verdad

La saga creada por George R. R. Martin va por su quinta entrega publicada de las siete previstas. Y su versión televisiva, que hoy regresa a la pantalla de HBO, es la mejor serie fantástica en años, con más interés por las ideas que por los elementos sobrenaturales.

Una saga de fantasía, de épica, sí. Con reyes, espadas, seres tenebrosos, rumores de dragones y guerras, también. Pero esas categorías y rasgos no bastan para hacer justicia a la saga literaria Una canción de hielo y fuego, más conocida como Un juego de tronos (por el título de su primer tomo), ni a su versión televisiva Game of Thrones que, por mucho, pone en la pantalla chica la mejor serie fantástica en años. En el papel, la creación de George R. R. Martin va por su quinta entrega publicada en Estados Unidos (sobre siete previstas). En la TV, hoy estrena en simultáneo en todo el mundo la segunda temporada. En la Argentina la emitirá HBO a las 21.

Suele compararse a Game of Thrones con El señor de los anillos, quizá por esa tendencia a considerar que todo lo que tenga un aroma fantástico es inmediatamente similar. Pero resulta en vano. Es como comparar cualquier trabajo de Woody Allen con los Tres Chiflados, sólo porque se dedican al humor. Podrá gustar una, la otra o ambas, pero hay una diferencia enorme desde lo conceptual y la propuesta.

El mundo de Game of Thrones es inclemente. Los veranos duran años, pero los inviernos duran aún más, y ningún muchacho gana auténtico respeto hasta que haya sobrevivido a su primer invierno. Los personajes que lo recorren siguen esa tesitura. El más decente, Eddar, señor de la casa noble Stark, termina la primera temporada/libro con la cabeza en una pica adornando el castillo del rey. Es que resulta mala cosa ser el mejor amigo del monarca y que éste muera en una cacería justo cuando uno devela los chanchullos de la reina. Pero Stark, además de decente, es (era) muy torpe políticamente. Enfrentado a una capital poblada de cínicos, confabuladores y aspirantes al poder, duró poco.

El comienzo de la segunda temporada encuentra un reino con demasiados reyes. Geoffrey, hijo del monarca muerto, asume el trono con el respaldo de los Lannister, su familia por parte de madre. Sus tíos, los Baratheon, reclaman el trono para sí. En el norte los señores juramentados de los Stark reniegan de esos sureños y claman al hijo mayor de Eddar, Robb, como su legítimo rey. En tierras vecinas, además, se yerguen más amenazas y sí, más reyes. No por nada la segunda temporada/tomo se llama “Choque de reyes”.

En ese entramado, cada personaje trata de llevar agua para su molino y –a veces– para el de su familia. Los personajes son casi spinozianos: tiran de la cuerda para ver hasta dónde los dejan llegar y ganar poder. Pero, además de la intriga palaciega como motor de la saga, el autor desliza observaciones sobre las dificultades de la Justicia para regular el comportamiento de los hombres y los límites de estos para observar la ley. Una escena, apenas comenzado el relato, describe por entero la situación. Stark acaba de decapitar a un desertor y explica a su hijo que tuvo que hacerlo él “porque el hombre que dicta la sentencia debe blandir la espada, para no olvidar que matar es difícil”. En un país con pena de muerte en numerosos estados, como Estados Unidos, suena a toda una declaración de principios. En la misma línea, la guerra y las intrigas aparecen retratadas como una acción mezquina, pero inevitable, que siempre distrae de los auténticos peligros.

Hasta aquí no hay muchos elementos sobrenaturales. Es que en la historia de Martin son prácticamente accesorios. Hay dragones, sí (recién nacidos, al final de la primera temporada), y unas criaturas de hielo que están muertas (¡zombies!), pero son una anécdota. La clave del relato pasa por las ideas que propone el autor en torno del poder, la justicia y la verdad (que suelen ser cínicas, hay que decirlo), y que por su involucramiento directo en la adaptación televisiva, la producción de HBO recoge con fidelidad, hasta en sus diálogos más logrados.

En la TV, lo que gana la pantalla inmediatamente, además de la producción excepcional en fotografía y vestuario, son las actuaciones, a cual mejor que otra. Allí se destaca inmediatamente el más pequeño de los actores, Peter Dinklage (el de Muerte en un funeral). Dinklage interpreta a Tyrion Lannister, el hijo malformado de un noble, astuto y mordaz, que se abre paso a fuerza de ingenio. Por ese papel ganó un Globo de Oro y un Emmy, ambos al Mejor Actor de Reparto.

En este punto hay que señalar la difícil traducción que supone Game of Thrones. Martin es muy preciso en las palabras que elige, en el tipo de inglés que utiliza y en la construcción de los nombres de los lugares clave del reino, y en general esa potencia expresiva pierde en el cambio de lenguaje. Este problema que aqueja tanto a la versión televisiva como al papel, que corre con la desventaja adicional de traducir mal algunas palabras, como “pupilo” en lugar de “escudero”. En cualquiera de las versiones, sin embargo, la fuerza del relato supera ampliamente estos detalles y se impone por sí misma. Como una buena espada, como un intrigante astuto.

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