Mié 02.05.2012
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JOSé PABLO FEINMANN PRESENTó SU NOVELA DíAS DE INFANCIA

“Uno escribe para desahogar sus demonios internos”

Joe Carter, detective que ya había protagonizado dos libros del escritor, ve su pasado develado en la nueva “novela negra filosófica”, que fue descripta como “desbordante, oceánica, violenta, pornográfica, saturada de obsesiones” durante la charla del domingo.

› Por María Daniela Yaccar

A veces las explicaciones no alcanzan: ahí es cuando nace la literatura. En la presentación de Días de infancia en la 38ª Feria Internacional del Libro, José Pablo Feinmann estaba más contento leyendo pedazos de su nueva novela (la número catorce) que reflexionando sobre ella. Parecía que su temor no era que el público se aburriera, sino que se espantara. Y si así fue, tenía razón: no eligió un fragmento fácil para abrir la puerta a los primeros años de Joe Carter, ese detective y asesino “fanáticamente norteamericano” del que, hasta ahora, sólo se conocían sus hazañas de adulto. “¿Están cómodos? Hay niños... Bueno, crecerán abruptamente”, se interrumpió al narrar cómo la madrastra de Carter, la brava y erótica Jennifer, lo invita a tener relaciones sexuales cuando es un púber. Bueno, “a coger”, en realidad. El texto era fuerte y su autor lo sabía. Dijo “pija” y una joven miró a su vecino de asiento.

En el audaz Días de infancia (Planeta) el lector tiene la poco usual posibilidad de acceder al pasado de un personaje estando al tanto de su madurez. Tal vez lo conozca de Carter en New York y de Carter en Vietnam, ambas de 2009. En la primera es, según explicó el escritor, “un detective clásico norteamericano, pero en el siglo XXI”, en un escenario caldeado por el atentado a las Torres Gemelas. Amigo de la CIA, el FBI y el Pentágono, asesina por contrato, pero también por valores: es un inescrupuloso fascista. Carter en Vietnam, en tanto, retrata su juventud en el conflicto bélico. “Lo que hizo Feinmann es muy interesante”, elogió la crítica y periodista literaria Silvia Hopenhayn, moderadora de la charla del domingo junto a Patricio Zunini, coordinador del Filba. “No sé si lo pensó. Supongo que no, porque lo mejor se hace sin pensar. Escribió una novela que es una bomba de tiempo, pero de tiempo de descuento. Porque lo que vemos en Días de infancia es cómo fue construida una bomba que ya sabemos que estalló: vemos cómo se hace un asesino”, analizó. Esta novela negra se ubica en los años ’50, en una zona desértica de California, donde Joe es criado con horror y empieza a construirse un imaginario signado por el cine norteamericano, los comics y las revistas “con mujeres desnudas” que roba a su temible padre.

“Es una novela desbordante, oceánica, violenta, pornográfica, saturada de obsesiones, escrita en 85 párrafos que se distribuyen en 500 páginas. No es para cualquiera. El consejo es leerla sin interrumpirla con otros libros. Necesita un tiempo para entrar, pero también otro para salir”, describió Zunini al inicio del acto en la Sala Victoria Ocampo, luego de que Feinmann recibiera el Libro de Plata de manos de la editorial por los 50 mil ejemplares vendidos de El flaco. A su turno, Hopenhayn la definió como “una novela negra filosófica”, porque “plantea permanentemente la dicotomía entre el amor y el odio, la nada y el exceso, y bascula en los polos del ser”. Y concluyó: “El Feinmann que cada uno elige de los que andan por la Argentina está acá: el filósofo, el político y el novelista”. Hopenhayn y Zunini fueron más que moderadores. Sus exposiciones acerca del texto fueron brillantes. Lo exprimieron a más no poder, concediendo especial atención a los personajes de ese mundo enloquecido y al particular manejo de la lengua del autor. Y se esforzaron por develar una única incógnita, más filosófica que negra, con sendas hipótesis previamente elaboradas.

¿Quién es Joe Carter?

Zunini no planteó un enigma. Esbozó la solución sin formular la pregunta. “Así como el doctor Jekyll tenía a su monstruo encerrado en Mr. Hyde, sería factible decir que José Pablo Feinmann tiene a su contracara en Joe Carter: Joe es el apodo de Joseph y fonéticamente suena como ‘yo’ en español”, aventuró el joven. La ilustración de la tapa del libro le funcionó como argumento. “Luego de acompañar vidas y muertes de Joe, Theo y Sam, y de haber leído el cuento gótico que como bonus track está incluido en la novela, uno comprende qué es lo que hace ese chico solo en el cine ante la imagen de (Jayne) Mansfield: Joe es el monstruo personal de Feinmann”, cerró.

En la novela, Jennifer, como símbolo, reenvía a la rubia platino que fue “la Marilyn Monroe de los pobres”, en palabras del escritor. De hecho, la madrastra de Joe menciona a la actriz norteamericana en la invitación sexual que le hace. “Mansfield era una mina opulenta que a mí por lo menos me...”, se trabó el locuaz Feinmann, que como si algo le faltara ha escrito también libros sobre cine. ¿Incómodo, después de lo que había leído? “Te calentaba”, lo ayudó raudamente la única mujer de la mesa. “Sí, y más que Marilyn, que para mí era una cosita juguetona, una Betty Boop de los ’50”, aseguró, en medio de las últimas risas del público, no muy habituado a escucharlo explayarse en temas como ése.

La hipótesis de Hopenhayn era bastante más enrevesada. “En esta novela descubrí quién es verdaderamente Joe Carter –se entusiasmó–. Hay un momento muy conmovedor, de revelación, en el que Feinmann parece decirnos quién es, o serán mis ganas de que lo sea. ¡Joe Carter es Rimbaud! Cuando se despide para siempre, hasta la muerte, hay un último beso, como en toda buena novela negra. Y dice: ‘Lo que en ese beso entregué no existía, no podía existir en mí’. En esa despedida dice: ‘Yo fui otro’. Es una frase famosa de Rimbaud.”

–Aquí Patricio dijo que Joe sos vos, yo digo que es Rimbaud. Seguramente tenés algo para decir –Hopenhayn invitó a Feinmann a sumarse a un debate que lo incumbía más que a nadie.

–Yo te entendí mal... ¡te entendí que era Rambo! (risas). ¡Qué desequilibrio de prestigio! Indudablemente debo ser yo, porque uno escribe para desahogar sus demonios internos. Además, un novelista es todos los personajes que escribe.

Demonios de la infancia

Cada vez que el escritor habló de Jennifer lo hizo como un hombre embobado que mira a una mujer desde lejos. Se reconoció profundamente “enamorado” de ella, “el personaje más libre” que creó en toda su trayectoria de novelista. Proveniente de una familia estadounidense adinerada, Jennifer es una prostituta del antro Rhonda la Roja. Es “loca de arriba y de abajo”, depresiva, alcohólica y excéntrica. Además, “es una mina muy alta, bellísima, que usa revólver, sombrero y botas, y que se entrega a un sexo rabioso”, la describió. Como cierta vez lo hizo con el Joe maduro, a quien comparó con el Sterling Hayden de Casta de malditos, le encontró a Calamity Jennifer –así es su apodo– un rostro: el de Charlize Theron.

“Durante toda la novela se juega si es o no la madre del pequeño”, detalló. Para Zunini, el hecho de que Joe desee matar a su padre y, a su vez, acostarse con su madrastra, convierte a Días de infancia en una tragedia griega. “Jennifer es indudablemente una MILF, como se dice hoy: Mother I’d Like to Fuck”, sostuvo. MILF es una sigla que hace alusión a las mujeres maduras sexualmente atractivas y que suele utilizarse en la pornografía. “No tuve tanta suerte como Carter: a él lo inicia sexualmente Jennifer”, se lamentó Feinmann. “Ella es bárbara. Odia a las burguesas yanquis que aceptan el hogar, cuidar a los hijos y que el marido las engañe. Puse algo que hubiera deseado siempre. Bueno, no sé si ser iniciado por mi madre... Pero el debut de Carter es maravilloso. En los ’50 eran sórdidos, sombríos. Yo fui una vez (a un prostíbulo). Como no me animaba a entrar, empecé a decir que era sexo degradado, que prefería hacerlo con mi vecinita. Mis amigos entraron y lo hicieron. La chica que iba a entrar conmigo me miró como si fuera un cobarde. Todavía recuerdo esa mirada. Si no era así, la iniciación era con la sirvienta. Tener una Jennifer que te hable y que te enseñe es muy poético”, volvió a enamorarse.

Además de tener un trasfondo decididamente edípico, en la novela resuena la gran tragedia moderna: la del príncipe de Dinamarca. En otras historias, como en La astucia de la razón o El mandato, el autor ya había abordado la relación entre padres e hijos. “Joe soporta golpes, insultos y crueldades del padre con esperanza de revancha. Para él, crecer significa matar a su padre”, analizó Zunini, y comparó el texto con La astucia de la razón, donde Pablo Epstein ansía lo mismo. Hopenhayn remarcó: “Theo es puro odio. En este sentido, Días de infancia plantea la relación entre herencia y destino. El joven se pregunta qué hacer con su herencia: si se deshace, la potencia, la toma, qué se desvanece”. Feinmann fue al grano: “Theo es el deseo de Jennifer, del abuelo Sam y de Joe de matarlo”. El abuelo Sam también está en el centro de la escena. Es un anciano “senil y cobarde que le dice a Joe ‘I want you’ cuando le pide algo que no se anima a hacer: que no tenga compasión, que mate al padre”, concluyó Zunini.

Un nuevo lenguaje

La novela es bastante más larga que las dos anteriores que protagonizaba el detective, que rondaban las 200 páginas. Días de infancia tiene 494. La extensión es apabullante, pero más lo es cómo las palabras la ocupan. Los capítulos no tienen puntos y aparte. Hay grandes párrafos, incluso, con pura coma, y sin punto y seguido. No es un recurso nuevo: Feinmann ya lo había explorado en Carter en New York y Carter en Vietnam. “El protagonista de El tambor de hojalata, de Günter Grass, se vuelve exitoso cuando graba un disco de canciones de la niñez acompañado de su tamborcito. ¿Qué sucederá ahora con Feinmann, que en la segunda década del siglo XXI se ha decidido a escribir una novela agravantemente larga en torno de producciones y películas de 1950?”, se preguntó Zunini. Hopenhayn comparó la escritura del filósofo con el plano secuencia que empleó Alfred Hitchcock en La soga. “Apareció así, no estaba dispuesto. Fue un juego”, explicó él. “Es muy difícil escribir sin detenerse, pero a mí me sale fácil. Por eso caigo en la tentación”, se jactó.

Contó que Horacio González ya había leído la novela y que le dijo que inventó “un idioma nuevo”. En las historias de Carter, el lenguaje está inspirado en las traducciones del cine de la década del ’50. Esto es porque se supone que los personajes hablan en inglés, pero ocurre algo muy extraño mientras se tratan de “tú”: “Las palabras más fuertes están en argentino”, remarcó el escritor. “Ese es un pequeño lujo y una toma de posición”, apuntó Zunini. Feinmann continuó: “El verdadero castellano es ‘pégale’. Nosotros somos los que hablamos en otro idioma. Estuve mucho tiempo en Puerto Rico y ellos me decían que somos mandones, porque decimos ‘andate’. Ellos dicen ‘vete’”. Claro que en Días de infancia los verbos respetan ese castellano original.

Dos anécdotas y una pregunta

Otra vez Jennifer: cuando el autor se estaba explayando sobre el personaje que más lo cautivó, contó que los primeros lectores le habían preguntado cómo la creó. “Yo los sorprendo, les digo que con mi femenino. Una vez estábamos con León Rotzichner y Tomás Abraham en una mesa redonda. Yo lo veía por primera vez a Tomás y me pareció muy buen mozo. Le dije a León ‘Mirá la pinta que tiene ese atorrante’, y me dijo ‘No sé, de esas cosas no me doy cuenta’”, relató. “¡No me digas que Joe es Tomás Abraham!”, lo gastó Hopenhayn.

En otro tramo de la charla, escritor y acompañantes llegaron a la conclusión de que el pequeño Joe tiene una virtud: siempre sabe lo que le espera. “Tengo una anécdota feroz sobre mi hija Virginia”, anunció Feinmann. “Se había recibido en el secundario y fui a la fiesta. Le dije: ‘Hijita, te recibiste. La vida se extiende ante vos en un gran camino en el que te vas a hacer mierda’”, contó, y el auditorio completo estalló en carcajadas. Quedaban unos pocos minutos de charla y alguien del público tomó la palabra.

–Yo soy escritor y tengo una duda. A mí me pasa que a veces discuto con mis personajes, sobre eso le quería preguntar. ¿Usted se pelea con ellos y ellos le dicen “nosotros somos así”? –preguntó un hombre. El preámbulo fue, en realidad, mucho más largo que la pregunta. Y Feinmann le respondió:

–¡No! ¿Cómo voy a discutir con mis personajes? ¡Ahí sí que estaría loco!

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