FALLECIó AYER LA ACTRIZ, DOCENTE Y DIRECTORA ALICIA ZANCA
Arriba del escenario o en su rol de directora llevó a escena a los mejores autores, desde Chéjov hasta Shakespeare, pasando por Gambaro y Tennessee Williams. Se destacó también en cine y en televisión y dedicó tiempo y talento a la enseñanza.
› Por Hilda Cabrera
El rechazo a todo tipo de actitudes que desestimaran la experiencia y el crecimiento intelectual y emocional era una constante en la actriz y directora Alicia Zanca, mujer madraza, como se ha dicho de ella, uno de esos seres cuya partida duele y abruma. A esta artista valiosa, fallecida ayer de cáncer a los 57 años, no la asustaba mostrarse tal cual era en pensamiento y sensibilidad. Sabía cómo prodigar entusiasmo, tanto cuando se refería a asuntos cotidianos como a ese querido oficio que la ayudaba a disciplinar la propia vida, afrontar varios trabajos a la vez e incluso alentar más y más proyectos. Porque Alicia parecía no ponerle límites a una profesión en la que podía contar con autores capaces de alimentar la fantasía de incontables generaciones, como el escritor y dramaturgo ruso Anton Chéjov y el argentino Roberto Arlt, cuyas obras protagonizó o dirigió, entre otras El jardín de los cerezos y Prueba de amor.
Lo de madraza viene también por la angustia que experimentaba, cuando entre tanta actividad no podía ocuparse como quería de sus hijos. “Una ausencia que después reparo –decía–, pero es verdad que me gusta tenerlos muy cerca, aunque libres.”
Actriz en piezas relevantes, como Boda blanca, que dirigió Laura Yusem (premio Molière 1980); Desde la lona y Rápido nocturno, aire de foxtrot (piezas de Mauricio Kartun); Lo que va dictando el sueño y Penas sin importancia (de Griselda Gambaro), fue atraída por la régie y estrenó, entre otros títulos, Cosi fan tutte, de Mozart, y La hija del regimiento, de Donizetti, en el Teatro Argentino de La Plata. Organizó y condujo cursos de actuación en el Teatro San Martín y otros en el extranjero: La acción en Shakespeare, en el TGSM, y Quijote en el teatro, en el Instituto Español Juan Ramón Jiménez y en el Instituto Cervantes, en Marruecos. Participó además en películas y en ciclos para la TV.
Egresada del Conservatorio Nacional de Arte Dramático, tuvo entre sus maestros a Agustín Alezzo, Augusto Fernandes y Roberto Durán e integró por años el elenco estable del Teatro San Martín. Experiencias todas que fue volcando en la docencia, donde su método era “desentrañar la acción del texto”. Expresión que aclaraba diciendo que “una vez descubierta la acción se puede trabajar de manera relajada, con plena conciencia de lo que se está haciendo y para qué está uno sobre el escenario”.
No hubo género teatral que la dejara indiferente tanto en su condición de actriz como directora, destacándose, entre otros montajes, por la puesta de Pedir demasiado, de Gambaro (“una pieza sentimental y sin pirotecnia”), y el musical Aplausos, de Betty Comden y Adolph Green, para el cual recibió inspiración del cine, especialmente de Todo sobre mi madre, del español Pedro Almodóvar. Fue también el cine el que la premió como actriz, entre otras participaciones por su labor en Flores rojas rojas, película invitada al Festival Internacional de San Francisco. Lo suyo era el trabajo sin pausa y sin ambición de poder. Lo manifestaba ante cada estreno, con la única aspiración de que el público se detuviera en el relato, a veces confluencia de diversas artes, como lo fueron sus montajes de Sueño de una noche de verano y Romeo y Julieta, puestas impulsadas en parte por el deseo de que los jóvenes se interesaran por los buenos autores.
La inolvidable Norma que compuso junto a Ulises Dumont y Jorge Suárez, en Rápido nocturno... fue uno de los numerosos trabajos a los que Zanca aportó creatividad y poesía, entonces como una muchacha de barrio, casada y amante de un guardabarrera, consciente de su “insignificancia”, porque “quién haría un radioteatro con su historia”. Otras y muy diferentes fueron sus composiciones, también destacables, en Los pequeños burgueses, de Máximo Gorki (2001), y Lo que va dictando el sueño, de Gambaro (2002). Distinguida en numerosas temporadas, fortaleció su labor como directora a partir de 2001, cuando dirigió a la actriz Laura Novoa en El zoo de cristal, de Tennessee Williams, con dramaturgia de Mauricio Kartun. Nieta de un apasionado por la ópera italiana, se atrevió a ilustrar musicalmente algunos de sus montajes. Ejemplos de esto fueron El jardín de los cerezos, de Chéjov, con músicos en escena; Romeo y Julieta, de Shakespeare, donde incorporó fragmentos musicales y acrobacia; Princesa cenicienta y Amanecí y tú no estabas. Solas, basada en la película de Benito Zambrano, con adaptación de Antonio Onetti, integra la lista de sus numerosas direcciones, así como Chicas católicas, de Casey Curtí, y Alicia en el País de las Maravillas, adaptación del cuento de Lewis Carroll.
Siempre en relación con sus obras, reflexionaba en sus diálogos sobre el amor y sus autores preferidos, como el ruso Chéjov. De esa pasión guardaba una anécdota de su adolescencia. Contaba que tenía trece años cuando un vendedor golpeó a la puerta de su casa ofreciendo las obras completas de Shakespeare y Chéjov: “Las dejaban esperando que las compráramos. El encuadernado era tan lindo que decidí esconder los libros debajo de mi cama. No sé si pasaron a buscarlos. Quizá mi madre despidió al muchacho pensando que se había equivocado. Fue así que quedaron para siempre en mi vida”. Al relatar aquel episodio, traía a la memoria otro también referido al escritor ruso: la puesta de El jardín de los cerezos que en 1978 dirigió Omar Grasso y en la que ella compartió el elenco con el inigualable Miguel Ligero.
Las entrevistas eran también un puente entre el presente y el contenido de las obras que protagonizaba o dirigía. Y no obviaba, por evidentes, señalar comportamientos brutales en la sociedad o denunciar el descaro de “los que discursean y no se ocupan”. De las artes decía que “sensibilizan al público y despiertan emociones”, porque constituyen –a su entender– la base del equilibrio individual y social: “Quise ser actriz porque escuchaba los grandes textos de boca de grandes artistas, y eso era un privilegio”. Por eso se indignaba cuando observaba el desinterés social por el arte, que ella extendía a la salud, la educación y la justicia. Estos eran pilares de sus afanes, de esa fortaleza que la sostuvo en la profesión y en las actitudes cotidianas. No era “mujer de bajar los brazos”, tampoco complaciente con lo que destruía, y así confesaba sentirse hastiada de la gente “que llega al poder y quiere más poder y más dinero”. “Mi abuelo –recordaba con ternura– me puso el nombre de Alicia por Alicia en el País de las Maravillas y yo imaginaba que la Argentina era ese país.”
* El velatorio de Alicia Zanca tiene lugar en el Teatro Regio, Av. Córdoba 6056 hasta las 10.
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