OPINIóN
› Por Eduardo Fabregat
Como tantas otras novedades que llegan de la Unión Europea, flamante Premio Nobel de la Paz, parece una noticia de Argentina 2001: a causa de los controles presupuestarios y la política de ajuste que impera en Portugal, la Cinemateca de ese país dejó de subtitular las películas extranjeras. Es decir, el público que la semana pasada se acercó a las salas de Lisboa a ver uno de los seis estrenos internacionales se encontró con films hablados en inglés, español, francés, italiano y alemán... sin subtítulos. Más allá de que quizá alguna de esas películas gane en la falta de traducción, la cuestión es otro ejemplo de los tiempos que atraviesa una Europa devastada por la fiesta de otros, y sometida a las mismas recetas sufridas por estos pagos.
Basta ver la sección Internacionales de este mismo diario para apreciar el clima que viven los portugueses. Los 78 mil millones de euros que recibió Portugal en mayo de 2011 de la UE y el Fondo Monetario Internacional en concepto de “rescate” (ay, esos Blindajes y Megacanjes) están pasando la factura conocida: nada que vaya a asombrar a un argentino. Pero si aquí terminamos contando Patacones Serie B, lo de los pobres lusos alcanza dimensiones de tragicomedia, de película sin traducir. “Esta es sólo la primera señal de lo que puede pasar”, dijo Maria Joao Seixas, directora de la Cinemateca, que de todos modos se muestra sorprendida porque nadie responde sus argumentos sobre los golpes mortales que supone para la industria cinematográfica la suspensión total de subsidios a la producción. Menos respuesta, claro, recibe a sus protestas por una brutal reducción de presupuesto que implica no poder costear el subtitulado y poner en serio peligro próximos estrenos, ya que no se podrán cubrir los aranceles.
Aun por repetido, el esquema no deja de asombrar: cuando se trata de salvar a los banqueros, no importa si hay que arrasar con la cultura. “Hay que adecuar los recursos disponibles a las necesidades más importantes”, dijo, con típica verba, un portavoz de la Secretaría de Cultura. Aún más típico, lo que hoy es Secretaría era hasta hace poco un Ministerio de Cultura, pero el presidente Pedro Passos Coelho, aplicado alumno del recorte, tomó la tijera de podar y entró con furia en áreas, ejem, innecesarias. No está solo en la península ibérica: por más que referentes de peso internacional como Pedro Almodóvar protestaron a viva voz (“Esto es como firmar el certificado de defunción de la cultura”, dijo, dramático pero no tan exagerado, el cineasta manchego), Mariano Rajoy subió 13 puntos del IVA (del 8% al 21%) al cine, la música en vivo y las artes escénicas. Al menos en España no tendrán el problema del subtitulado, pero habrá que ver cuál es la reacción del público español si en sus salas de pronto deja de sonar ese típico doblaje, y la necesidad de mantener el equilibrio fiscal lleva a un extraño ejercicio de imaginación frente a actores que dialogan en lenguajes ajenos.
Se dirá que la situación de los cines ibéricos es una simple anécdota, frente a los fuegos encendidos en una Europa que pasó de la prosperidad y el consumo desenfrenado a la cara de circunstancias de los políticos salvabancos. Pero desde este coxis del mundo resulta muy llamativo, en la frontera de lo increíble, ver cómo algunos personajes se abalanzan sin dudar sobre los mismos métodos que aquí sirvieron para terminar de incendiar un país. Están frente a la misma película, prefieren hacer caso omiso. Será que tampoco tienen subtítulos.
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