OPINIóN
› Por Eduardo Fabregat
Cumplimiento inmediato: esas dos palabras llegaron para, al fin, cerrar un ciclo en la tragedia que se llevó casi doscientas vidas. Sólo un ciclo, porque para los sobrevivientes y los familiares de unos y otros Cromañón es una herida presente cada día. Pero la falta de justicia, en un país que ha sufrido tanto en ese sentido, era algo inaceptable en un hecho que es un antes y después en el tejido social argentino. En este caso, más que falta de justicia, existía un retraso incómodo: dados los plazos que a veces se sufren en cuestiones tribunalicias, resulta destacable que a ocho años del incendio se hayan producido dos juicios que identificaron y sancionaron a responsables del hecho. Pero resultaba doloroso que diferentes recursos legales permitieran que catorce condenados siguieran eludiendo la sentencia de prisión.
Esta semana ya no hubo lugar para más verónicas. Cumplimiento inmediato, ordenó la Cámara de Casación Penal al rechazar el último recurso de Omar Chabán y Raúl Villarreal, el ex policía Carlos Díaz, los funcionarios Gustavo Torres, Ana María Fernández y Fabiana Fisz-bin, el manager Diego Argañaraz, el escenógrafo Daniel Cardell y los músicos Maximiliano Djerfy, Elio Delgado, Cristian Torrejón, Juan Carbone, Eduardo Vásquez y Patricio Santos Fontanet. Chabán, a quien hubo que buscarlo el 31 de diciembre de 2004 porque estaba escondido, fue el primero en presentarse. Fernández presentó un recurso por haber sido madre, que fue rechazado. Fiel a su estilo, Fontanet volvió a esquivar el bulto, internándose también en el psiquiátrico cordobés Morra en cuanto supo que ya no había escapatoria. Ya venía preparando el terreno con la carta que colgó en el sitio de su grupo Casi Justicia Social, donde se escuda en la estrategia del perejil: “Han tratado de criminalizar a mi persona desde el poder y los medios. Me han juzgado, salvo en el juicio, con el diario del lunes”, dice allí, esquivando que lo que lo criminalizó fue precisamente la abundante prueba producida en el juicio.
En un proceso legal transparente, no en “el poder y los medios”, quedó demostrado que Callejeros prefería Cromañón porque los controles estatales y policiales eran más laxos que en Obras o Excursionistas. Quedó demostrado que en Excursionistas los inspectores del GCBA labraron actas, impusieron multas y advirtieron al grupo por el uso de pirotecnia. Que ese 30/12/04 la producción, el control de la puerta, el cacheo y la impresión y venta de entradas estaban en sus manos. Que a la tarde, cuando probó sonido, el grupo y el manager tuvieron ante sus ojos la puerta de emergencia cerrada y no hicieron nada. Que antes de los shows en Obras, a mediados de 2004, Argañaraz coordinó con una barra organizada de fans (La Familia Piojosa) el ingreso de pirotecnia escondida en los equipos dos días antes del show. Fontanet puede mentir, insistir con que fue “usado como un perejil” y que “fuimos a actuar sin conocimiento alguno de las transformaciones que hicieron de este lugar una trampa mortal”: no es nuevo que actúe para la tribuna, que quiera esconder su triste rol en tanta muerte, que trate de pasarle el fardo a quien fue su manager. El problema es que la realidad insiste en desmentirlo. Eso es lo que lo “brota”. Subirse a un escenario tras semejante tragedia, como viene haciendo regularmente desde que se lo permitieron, no le produce ningún conflicto psicológico.
Este cierre de la causa Cromañón (Pedro D’Attoli, abogado de Chabán, ya anticipó que presentará un recurso ante la Corte Suprema, pero eso se resolverá con los condenados en la cárcel) reflota viejos debates, pero al menos se producen en el contexto de que los culpables están pagando su culpa. El más repetido es el que pretende restar responsabilidad a los músicos porque ellos también perdieron seres queridos. Pero ésa es la base sobre la cual la carátula fue “culposo” y no “doloso”: está claro que nadie buscó que sucediera esto. Pero sucedido el hecho y demostrado que la banda fue organizadora del show de Cromañón, no puede eludirse el castigo en función de las pérdidas propias. Se ha dicho infinidad de veces, es bueno repetirlo: un hombre que maneja ebrio y mata a toda su familia en un accidente seguramente no quiso hacerlo, pero eso no lo hace menos responsable. Sí resulta excesivo castigar a todos los músicos, y a Cardell, por las decisiones que tomaban casi en exclusividad Fontanet y Argañaraz. Y una cantidad nada menor de familiares de víctimas, aun celebrando que se castigue a funcionarios y policías, sigue sosteniendo que Aníbal Ibarra, además de ser destituido de sus funciones como jefe de Gobierno, también tendría que haber estado en el banquillo.
Con todas sus aristas y facetas, Cromañón es algo que seguirá presente en la sociedad argentina y está bien que así sea. Pero lo más importante de este nuevo aniversario es que para los responsables llegó la hora de cumplir.
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Claro que el término “cumplir” tiene otras acepciones. Ayer, 22 de diciembre, se cumplieron 25 años de la muerte de Luca Prodan. La mera frase produce una profunda impresión: todos los que crecimos al calor del rock argentino, los que tuvimos la fortuna de ver a esa banda irrepetible en acción, sentimos tan cerca al tano loco que vino a sacudir la escena argentina que resulta increíble que haya pasado un cuarto de siglo. La de 1987 fue una Navidad triste, y eso que era imposible saber que era además el preludio de otras pérdidas, que en el curso del año siguiente también se irían Miguel Abuelo y Federico Moura. Apenas dos días antes, Luca había cantado por última vez “Fuck you”, cerrando el show de Sumo en el estadio de Los Andes: los que estuvieron allí quedaron impresionados por el estado del cantante y poeta, que había llegado a la Argentina para huir de la heroína y terminó abrazado a la ginebra.
La historia propicia esta clase de curiosidades: el hombre que acaba de quedar alojado en Marcos Paz fue el mismo que les dio escenario a Sumo, a la Hurlingham Reggae Band y a Sumito en un local legendario llamado Café Einstein. En términos de seguridad el lugar era un desastre, pero el público y la banda no consideraban que prender fuego en un lugar cerrado tuviera algo que ver con el hecho artístico. Será por eso que las canciones de Luca son eternas, riquísimo patrimonio de la música hecha en Argentina, y otras sólo ofician como banda de sonido de una mediocridad afortunadamente superada.
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