Viernes, 9 de junio de 2006 | Hoy
CESAR TORRES Y LOS ENSAYOS FILOSOFICOS DEL LIBRO “¿LA PELOTA NO DOBLA?”
El libro compila escritos que buscan rescatar el deporte de los prejuicios académicos: “A veces el fútbol puede funcionar como un ejemplo contracultural, en una sociedad en la que todo parece ser el resultado”.
Por Silvina Friera
¿La pelota no dobla? (Libros del Zorzal) transforma en interrogación la famosa afirmación del técnico Daniel Passarella, con la que buscaba racionalizar la derrota frente a Ecuador por las Eliminatorias para el Mundial ’98. El libro, que reúne ocho ensayos filosóficos compilados por César Torres y Daniel Campos, fue concebido para “redimir” al fútbol de los prejuicios académicos. La vanguardia filosófica encabezada por Claudio Tamburrini, ex arquero de Almagro, sobreviviente del centro clandestino Mansión Seré y doctor en filosofía; Robert Simon, Douglas Anderson, Jesús Ilundáin Agurruza y Joao Ricardo Carneiro Moderno, entre otros, analiza goles trascendentales, las especulaciones sobre el valor del fútbol, el buen juego y la mala suerte y el uso de las más avanzadas tecnologías de ingeniería genética en pro del aumento del rendimiento físico. Estos textos vanguardistas –en tanto es escasa la literatura sobre filosofía de deporte disponible en español– abren el debate respecto del tipo de actitudes que hacen que esta práctica deportiva, que fascina a millones de personas en el mundo, sea más saludable, razonable, satisfactoria y significativa.
“Si fanatiza no abre, en realidad cierra. Los que tienen una postura más crítica y ven más allá de la propia camiseta pueden pensar el fútbol desde diferentes lugares. Pero la fanatización no ayuda”, plantea el filósofo argentino César Torres, uno de los compiladores y autor del ensayo Los goles con la mano: ¿deben o no ser considerados como parte del juego? Torres, profesor de educación física y doctor en filosofía e historia del deporte por la Universidad del Estado de Pensilvania, cuenta a Página/12 que participó de un debate en una escuela primaria, con alumnos de séptimo grado. “Junto a los de formación y ética ciudadana, los profesores de educación física intentamos reflexionar acerca del Mundial de Alemania. Nos aproximamos a una definición sobre qué es el fútbol y los chicos dieron respuestas muy inteligentes”, explica Torres. “Ellos se preguntaban qué pasa cuándo alguien rompe las reglas y hace trampa. Con los profesores les planteábamos situaciones hipotéticas: si en el primer partido Argentina va cero a cero y al minuto 43 del segundo tiempo Riquelme hace un gol con la mano, ¿hay que festejarlo?”
–Lo grita todo el país...
–(Risas.) Pero los chicos preguntaban si el hecho de que el árbitro no haya cobrado la falta, ¿significa que no hubo falta o que no la vio? ¿Cuál es mi responsabilidad frente a la práctica, si yo sé que metí la mano?
–¿Por qué la trampa está tan legitimada por deportistas e hinchas?
–La filosofía analiza si en una situación en que hay trampa se está jugando el mismo juego, si es legítimo el resultado a raíz de ese gol hecho con la mano. Mi análisis se basa en una teoría interpretivista en la cual hay que clarificar bien qué es el deporte competitivo. Mi argumento es que hacer trampa está por fuera de las habilidades que definen el fútbol, desmerece y bastardea esta práctica deportiva. Todavía no conozco a ningún jugador que quiera ser el mejor tramposo del mundo. Los jugadores, al menos en el discurso público, quieren ser excelentes gambeteadores, quieren hacer muy buenos pases.
–¿“La mano de Dios” no sería una excepción dentro de esta idea de que la trampa desmerece al fútbol?
–Depende dónde uno se sitúe en la filosofía, en el tipo de tradición filosófica que utilice. Claudio Tamburrini, a quien respeto y le tengo un cariño muy grande, sostiene que hay excepciones. En los casos excepcionales donde la trampa produce más bien que mal –utiliza un argumento utilitarista clásico–, él cree que hay que aceptarla y encuadra a “la mano de Dios” como uno de estos casos. El dice que después del partido del ’86 la tensión entre Argentina e Inglaterra en el campo de juego disminuye y que hay una suerte de valores que se implementan a raíz de “la mano de Dios”. Considero que “la mano de Dios” está fuera del reglamento y que no se puede rescatar. Lo que sucede es que también hay que contextualizarla en el momento social y político en el que sucedió. Pero me parece que el contexto puede ayudar a entender, pero no a justificarla. Lo que hay que rescatar es el segundo gol de Maradona, que es una maravilla, el fútbol en su máxima expresión.
–¿Como hincha piensa lo mismo que como filósofo?
–Sí. El aficionado genuino tiene primero un compromiso con el deporte, con el fútbol, y después con la casaca propia, de un club o de la selección. Si honro la práctica a la que digo dedicarme, me parece que es una contradicción festejar un gol hecho en forma ilícita. En definitiva, esa frase tan remanida “que gane el mejor” me parece que encierra un concepto muy interesante. El fútbol no se define por cómo uno puede meter la mano o hacer trampa, sino por habilidades constitutivas: el taco, la rabona, la gambeta, la marcación.
–Hay dos posiciones encontradas: los que quieren que el equipo juegue bien, y si gana mejor, y aquellos que sólo desean ganar. ¿Cómo se relaciona el concepto de belleza y eficacia en el fútbol?
–Focalizar solamente en el resultado implica desconocer el proceso por el cual ese resultado se establece. No debería haber una dicotomización entre el proceso y el resultado, es un todo. Priorizar el resultado como producto final es perder la visión de conjunto del deporte. En la medida en que se honren los estándares de excelencia y los bienes internos del fútbol, prefiero la belleza. Esto no quiere decir que quiero perder o que no me importa ganar, sino que me importa ganar con determinado tipo de actitud. A veces el fútbol puede funcionar como un ejemplo contracultural, en el sentido en que vivimos en una sociedad en la que todo parece ser el resultado. Sin embargo, creo que a la mayoría de los jugadores les preocupa la excelencia en el fútbol y quiere que el equipo funcione armoniosamente.
–¿Le gusta la Selección Argentina?
–Sí, mucho, los jugadores elegidos determinan muy claramente la idea que tiene el técnico sobre cómo debería jugar la Selección. Que haya tantos creadores y delanteros muestra el perfil que pretende. Si lo va a poder materializar, es otra cuestión. El aficionado tiene que estar entusiasmado de ver a jugadores como Riquelme, Aimar, Tevez, Messi, jugando juntos.
–¿Cuál sería su técnico ideal?
–Me gusta Griguol. Varios chicos del barrio donde crecí, en Tapiales, jugaban en las inferiores de Ferro. Y recuerdo algunas historias que me contaban acerca de cómo Griguol los alentaba a que estudiaran. Veía al jugador como una totalidad, como una persona a formar, no sólo como un instrumento para ganar un partido.
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