Sábado, 10 de junio de 2006 | Hoy
EL NUEVO MODELO DE LESBIANAS QUE PROPONEN LAS FICCIONES DE LA PANTALLA CHICA
Activistas lesbianas analizan los nuevos personajes que pauta el “lesbian chic” en series como “Sugar Rush”, “The L Word” y “Queer eye for the straight girl”. ¿Por qué cambia la forma de retratar en la TV a las chicas que gustan de otras chicas? ¿Es una forma menos prejuiciosa o el aprovechamiento de una imagen en pos del marketing?
Por Julián Gorodischer
Glamorosas como Carrie & Co. pero ya no en “Sex & the city”, o púberes encantadoras como de comedia de college, pero adaptadas a la salida del closet, o tal vez una morena despampanante que “embelleció las portadas de las revistas Elle y Mademoiselle”, según dicen sus promotores. Así son las lesbianas que estrena la TV, lideradas por la supermodelo Honey Labrador, la lesbiana de “Queer eye for the straight girl” (que se estrena hoy a las 21 en Sony). ¿Ruptura? ¿Qué ruptura? Nunca existió un modelo anterior, aseguran las activistas lesbianas consultadas por Página/12, a quienes les cuesta rastrear incluso a una lesbiana marimacho que haya retratado a las mujeres que gustan de mujeres en la ficción. La nueva ola lleva el signo del lesbian chic que fascina a los productores de moda de las revistas GQ y Vogue, cultores del marketing del lesbianismo ultrafemenino incorporado a la venta de productos. Así son las de “The L Word”, señoras hétero tentadas o chicas al último grito de la moda que experimentan en la cama como lo hacen sus primas hermanas de “Sex and the city”, con poco compromiso emocional en la ciudad que nunca duerme. Imposible clasificarlas a primera vista.
La coloradita Kim de “Sugar Rush” (por I-Sat, los viernes a las 23) es la amiga íntima confundida que sufre menos de lo que se ratonea: “Estoy sexualmente obsesionada con ella”, dice sobre Sugar, la compañera que le tira en la cara su bombacha transpirada. Olivia Hallinan, la actriz que hace de Kim, definió una regla básica de la ficción sobre lesbianas: “En realidad la serie habla sobre la amistad; es que ‘gay’ ya no es una categoría entre los adolescentes”, dijo al periodista Nicolás Artusi. “Lo único que importa es el amor.” Hija de familia disfuncional, como salida de una película de Todd Solondz (madre infiel/ padre ausente), acosada por el hijo de sus vecinos gays, Kim refleja lo que viene: el descenso en la edad de iniciación.
“Sugar Rush” le baja la edad a la lesbiana, animándose a iluminar el momento que la tele retacea: la masturbación femenina (aquí usando cepillo de dientes). “Creo que la serie es polémica –agregó Hallinan– porque asume que una chica de 15 años también tiene necesidades sexuales.” Invitada a comentar series sobre chicas y más chicas, la activista lésbica Gabriela de Cicco (de la Red Informativa de Mujeres de Argentina, RIMA) celebra que la de “Sugar Rush” sea “una piba común y corriente que trata de vivir su historia libremente. No es un personaje acartonado; es fresco. Pero su condición de buena samaritana –dice– me parece negativa; vivir demasiado pendiente de los otros y no tanto de ella no me parece logrado”. Agrega Irene Ocampo, también de RIMA, que “de los modelos de la ficción, la idea de la serie ‘Sugar Rush’ es piola: qué pasa con una chica enamorada de otra que no sabe cómo hacer para que se dé cuenta. Lo mejor viene en las series inglesas”. La amistad transgredida de “Sugar...”, por momentos, parece una versión light del film Fucking Amal (de Lukas Moodysson, 1998), donde dos chicas de pueblo se rebelaban a la moralina dándose besos sobre el puente, sólo que aquí cuesta llegar al clímax. ¿Cuesta pasar a la escena sexual? “Un día estábamos mirando ‘The L Word’ –recuerda De Cicco– y aplaudimos porque por fin había llegado el beso después de tanto tiempo... y encima era un truco para que el chico la besara. ¿La postergación del beso en estas series siempre tiene que ver con la historia?”
Si “Sugar...” es una ficción sobre la inconcreción (entre amiga hétero y homo), “The L Word” (por Warner, los domingos a la 1) adaptó el modelo de escenas sexuales explícitas del “Queer as folk” inglés pero adaptado a mujeres. “En ‘The L Word’, las lesbianas por fin ven sus vidas y sus relaciones en un papel de protagonistas. Este salto no es una evolución, es una revolución”, festejó la periodista Sarah Warn, en el sitio www.aftere llen.com. Allí se asume que la novedad de la serie es haber introducido en televisión “el concepto de bisexualidad, que era tabú, o el del descubrimiento de una orientación sexual dormida”. Con su segunda temporada garantizada desde julio, sin haber despertado grandes reacciones de grupos conservadores, “The L...” fue creada por Ilene Chaiken, lesbiana (igual que la directora Rose Troche), que asumió que solamente contar historias de lesbianas no masculinizadas es una reivindicación. “Nuestra fuerza es que seamos visibles”, dijo. “Es una serie sobre lesbianas, pero para todo el mundo.”
En la serie, Jenny vacila entre seguir con su novio o dejarse llevar por Marina, dueña de un café literario; Bette y Tina, pareja estable, pelean para tener un hijo; Dana teme que su carrera de tenista se termine si el mundo se entera; Shane alterna parejas ocasionales en busca del placer máximo. Todas recuerdan el debate monotemático y la rutina sexual de Samanta en “Sex...”. ¿Nada nuevo (alguna idea original) brilla bajo el sol? Es que el affaire lésbico provee la originalidad que le falta al guión (por lo atípico del caso), con el plus de ver a la ex cándida de Flashdance (Jennifer Beals, que pasó de estrella dancística a ensayista sobre el sánscrito y, ahora, icono gay femenino) acostándose con otras, aunque su contrato la exima de desnudos. “Se le puede decir a la otra mujer: ¿podés poner tu mano aquí para que no se vea?, y ella sabrá perfectamente lo que querés decir, y te lo tapará. A los hombres se les olvida. No conocen el significado de la palabra celulitis”, destacó en una entrevista.
Pese a no perderse las pruebas sexuales de estas chicas, la activista De Cicco es una espectadora en disidencia: “El modelo de ‘The L Word’ no me gusta”, dice. “Todas son muy estereotipadas, de Hollywood, con plata, bien primer mundo. Rescato a Jane, la bardera, medio perdida, pero interesante. Y a Marina, porque si se me para adelante me seduce”. Si “The L Word” es inobjetable en cuanto a ya no pintar lesbianas según el imaginario más retrógrado (la garçon), surgen otras objeciones. “De ‘The L Word’ hay muchas quejas”, sigue Irene Ocampo. “Todas son lindas, flacas, tienen plata, pertenecen a la burbuja gay. Están demasiado encorsetadas. Tiene algo de una ‘Sex and the city’ lésbica: se juntan en el bar, hablan de sexo. Pero el peor modelo de lesbiana de ficción es el de la película Monster, con Charlize Theron; fatalista, condenada a muerte, estigmatizada por lesbiana”.
Honey Labrador, de “Queer eye for the straight girl” que se estrena esta noche, es del tipo “bomba sexual” tan en boga desde la serie a la portada de Paparazzi, donde las vedettes Mariana de Melo y Evangelina Anderson se tocan en bikini. Pero allí el “lesbianismo rendidor” (según tituló esa tapa) está para sumar al deseo de un ratonero que, consultado por Página/12, señala: “Me engancho sólo si las lesbianas parecen gemelas: si interviene el tabú del incesto es mejor”. Dice que alimenta su potencia erótica en esa duplicación, que lo retrotrae a la imagen arcaica del harén.... (bla, bla, bla). Pero Honey, tan pulposa como las chicas de Sofovich que se desesperan por parecer lesbianas, se dirige sólo a chicas: las straight girls (del título) la consultan por sus servicios de “gran dama” en el cambio de look, sólo que sin cirugías ni transformaciones abruptas, sino apenas como un retoque de estilo que mejorará la performance romántica. Igualito a la versión masculina –se ve–, pero con la advertencia de que aquí se cuidarán más los detalles... Honey anula, con su presencia, el prejuicio sobre la marimacho: retoca el maquillaje de la paciente, le regala consejos de belleza...
“Al ser la hija mayor de una madre trabajadora y sola, siempre estuve inspirada por su fuerza, determinación e independencia”, se presentaHoney. “Me dijo que no había nada que yo no pudiera ser o hacer y ella creyó en mí a lo largo de todas las decisiones que tomé en mi vida. Si yo puedo pasar esa misma filosofía a las chicas heterosexuales, habré hecho un gran trabajo.” Su posición de poder (enseñar a tener look) se sale de lo esperable que resultó ver al hombre gay enseñando decoración en “Queer eye for the straight girl”, aunque incomoda por decepcionar una ley de cupos: aquí se incluye sólo a una mujer en un grupo de cinco personas.
Para Honey Labrador, todo se compensa entendiendo qué mujer es la que participa. “Todo se trata de saber qué es lo que significa ser una mujer fuerte e independiente. Comparto mi experiencia, fuerza y esperanza con estas mujeres y no son sólo mis éxitos los que me hicieron quien soy hoy, sino también mis fracasos.” Si bien la activista lésbica María Rachid cree que el lesbian chic (en particular en las de “The L Word”) está alejado de la realidad (ni imperfectas, ni mujeres trabajadoras), asume que el aporte es sustancial para derrumbar prejuicios. Afloran las chicas de tacón, incorporadas al consumo. En esa imagen pasteurizada, ¿hay una pequeña revolución? Es que sólo una compradora compulsiva habilita la incorporación del target lésbico al mercado (en avisos, productos exclusivos, modelos aspiracionales: el fin del estigma). Pero no parece suficiente. “Son barbies sin problemas laborales –sigue Rachid–, sin las cosas que nos pasan a la mayoría. Sin embargo, cuando salió ‘The L Word’ muchísimas mujeres nos reuníamos en conjunto a verla, como experiencia inédita. Si pueden contar una cuestión de discriminación ya es un hecho positivo.”
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