Martes, 19 de marzo de 2013 | Hoy
OPINIóN
Por Martín Salazar *
El Centro Cultural General San Martín es un espacio al que le tengo especial afecto. Hice radio en varias oportunidades en ese edificio, actué en sus salas, dirigí para la primera edición (la primera con espectáculos por toda la ciudad) de Teatro x la Identidad: un pequeño espectáculo en el que cincuenta chicas y chicos de la edad de los niños apropiados recitaban al unísono “Viva la mentira”, de Alejandro Urdapilleta, mientras realizaban pequeñas acciones entre la gente e izaban una especie de carpa, hecha de retazos de ropa, sobre los espectadores, que siempre fueron muchos. Tuve varias reuniones con murgas. Vi también en sus salas espectáculos de vanguardia. Era como el patio de atrás del Teatro San Martín, un lugar donde había y se respiraba libertad, y no había presión para que las cosas fueran de una manera canónica. He ido a varias jornadas interesantes sobre educación teatral, y sobre todo hubo una cantidad de cosas interesantes que me perdí.
Hace un par de años tuve que hacer un trámite en el edificio y subí por las escaleras: además de que pocas veces andan, los ascensores no son aparatos cuyo mantenimiento inspire mucha confianza. Así vi de cerca el estado de dejadez en que estaba el Centro Cultural. Me invadió una enorme tristeza ver esos espacios tan grandes, tan generosos, esperando que alguien los administre como corresponde. En una ciudad tan importante, el CCGSM debería ser una antena receptora de nuevas tendencias, un lugar para valorar las expresiones que no entran en otros teatros o salones más ortodoxos. Todo era desidia y descuido, pero en el sexto piso había un grupo de personas que asistía a una charla de filosofía, mientras en la sala de teatro se armaba la puesta de lo que iba a pasar esa misma noche. En ese piso todo era color, había instalaciones, gente trabajando y muy dispuesta a recibir propuestas para ofrecer ese hermoso teatro, que tenía una grilla de espectáculos muy nutrida y variada, con una selección de propuestas según los días más “taquilleros”.
A esa gente que le infundía vida al espacio la balearon el otro día.
Creo, y es muy probable que me equivoque, que política es que alguien te vote para que uno pueda proponer y hacer algo. Si hay alguien que no está de acuerdo con lo que el ganador propone, se discute hasta llegar a un acuerdo. No que al que no está de acuerdo se le pega, se lo hambrea, se lo mata. Es la manera dictatorial de hacer política: matar al oponente en vez de dialogar.
El conflicto por ese espacio ya lleva demasiado tiempo, y una parte de los interesados está ahí esperando que otra parte vaya a dialogar, a hacer política, pero lo que hicieron hasta ahora es pegar, amenazar, disparar, encerrar. Ojalá ese espacio vuelva a florecer para toda la ciudad, ofreciendo cultura a un precio bajo o gratis para esta hermosa ciudad en la que vivimos. Y por sobre todo, para que la belleza no se vuelva espanto, ojalá se ablande el entendimiento y el corazón de esas personas que deciden que la solución no pasa por las palabras sino por las balas.
* Actor y director, integrante de Los Macocos.
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