Miércoles, 14 de agosto de 2013 | Hoy
KEN LOACH Y PAUL LAVERTY HABLAN DE LA PARTE DE LOS áNGELES, QUE SE ESTRENARá MAñANA
El realizador de Mi nombre es todo lo que tengo vuelve a centrarse en aquellos que le deben a la fallecida Margaret Thatcher su condición de ciudadanos de segunda de la sociedad británica. Y lo hace junto al guionista de sus últimos films.
Por Donald Barclay
Hacía rato que no se estrenaba en la Argentina una película de Ken Loach. Siete años, precisamente. La última fue la muy buena El viento que acaricia el prado, que ponía en escena los comienzos del IRA. Pasaron de largo las dos siguientes (It’s a Free World, 2007; Looking for Eric, 2009, y Route Irish, 2010) y ahora el realizador de Kes, Riff Raff y Tierra y libertad vuelve a la cartelera local con su película más reciente, La parte de los ángeles (The Angels’ Share), ganadora del Premio del Jurado en Cannes 2012. Protagonizada –como suele ser costumbre– por actores sin experiencia previa y ubicada, como alguno de sus films anteriores, en Escocia, La parte... se estrena en Buenos Aires mañana.
La parte... es el undécimo trabajo conjunto de Loach (Nuneaton, 1936) y su guionista de cabecera de las últimas décadas, Paul Laverty (Calcuta, 1957). En el film, el realizador de Mi nombre es todo lo que tengo vuelve a centrarse en aquellos que le deben a la fallecida Margaret Thatcher su condición de ciudadanos de segunda de la sociedad británica. Esta vez se trata de un grupo de condenados por delitos menores, ínfimos en algún caso, uno de los cuales descubre un don impensado, que tal vez permita una salida inesperada a la encerrona en la que se halla. En la entrevista que sigue, Loach y Laverty responden casi como si fueran uno, explicando el origen y sentido del proyecto, las razones de su continuada tarea conjunta y su método de trabajo, desde la escritura del guión hasta la mesa de montaje.
–¿Cómo surgió La parte de los ángeles?
Paul Laverty: –Surgió del enojo que nos causaba a ambos ver el modo en que se trata a los jóvenes de clase baja, media-baja. Actualmente, en Gran Bretaña se sentencia a un número importante de jóvenes a una vida entera sin empleo, es como una condena a cadena perpetua. La falta de empleo es la manera en que la sociedad les hace saber a esos jóvenes que sus vidas no tienen sentido ni importancia. Cuando uno toma contacto con ellos, advierte la frustración, la rabia, la desesperación que esta situación les produce. Pero junto con todo eso coexisten la picardía, la fuerza vital, las ganas de pasarla bien y salir adelante. Eso es lo que, creo, intentamos captar con Ken, esa mezcla de furia, vulnerabilidad y energía vital. A la hora de bajar eso a tierra, nos pareció que un escape de prisión era una linda opción. Y después la historia del whisky, que les daba la posibilidad de salir adelante canalizando sus energías.
–¿Es verdad que la vida del protagonista se parece bastante a la del personaje que representa?
Ken Loach: –Este chico, Paul Brannigan, estaba en prisión cuando lo conocimos. En Glasgow, las peleas callejeras entre chicos son muy comunes, y van armados. Paul había apuñalado a alguien. En cuanto lo vimos advertimos que su fragilidad, su viveza y su carácter le sentaban de perillas al personaje. Por más que nunca hubiera actuado.
–Usar actores no profesionales no es algo precisamente nuevo en usted, Loach.
K. L.: –Vengo haciéndolo desde el comienzo de mi carrera. Si uno quiere representar a alguien de la calle, ningún actor lo va a hacer de manera tan veraz como alguien que realmente viva esa vida. Creo que aquí vuelve a confirmarse, una vez más.
P. L.: –Ken sabe darles confianza a quienes nunca antes actuaron. Es un gran motivador. Es como un buen entrenador de fútbol. Pero no se trata de una técnica, sino de un modo de comportarse, de una empatía natural que él tiene para con cierta clase de gente. Esa empatía surge mucho antes del comienzo del rodaje, de tal modo que cuando da cámara los actores se sienten jugando en su propio terreno.
–Las películas que hacen juntos suelen tener una dosis importante de humor. ¿Lo hacen como modo de contrapesar los componentes dramáticos, propios de las carencias de los personajes?
P. L.: –No, lo hacemos porque en la realidad esta clase de personajes se comportan así, tienen mucho humor. No es algo que pongamos calculadamente, lo ponemos porque es así como se presenta en la realidad.
K. L.: –No es que le pongamos realismo al humor: el humor es parte del realismo.
P. L.: –Hay películas que por querer ser “realistas” suponen que todo en la vida de los personajes debe ser miserable, que no pueden tener ningún aspecto positivo, que tienen que estar todo el tiempo deprimidos. Las cosas no son así en la realidad.
–Loach, ¿qué piensa de la definición que suele darse de usted, en el sentido de que hace “cine social”?
K. L.: –Como cualquier definición, me parece que responde a un intento de encasillamiento y termina resultando tan esquemática como eufemística. Quiero decir, cuando se habla de “realismo social”, en realidad se está queriendo decir que uno filma historias de la clase trabajadora. Porque filmar personajes de clase media o de clase alta también sería hacer “realismo social”. La sociedad no está compuesta sólo por la clase baja, sino por todas las clases sociales. Por otra parte, antes de empezar una película nadie se dice a sí mismo: “Ahora voy a hacer ‘realismo social’. Uno no filma temas, filma historias. Las historias que le gustan, le apasionan o le interesan. A mí suelen interesarme las historias de clase trabajadora. Pero no es algo que me plantee, surge espontáneamente.
–Trabajan juntos desde hace ya casi veinte años. La canción de Carla, la primera película que realizaron, es de mediados de los ’90. ¿Qué es lo que les permite mantener este trabajo conjunto después de tanto tiempo?
P. L.: –Evidentemente, hay una afinidad entre ambos en cuanto al modo de ver las cosas y eso es algo que advertimos muy tempranamente. De todos modos, debo aclarar que no soy el único guionista con el que Ken trabajó en continuidad, también lo hizo en varias películas con otros, como Jim Allen y Barry Hines.
K. L.: –Creo indispensable que exista esa afinidad entre el director y el guionista, se trata de un trabajo conjunto, que además se va puliendo sobre la marcha. No es que el guionista escribe su guión, le pone “Fin” y después viene el director y lo filma. No es como manejar un ómnibus, en el que el director es el chofer que se sienta y maneja el vehículo del guionista. Es trabajo en equipo.
–¿Cuánto de fidelidad al guión y cuánto de improvisación hay en su método de rodaje?
K. L.: –Un poco de ambas cosas. Trato de mantenerme fiel al guión porque creo en él, pero también trato de que durante el rodaje las cosas sean lo más sueltas posibles, para que la película tenga espontaneidad. Curiosamente, a la hora del montaje, corto de tal manera que el resultado termina acercándose mucho al guión original.
Traducción, edición e introducción: Horacio Bernades.
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