EL INDIO SOLARI REUNIó A 130 MIL PERSONAS EN UN CONCIERTO HISTóRICO
Junto al público y a sus Fundamentalistas del Aire Acondicionado, el ex Redondos debió lidiar con las inclemencias del tiempo. El show estuvo atravesado por los clásicos ricoteros, que el sábado abundaron como nunca antes en la carrera solista del cantante.
› Por Juan Ignacio Provéndola
Desde Mendoza
Cuenta el Indio todas las penurias que su cuerpo atraviesa a medida que se acerca la hora de un show. Se descompone, va al baño, demanda asistencia médica, su humor se nubla y siente que la voz se le va. Son apenas distintas formas de procesar algo que su mente no puede terminar de definir: cómo es que logra generar esas adhesiones de dimensiones elefantiásicas, imposibles de describir desde lo estrictamente artístico.
¿Será consciente él de los alcances reales de su propia estrella? No ya de cómo la gente enloquece por procurarse una entrada no bien son puestas a la venta, de la ansiedad por conseguir un lugar donde morar en el destino de ocasión, de los malabares que muchos hacen para hacerse de los días y del dinero para viajar y de las multitudes que recital a recital imponen records que luego serán batidos en la cita siguiente. De eso ya dan cuenta todas las crónicas que nos rodean. La pregunta apunta a saber si él es capaz de viviseccionar el fenómeno e individualizarlo. De sentir en sus botas el trajín del que aguardó colas kilométricas sobre la Ruta 7 para llegar al predio y luego caminó durante horas para llegar hasta el último puesto de control del Autódromo Jorge Angel Pena de la ciudad de San Martín. Del que tuvo que levantar un alambrado para poder salir del lugar y del que tiritó de frío largas horas hasta que pudo volver a la normalidad de una ducha caliente y una remera seca. De darle una dimensión humana al megamonstruo de cientos de miles de cabezas. De sacarle el gorro al diablo, aunque sea engañándolo.
Mendoza fue otra escala más de una liturgia que él genera, pero que lo excede holgadamente, incluso en los aspectos más insospechados. Un ejemplo como argumento: la organización fue todo lo impecable que pudo ser en una cita que congregó a por lo menos 130 mil personas (de las cuales 80 mil ni siquiera eran de la zona donde se realizó el show), y todo estaba preparado para que fuera una fiesta inolvidable. Sin embargo, una pertinaz pero molesta llovizna (transmutada luego en aguanieve) y una temperatura que orilló cero grado volvieron calvario la celebración. Un martirio desde el principio, cuando a las 21.40 el Indio Solari y sus Fundamentalistas del Aire Acondicionado salieron a cruzar el frío cordillerano con “Luzbelito y las sirenas”, el primero de una larga lista de repasos ricoteros que el sábado abundaron como nunca antes en la carrera solista del cantante.
“Tengo un vientito de frente que me congela la lengua, la puta madre”, protestó Solari. Las quejas por las hostilidades meteorológicas fueron el hit de una noche que no será conservada entre sus performances vocales más memorables, a pesar de los esfuerzos del ex Redondos por domar una vena que en ciertos momentos se le presentó esquiva y sobrepasada. Incluso fueron necesarios varios intervalos, uno de ellos particularmente extenso, pues fue necesario despejar del escenario las aguas que el inclemente cielo cuyano les escupía en la cara a los valientes que esa noche se anotaron en una velada histórica.
El helicóptero que sobrevolaba el lugar se posó durante unos minutos sobre la marea humana casi como si estuviese suspendido en el aire. Estaban sacando algunas de las fotos más espectaculares de un show que se convirtió en el más taquillero de la historia de los recitales con entrada paga en la Argentina, superando al que La Renga ofreció hace dos años en el Autódromo de La Plata. Aquel que será penosamente recordado por la muerte de Miguel Ramírez tras haber sido impactado por una bengala náutica.
El Indio dejó escapar su notable conmoción sólo a través de sus constantes palabras de agradecimiento por la “fidelidad” de sus fanáticos, tal fue la única forma de trasuntar expresiones, pues su rostro estaba bloqueado por un espeso gorro con orejeras y unas gafas de aviador de la Primera Guerra Mundial.
Sus canciones solistas, agridulces, densas, cargadas de poesía maldita y sabor a nostalgia fueron apenas la formalidad de un músico que no parece preocupado por el estado civil de su obra. Por eso, luego de despachar alguno de los puntos más celebrados de su experiencia en solitario (“El tesoro de los inocentes”, “To beef ot not to beef”, “Vino Mariani”, “Flight 956”), el Indio descargó ricota a troche y moche, casi como una celebración pagana de un pasado que no tiene tiempo en el presente de las reapropiaciones simbólicas. Con la apoyatura de una banda más ancha y sólida que nunca, hubo un particular ahínco en la trilogía redonda Luzbelito - Ultimo bondi a Finisterre - Momo sampler (“El templo de Momo”, “Gualicho” o el rescatado “Blues de la libertad”), época en la que Los Redondos se presentaban en vivo con dos baterías, tal como sucedió el sábado con las de Hernán Aramberri y Martín Carrizo.
Para el final, como siempre, “Jijiji”, al que Solari azuzó reclamando generar el “verdadero pogo más grande del Universo”. Una oda a la paranoia oscura de tipos que no duermen por las noches, reconvertida en banda de sonido de una fiesta popular llena de luces y colores, aun a pesar del frío y las inclemencias del tiempo. No más que otra contradicción conceptual, tan indescriptible como todo esto que se pretendió explicar.
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