LA TERCERA ORILLA, DE CELINA MURGA, BRILLó EN LA COMPETENCIA OFICIAL
La segunda película argentina en concurso en el Festival de Berlín muestra a la directora de Una semana solos en su mejor forma, narrando el tácito, silencioso enfrentamiento de un hijo contra su padre, que parece haber decidido todo por él.
› Por Luciano Monteagudo
Página/12 En Alemania
Desde Berlín</p>
A un adolescente siempre le cuesta crecer, hacer su camino, valerse por sus propios medios, tomar la justa distancia de sus padres. Pero a Nicolás, un chico del interior, de una pequeña ciudad entrerriana, le cuesta todavía más. No se trata solamente de tener que lidiar con la figura de un padre de temperamento fuerte, que ya parece haber tomado todas las decisiones por él. Sucede también que ese padre lleva una doble vida familiar, como si fuera lo más sencillo, al menos para él: por un lado, tiene a su esposa “legítima” y a un hijo pequeño, y por otro a la madre de Nicolás con sus otros dos hermanos. Y por ser el mayor sucede que Nicolás es el elegido por el padre para ser el sucesor de su posición social, como médico y también como patrón de campo. Esa resbalosa tierra de nadie que pisa Nicolás es La tercera orilla a la que alude el título de la nueva, excelente película de Celina Murga, que ayer debutó en la competencia oficial del Festival de Berlín, bajo el patrocinio de Martin Scorsese, nada menos, que figura como productor ejecutivo del film.
En sus tres películas anteriores –las ficciones Ana y los otros y Una semana solos y el documental Escuela normal–, Murga ya había revelado su ojo afilado y su delicada sensibilidad para trabajar con niños y adolescentes, como si encontrara allí, en esas identidades todavía en construcción, no sólo una inmensa cantera en sí misma sino también un reflejo de las conductas y los modelos que impone el mundo adulto. En La tercera orilla, la directora (acompañada aquí en el guión por Gabriel Medina, el director de Los paranoicos y La araña vampiro) profundiza en esta veta de manera más determinante. A diferencia de Una semana solos donde, justamente, los padres brillaban por su ausencia, en su nueva película Murga los incorpora con fuerza al relato. Por un lado, está Nilda (Gaby Ferrero), la sumisa madre de Nicolás, que acepta con silencio y resignación de pueblo su condición de ser “la otra”. Pero, sobre todo, reina el doctor Reinoso (gran trabajo de Daniel Veronese, en su primer protagónico en cine), clásico pater familias que será la figura especular frente a la cual Nicolás deberá medirse y, eventualmente, enfrentarse. Ese duelo callado, silencioso es para Murga –y esto aparece como una novedad en su cine– su primera incursión en un universo esencialmente masculino.
“En la Argentina es más común de lo que parece la situación de las dobles familias, pero en las ciudades del interior todo está más expuesto. Los secretos a voces se hacen más fuertes, todo el mundo sabe, pero hace como si no supiera nada. Estamos frente a una sociedad muchas veces definida por su machismo y su hipocresía y eso era algo que quería incorporar al contexto de Nicolás”, explicó Murga –entrerriana ella, e hija y nieta de médicos– en la conferencia de prensa que siguió a la primera proyección de la película en la Berlinale.
El gran mérito de La tercera orilla es desarrollar este conflicto únicamente a partir de implicancias, de sobreentendidos. Todo es tácito, implícito. Nada en la película está enunciado, ni mucho menos subrayado. Como ya es su marca de agua, Murga maneja las situaciones como si se tratara de una discreta, pero no por ello menos virtuosa coreografía de miradas. Son las acciones las que definen a sus personajes, no sus discursos (un lastre de mucho cine que, también, es más común de lo que parece). Por caso, el doctor Reinoso –a quien Veronese, increíblemente parecido a Robert Duvall, le infunde una autoridad hecha apenas de pequeños detalles– no necesita gritarle a nadie para dejar en claro que todos los bienes y personas de sus respectivas casas están bajo su control. Todos salvo Nicolás, en quien él ha depositado su confianza (“Yo te tengo fe a vos”, le susurra), pero que será quien, secretamente, se irá sublevando contra ese mandato paterno. Mandato que el doctor Reinoso, por su parte, también ha heredado de su padre y que forma parte de la inmutabilidad de ese mundo al que él adscribe y contra el que, instintivamente, se rebelará Nicolás.
Un poco como el debutante Jonathan Da Rosa en Historia del miedo –la otra película argentina este año en competencia oficial en Berlín, ya proyectada el domingo pasado–, el también neófito Alián Devetiac hace de Nicolás un misterio a develar. Sus sentimientos son casi secretos y toda su energía y su ira están contenidas. Apenas si afloran en la sorpresiva, insólita violencia con que responde en una gresca a la salida del colegio (quizá el único signo en la película de la sombra de Scorsese) y en la furiosa versión que Nicolás canta en un karaoke junto a su hermana de “Rezo por vos”, el himno de Charly García y Luis Alberto Spinetta. Hay que verlo y escucharlo gritar ese tema para darse cuenta hasta qué punto se siente identificado con su letra: “Morí sin morir / y me abracé al dolor / y lo dejé todo por esta soledad”.
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