Lunes, 12 de mayo de 2014 | Hoy
ALEJANDRO DOLINA, UNA DE LAS PRESENTACIONES MáS ESPERADAS
No se mencionaron nombres propios, partidos ni movimientos, pero la política fue uno de los ejes de la entrevista pública con el escritor. Dolina también hizo reír y reflexionar a sus fans con sus comentarios sobre el lenguaje, los miedos y las etapas de su vida.
Por María Daniela Yaccar
Se hizo desear Alejandro Dolina el sábado en la Feria del Libro. Media hora demoró en salir al escenario de la sala José Hernández, la más grande de la feria, donde el periodista Nino Ramella le hizo una entrevista. El público había comenzado a enojarse, a quejarse en voz alta, a aplaudir –“mamá, ¿por qué aplauden, si no hay nadie en el escenario?”, indagaba un niño con la inocencia de quien desconoce ciertos códigos–. Es que, ese mismo día, la gente iba rumbeando de charla en charla y tenía otros planes para más tarde. Pero cuando el hombre de traje negro apareció, todos parecían haber olvidado la demora. El se permitió bromear al respecto: “Disculpen las tardanzas. Vamos a hacer rápido. Fue un gusto estar con ustedes esta tarde. Nos veremos en la próxima Feria del Libro”.
Entonces, su presentación comenzó tarde pero prometedoramente, con una humorada seguida de una carcajada generalizada. En el escritorio que compartían Ramella y Dolina había dos ejemplares de Cartas marcadas, su primera novela (Planeta), que el autor presentó en la Feria en 2012. En esta oportunidad no estaba dando a conocer material nuevo. Esto puede ser una mala noticia para sus lectores, pero fue favorable para la entrevista pública, que recorrió diversos temas. Algo quedó claro: Dolina seduce así hable de capitalismo, lenguaje, política, los miedos, las etapas de la vida. Seduce por muchos motivos, pero sobre todo porque le prueba al público que lo desea –parafraseando a Roland Barthes, cuando habla del texto escrito–, aunque lo haga esperar treinta minutos.
Seduce porque tiene esa manera de pensar que se corre del lugar común, y que lo habilita a mirar el mundo desde el extrañamiento y decir cosas como ésta: “Las empresas hoy se manejan con multiplicidad de gerentes que cuidan su asiento. Entonces no aflojan. No hay un Churchill al frente del supermercado Vea, entonces cada siete días nuestra voracidad aumenta”, respondió a Ramella, cuando el entrevistador le preguntó por qué algunos hombres conservadores, como el político y estadista británico, terminaron sirviendo a causas progresistas. “El sentido común es de derecha, no de izquierda”, dijo, y lo aplaudieron. “Hay elementos conservadores y progresistas en la historia: los progresistas son los trabajadores.”
No se mencionaron nombres propios, agrupaciones, partidos ni movimientos, pero la política fue uno de los ejes de la conversación. A un año de las elecciones presidenciales, el escritor y músico sostuvo que “no hay debate en la Argentina”: “Si usted considera al debate como una sucesión de razonamientos, de tesis, antítesis y síntesis –apuntó, inspirándose seguramente en Hegel–, el cumplimiento de rigores en los procedimientos para demostrar algo, no hay debate en la Argentina. Sin embargo, tiene buena prensa. A cada rato escuchamos gente que dice que es muy bueno que haya confrontación de ideas. Tanto es así que hay gente que dice que va a decidir su voto después de oír un debate. Es absurdo”. También opinó sobre la “derechización de la opinión pública”. Ramella le preguntó si eso está sucediendo efectivamente o no. “Hay épocas en que las ideas un poquito racistas, xenófobas, homofóbicas, violentas y autoritarias permanecen remitidas a su mínima expresión, por circunstancias históricas. Pero en otras épocas aparece un tipo o un medio con esas ideas. Entonces la vieja de enfrente de mi casa dice que no le gustan los morochos, los extranjeros y los progresistas. Y encuentra que la vieja de al lado dice lo mismo. Así organizan un cacerolazo”, reflexionó, aplaudido, de nuevo. Y se refirió al fenómeno de los linchamientos y a lo que es peor: su justificación, a la idea de que se producen por el “hartazgo” colectivo.
El diálogo se desarrolló para una platea de entre 700 y 800 personas. A mitad de la charla, el público seguía ingresando a la sala. Los acomodaba Marcela, una simpatiquísima mujer de seguridad que aseguraba que quería casarse con Dolina y que, en los papelitos que los presentes entregaban con preguntas para el escritor, confesaba su amor y pretendía tentarlo diciendo que sabía cocinar.
“En el debate (político) las malas palabras sirven para evitar el pensamiento”, subrayó Dolina. Y recordó a Fontanarrosa y su célebre reflexión sobre la palabra “mierda” en el III Congreso Internacional de la Lengua Española. Contó que en ese momento disintió con la perspectiva del rosarino. “Si legalizamos las malas palabras anulamos su eficacia. Para mí es indispensable que molesten a las viejas y que se prohíban en los colegios. Me gustan tanto que me parecería un pecado que cayeran en manos de quienes no saben usarlas.” Ramella agregó que, cierta vez, Borges le comentó que la palabra “horizontal” fue una mala palabra. “Un idioma sin malas palabras es un idioma pobre”, remató Dolina, y bromeó con la palabra “horizontal”, claro.
El tramo más autorreferencial de la entrevista estuvo al principio. El año pasado, Cartas marcadas resultó ganadora del Premio del Lector en la feria: más de 10 mil personas votaron a través de Internet por su libro favorito y el de Dolina fue elegido entre veinte títulos de ficción de autores argentinos editados en 2012. Aprovechó este espacio, Dolina, para elevar una queja: “No recibí el premio. No me lo dieron nunca. Sería deseable que los premios que reciben los escritores tuvieran el poder de mejorar la vida del premiado: que den plata, becas”. Contó que el Senado de la Nación también lo premió, que le dieron un diploma. Pero que, en este caso, ni siquiera recibió eso. “Esto es así: ‘Se lo decimos pero medio para que sepa que no se lo estamos dando’: Es parecido a la peor forma del desamor, que no es una ausencia total de comunicación, sino que es aparecerse ante el que te ama, mostrarse y decirle: ‘jamás me tendrás’.” Risas. Y respecto de su novela, imaginó al lector al que le interesa llegar: “El lector con el que sueño es el que no está seguro de nada”. En otro momento, al conversar sobre la relación entre las historias y las biografías de los que las escriben, Ramella le mencionó a Flaubert –quien dijo que Madame Bovary era él mismo–, y Dolina sostuvo: “Siempre podemos demostrar que estamos contando nuestra historia. Yo me di cuenta de que, efectivamente, yo era Madame Bovary”.
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