Lunes, 12 de mayo de 2014 | Hoy
CINE › HOLY MOTORS, DE LEOS CARAX, POR HBO MAX
De paso fugaz por un festival porteño en 2012, ahora se puede ver en pantalla chica esta inquietante y melancólica película que narra, de modo imprevisible, el devenir cotidiano de un actor que utiliza limusinas... como camarines.
Por Horacio Bernades
La edición 2012 del Festival de Cannes fue la de las limusinas. Pero no de limusinas circulando por la Croisette, algo propio del paisaje cotidiano allí, sino en las películas de la competencia oficial. Al menos en dos de las más destacadas de esa edición: Cosmópolis, de David Cronenberg, y Holy Motors, de Leos Carax. La película de Cronenberg, como se recordará, transcurre íntegramente dentro de uno de esos autos que miden como media cuadra. La de Carax no tanto, ya que el protagonista va haciendo paradas, en las que cumple una serie de compromisos asignados. Pero el hecho es que anda en una desde bien temprano a la mañana hasta después de la medianoche, y la película incluso termina con una escena “protagonizada” por un grupo de limusinas. Pero ésa es otra cuestión. Lo que interesa ahora es que Holy Motors se exhibió un par de veces, a fines de 2012, en el Festival de Cine Europeo que todos los años se celebra en Buenos Aires. Eso fue todo en cuanto a su paso por las salas. De allí que sea un pequeño acontecimiento que por estos días pueda vérsela, aunque más no sea, por televisión, en las señales de HBO.
¿Qué hace el protagonista de Holy Motors cada vez que la limusina lo deja en alguna dirección? Actúa. Hace personajes. Algo que al espectador le lleva unas escenas comprender, ya que uno de los temas de la película es, justamente, la fusión o confusión entre vida y representación. La película empieza con un señor hipercustodiado, por lo visto alguien con poder, que sale de su casa por la mañana, se despide de su familia y se sube a una limo negra. Hasta ahí, todo de lo más normal. Lo que no lo es tanto es que el hombre (Denis Lavant, actor fetiche absoluto del realizador de Mala sangre y Los amantes de Pont Neuf) baje de la limo negra y se suba a una blanca, conducida por una elegante señora-chofer, saliendo poco más tarde de allí convertido en una viejita mendicante, encorvada y con bastón. La limusina blanca es su camarín rodante: allí recibe sus asignaciones, prepara sus personajes, se cambia, se maquilla y sale a hacer de viejita, de rarísimo goblin de las alcantarillas (ver foto), de actor de motion capture, de asesino a sueldo o señor agonizante. A la noche le pagan; y al día siguiente, a empezar de nuevo.
“¿Holy Motors cuenta una historia?”, se preguntaba Leos Carax, en una entrevista concedida al diario Libération. “No, cuenta una vida. ¿La historia de una vida? No, la experiencia de ‘estar en vida’.” En efecto, en toda su aparente locura, la película Nº 5 de Carax (cuyo verdadero nombre es Alexandre Oscar Dupont) es la más simple crónica de lo cotidiano: empieza a la mañana, termina a la noche y en el medio cuenta un día en la vida de este buen señor, llamado Oscar, que trabaja de actor. Y a quien se ve, cada vez que se saca la máscara, triste, cansado y solitario. En parte, todo eso es producto de su nostalgia por la época en que las cámaras eran objetos visibles. Así se lo hace saber a cierto intermediario (el eterno Michel Piccoli, que ya estaba en Mala sangre), cuando éste le avisa que sus actuaciones no están resultando del todo convincentes para sus contratistas. Es que en esta distopía (que transcurre en un futuro absolutamente igual al presente), las cámaras dejaron de ser físicas para volverse virtuales.
“Siento nostalgia por los motores y las grandes máquinas visibles”, decía Carax en julio de 2012. Melancolía por un mundo material, no virtual, que se extingue, y en el que la referencia a lo visible explicita la referencia al cine. Cuando cine y vida chocan, la melancolía de Holy Motors alcanza su cenit. Eso sucede a partir del momento en que Oscar ve, en la limusina de al lado, a la mujer que amó, y que trabaja de lo mismo que él. La interpreta la australiana Kelly Minogue, con piloto de melodrama de los ’50 y cortecito garçon, à la Jean Seberg en Sin aliento. Para más datos, el personaje se llama Jean. “Recuperemos veinte años en veinte minutos”, le propone a Oscar, con quien comparte una tragedia del pasado. En 20 minutos, Jean tiene que hacer de azafata en Samaritain, legendaria gran tienda parisina.
Como la Harrod’s de Florida, la galería Samaritain está vacía y en estado de semiabandono, esperando el comienzo de las obras para levantar allí un gran hotel. En ese lugar fantasmal, funeral (no es casual que en un momento Oscar sueñe con un cementerio nocturno), Lavant y Minogue pasean entre las ruinas de un mundo, como lo hacían Liselotte Pulver y John Gavin en la Berlín de fines del nazismo, en la sublime Tiempo de vivir, tiempo de morir, de Douglas Sirk. La desolación de esa gran escena, el sentimiento funerario que va impregnando de a poco toda Holy Motors (compensado, desde ya, por los arrebatos locos e invenciones caprichosas que pueden esperarse de Carax), no es sólo metáfora: tiene raíces personales. No por nada el protagonista se llama alternativamente Alex y Oscar, nombres de pila del realizador, de los que su nombre artístico es anagrama.
Holy Motors interrumpió una desaparición de trece años por parte de Carax. Desaparición motivada por dos derrotas sucesivas. La primera fue artística: su película previa, Pola X, versión de un relato de Herman Melville que Carax presentó en 1999, no fue bien recibida. Aunque cuenta con defensores tan extremos como su colega Jacques Rivette, que la considera, sin más, “la mejor película francesa de la década”. La segunda derrota fue bastante más fuerte y cercana: en 2011, la actriz rusa Katerina Golubeva, coprotagonista de Pola X y su pareja desde entonces, puso fin a su vida. A ella está dedicada Holy Motors, que termina con un arresto de comicidad disparatada. El gesto de quien quiere sacarse la tragedia de encima, de un violento manotazo.
La respuesta de público y crítica ante Holy Motors –en la que Eva Mendes hace un poco de top model y otro poco de Pietà con chador– fue la contraria a la de Pola X. Los que abominan de ella son los menos, y los defensores de Carax no se andan con medias tintas. Uno de ellos es Olivier Père, respetadísimo ex programador de la Quincena de Realizadores de Cannes y actual director artístico del Festival de Locarno, que organizó, en septiembre de 2012, una retrospectiva de la (breve) obra de monsieur Dupont. “Es uno de los grandes creadores del cine mundial”, afirmó Père en esa ocasión. “Y Holy Motors es un viaje fulgurante en el que se mezclan vida y cine, en un grado en el que las emociones y visiones se vuelven extraordinarias.” Un viaje ante el que lo peor que puede hacerse es esperar un trayecto previsible, un decurso conocido, una ruta sin accidentes.
* Holy Motors se verá por HBO Max el próximo viernes a las 22 y el lunes 26 a la 0.05.
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