Miércoles, 24 de septiembre de 2014 | Hoy
NORBERTO FORGIONE DIRIGIó DE SUS QUERIDAS PRESENCIAS
El documental, que se estrenará mañana en el Gaumont, surgió para mostrar “el palpitar, los sentimientos, los sueños y las contradicciones de los distintos protagonistas”, en su mayoría anónimos, de la cruzada del Che Guevara por Bolivia.
Por Ezequiel Boetti
La de su cuerpo inerte sobre un piletón de cemento en las cercanías del pueblo boliviano de La Higuera es una de las imágenes más difundidas del Che Guevara. Tanto que ese rostro anguloso, barbado y con los ojos abiertos, como perdidos en la inmensidad de una utopía caída, se convirtió en un icono del siglo pasado. Pero una de las fotos que ilustran el blog del documental De sus queridas presencias, dirigido por Norberto Forgione y con estreno pautado para mañana en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont, ofrece una visión ampliada, una suerte de “detrás de escena” en la que se ven los cadáveres de dos guerrilleros tirados en el piso, a menos de un metro del revolucionario caído. “Son Arturo y Antonio, de ellos poco se sabe. No son el Che. El nombre de Arturo es René Martínez Tamayo. Se había unido al ejército rebelde en Cuba cuando tenía 17 años, y en la guerrilla se desempeñó como operador de radio en el grupo del centro. Antonio es Orlando Pantoja. Miembro del Ministerio del Interior de Cuba antes de incorporarse, había participado en la preparación de los primeros combatientes de las guerrillas de Jorge Masetti en Salta”, se lee. “De alguna manera, esa foto representa lo que quería mostrar”, dice Forgione ahora ante Página/12.
“Lo que quería mostrar” el cineasta no es tanto la figura heroica del Che, sino más bien “el palpitar, los sentimientos, los sueños y las contradicciones de los distintos protagonistas” de la cruzada guevarista por Bolivia, tal como explica la web. Surgido durante uno de sus viajes a Perú y Bolivia como trabajador del área de turismo, De sus queridas presencias se propone rescatar las figuras de aquellos que acompañaron al Che en su lucha libertadora en Bolivia durante 1967. Forgione recupera sus historias a través de diarios personales, documentos y testimonios de testigos y campesinos locales, empapándose del ritmo cansino y rutinario de aquel espacio donde el tiempo parece estancado.
“En uno de los viajes me enteré de que había geofísicos cubanos y el equipo de antropología forense estaba en Vallegrande buscando restos de la guerrilla del Che. Entonces se me ocurrió ir para ver si podía colaborar y terminé quedándome con ellos durante quince días. Ahí visité varios lugares icónicos, entre ellos la Lavandería. Siempre digo que en ese momento empezó este proyecto, porque cuando me puse a leer las frases no encontré el nombre de ningún otro compañero ni un verbo en plural”, recuerda el flamante documentalista. Claro que aquello ocurrió a mediados de los ’90 y recién consiguió financiación y alistó equipos y logística para el rodaje final –hubo algunas pruebas previas– en 2011. ¿Cuánto cambió la visión de Forgione después de quince años de viajes e investigaciones? “El guión cambió internamente a lo largo de todo ese tiempo. Si la hubiese hecho la primera vez, habría sido un documental que partía de una idealización sin fisuras, pero ahora es otro que lo humaniza, y al humanizarlo tiene todavía más valor, porque muestra a un ser humano con sus fortalezas y debilidades. La idea fue hacer un homenaje a todos, incorporando voces y relatos de compañeros, familiares y lugareños, sin correr del eje al Che”, explica.
–¿Qué le interesaba de esos personajes laterales?
–No diría que me interesaba algo en particular porque los fui conociendo a medida que investigaba, pero como soy psicólogo social, trato de pensar las cosas de manera grupal, así que me interesé en el conjunto. A medida que lo fui haciendo, me consustancié con historias de combatientes, algunos con los que me identificaba más que otros. El Che dejó todo para lanzarse a la vida guerrillera sabiendo lo que significaba eso, y también lo acompañaron médicos, comandantes y combatientes rasos que lo equiparaban disponiéndose a arriesgar lo más valioso que tenían, que eran sus vidas. Me interesé en el grupo en general, más allá de que algunos estén más lateralizados. La idea es que mientras el Che hacía la revolución, la revolución lo hacía al Che.
–¿Cuál era la imagen del Che entre los lugareños?
–Encontré mucha cosa mística, mucho “que el Che me protege”, y también mucho agradecimiento. Otra cosa que me decían es que si en ese momento hubieran sabido de qué se trataba, habrían colaborado de otra forma. Uno no termina de saber si es una forma de unirse al relato o es realmente así, pero lo cierto es que les caía gente que decía que iba a hacer la revolución y ellos no tenían ni idea.
–Más allá de eso, ¿cómo era el vínculo con los campesinos?
–Durante toda la campaña guerrillera, se incorporó voluntariamente solamente un campesino, Paulino Baigorria. Con el resto, por lo general había buen trato, pero no es que lo seguían. Otros, por ejemplo, se relacionaron a través de la venta de distintos artículos, aunque es cierto que varios de ellos escondieron a los sobrevivientes cuando había una recompensa enorme. Los que sí lo seguían eran los cubanos que vinieron con él y algunos peruanos que fueron a entrenar para después hacer la guerra en su país.
–¿La investigación le permitió comprender mejor al Che?
–Creo que el hecho de humanizarlo me permitió comprenderlo mejor. Casi que me pasó lo mismo que con una pareja; al comienzo uno se enamora del ideal, de lo que quiere ver y de lo que el otro quiere mostrar, y en la medida en que bajás a la realidad, conocés más a la otra persona y le vas sacando las investiduras. Y también te conocés más a vos, porque en el proceso de idealización, uno se quita atributos para ponérselos al otro.
–El año pasado se estrenó La huella del doctor Ernesto Guevara, otro documental que se corría del mito para mostrar ribetes más humanos del Che. ¿Cree que está agotada la figura heroica?
–No sé, pero sería piola que se agote. Para mí sigue siendo un icono, pero en algún punto también es utilizado por la derecha cuando lo pone como un artículo de consumo o alguien inalcanzable. Cuando uno se para en la perspectiva de que tiene que venir alguien poderoso e ideal para resolverlo todo, genera parálisis. Y él no pensaba así. Al contrario, creía que sin el apoyo de las masas no se podía llegar a nada. Creo que la idealización paraliza y los ideales movilizan.
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