Miércoles, 24 de septiembre de 2014 | Hoy
LITERATURA › ESTEBAN CASTROMáN, AUTOR DE LA NOVELA EL ALUD
El escritor y editor del sello Clase Turista propone en su nuevo libro un extraño viaje de ácido con un misterio a desentrañar: todos, excepto el protagonista, saben lo que pasó. El contexto son unas vacaciones en una exótica isla brasileña.
Por Silvina Friera
La suma de sonidos y luces amplifican la sensación de felicidad. Hay un clima festivo, regado de alcohol, cuerpos hermosos y música. Joaquín Mercader, un periodista argentino que vive en España desde 2001, viaja a Ilha Grande (Brasil) por trabajo; tiene que escribir para la sección “Viajes por el mundo” del diario El País una mezcla de reseña turística, exploración histórica y crónica en tiempo real de sus experiencias. “Lo más notable del turismo es esa quimera de libertad, hedonismo y excesos que germina en nosotros apenas atravesamos la frontera desde lo cotidiano hacia lo extraordinario. Lapso en el cual abandonamos miserias y ortodoxias para considerar la posibilidad de un mundo perfecto”, afirma el periodista y narrador de El alud (Mansalva), novela de Esteban Castromán que es como una “pepa literaria”, un extraño viaje de ácido con un misterio a desentrañar: todos, excepto el protagonista, saben lo que pasó. “Las vacaciones configuran cierto espacio de redención idealizada; un oasis donde lubricar la percepción ríspida de lo habitual. Días dedicados a no pensar en nada. Como un vacío, como la manifestación de aquel momento soñado que justifica la importancia de lo trivial en las prioridades sensibles de las personas”, anota Joaquín.
“El tiempo del ocio exacerba lo carnavalesco. La idealización de lo carnavalesco tiene sus puntos oscuros: no es un paraíso, un lugar donde todo lo que ocurre es perfecto. Por eso me interesó que en ese ‘paraíso’ emergieran algunos elementos alienantes. Las vacaciones son tempos distintos de la vida que uno tiene; entonces quería ecualizar eso en un relato donde esté ese pasaje entre lo ordinario y lo extraordinario. La irrupción de lo extraordinario hace que la trama avance”, plantea Castromán a Página/12. “Trabajé la narración como si tuviera una cámara en mano; la primera versión era como una desgrabación del periodista, una crónica que iba escribiendo en tiempo real. Por eso está escrita en primera persona. Me gustaba la idea de que los lectores acompañen al protagonista, que se sorprendan en paralelo con lo que le pasa al personaje.” El autor de El Tucumanazo (2012), Pulsión (2011), 380 voltios (2011) y Fin (2009) estuvo de vacaciones en Ilha Grande (Isla Grande), donde transcurre su última novela, que fue finalista del Premio Indio Rico. “Llegué un día de lluvia y no había luz. También hubo un alud y murió gente en una pousada. A partir de esa experiencia de lo real se disparó la ficción. Pasé casi mis quince días de vacaciones intercalando el ocio con la escritura a mano, en mis pequeñas libretas, de lo que iba a ocurrir con ese personaje”, recuerda el escritor y editor del sello Clase Turista.
“Muita locura, amigo, muita locura”, responde uno de los personajes a modo de estribillo cuando Joaquín, aguijoneado por la amnesia postexcesos, le pregunta qué pasó anoche. “El alud funciona casi como una novela clásica de aventuras del siglo XIX: hay una isla exótica, un misterio por develar, unos personajes que van haciendo avanzar la trama y una manera de contar con una velocidad un poco más trip hop. Me interesaba esa cosa rítmica combinada con la brevedad. Esta velocidad es un atributo para esta novela; no es postular ninguna máxima del tipo ‘hay que escribir breve’, sino que para esta historia necesitaba cierta velocidad”, subraya el escritor. “/Respiro agitado no puedo explicar mucho ahora estamos corriendo entre los árboles por caminos llenos de piedras y ramas embarrados todavía por la tormenta/ /respiro agitado no puedo explicar mucho ahora no nos queda otra alternativa que correr escapar/”, se lee con el arrebato sintáctico que experimenta Joaquín. La estructura de la novela alterna las entradas de un diario íntimo, las impresiones del protagonista, con el tono más periodístico de la crónica informativa. “La prosa de Castromán afina, se alza con sonido melodioso en la hamaca en que le suceden los momentos crepusculares, se expande jolgoriosa en las fiestas, llega a su máxima extensión tensa y relajada como las olas en la orilla del mar”, señala Gabriela Cabezón Cámara en el prólogo de la novela.
“El personaje no sabe qué pasa con su trabajo; cuando va a consultar su mail, el usuario no existe. Joaquín es un expatriado que por una cuestión de necesidad va a hacer un trabajo a Brasil, muy cerca de la Argentina, pero es un extranjero de la extranjería, está afuera del afuera. Hay cierta atmósfera paranoica o una fisura por donde ingresan los miedos del personaje, que está sobre una plataforma endeble, casi como si estuviera en una caminata lunar donde se va desinflando involuntariamente, ¿no? Esa plataforma quizá sea la falta de red”, agrega Castromán.
–Joaquín nunca termina de estar incluido en esa isla, en ese ámbito de ocio, ¿no?
–Claro, siempre está como excluido... Es como dormir afuera o espiar por la mirilla lo que está ocurriendo adentro. No sabe lo que pasa en España con su trabajo ni tampoco en la isla. Siempre está como si tuviera un delay, como llegando tarde. De hecho hay una parte en que llega tarde.
–¿Qué implica ese “llegar tarde”, que literariamente puede ser muy interesante?
–Hay un desfasaje entre lo esperable y lo real. El personaje está excluido por una cuestión de tiempo, una línea de tiempo de lo esperable, de lo que tiene que ser el ritmo medio esquizofrénico y alocado de la vida. Ese detener el tiempo, ¿es bueno para el ocio? Probablemente sí, porque aparecen otras reglas de juego durante las vacaciones. La inmediatez tiene que ver con los tiempos televisivos y las redes sociales. La literatura es un campo donde es necesario ese delay, ese espacio de flotación, de gelatina; esa idea de avanzar lento es lo bueno que tiene la literatura y la lectura de un libro. La literatura abre un boquete en el tiempo y el espacio. La literatura es un espacio de redención por fuera de la velocidad hardcore que hay en las redes sociales. La literatura y los libros deberían funcionar como el botón de pausa del control remoto: voy a dedicarme a entrar en esta historia y no estar pendiente de si suena la alarma del celular, si alguien me llama... Hay que evitar la alienación que se vuelve inmanejable. El delay y la literatura se llevan muy bien; es justamente en estos tiempos donde tiene que aparecer un lugar de delay para salir de la falsa idea de que todo tiene que ser inmediato, como si todo lo inmediato importara tanto. La escritura y la literatura es detener el tiempo, parar la pelota y pensar. No necesariamente todo tiene que ser tan al palo, ¿no?
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