LA INAPETENCIA, DE RAFAEL SPREGELBURD, EN LA CARBONERA
› Por Paula Sabatés
Si la interdependencia entre forma y contenido en las obras artísticas pareciera ser aun una discusión abierta, La inapetencia sin dudas deja en claro su postura al respecto. La obra, que Rafael Spregelburd nunca estrenó en la Argentina, toca temas tan tabú como la falta de deseo en el matrimonio o la disolución de la familia como institución ejemplar, y lo hace desde la nada inocente estética del absurdo. ¿Podría haber sido de otro modo? Desde luego que no. No sería nunca tan potente el mensaje si se abordara con una óptica realista. Porque lo bizarro o absurdo deja en claro al menos dos cosas: que aun es difícil hacerse cargo de ciertas cosas por fuera del humor y que muchas de las costumbres humanas no tienen ningún sentido.
Concebida originalmente como una evaluación de la carrera de Dirección Escénica en el ex IUNA (ahora declarada Universidad Nacional de las Artes), la obra lleva el sello reconocible de Spregelburd, responsable de otras locuras teatrales como Spam, Apátrida, Todo, La estupidez, La modestia, Lúcido, El pánico y Bizarra. De corta duración (menos de una hora), descoloca al espectador desde la primera escena, que muestra a la señora Perotta charlando con su marido sobre la posibilidad de adoptar un hijo. “Cuando uno adopta, por ejemplo, puede elegir el sexo del chico. Podríamos tener una nena, qué bendición sería”, dirá ésta a su esposo, como si se tratara de algo que no tienen. En escenas posteriores, sin embargo, el público descubrirá que el matrimonio ya tiene una hija mujer o incluso quizá más de una. Ambigüedades discursivas como esa se sucederán todo el tiempo, obligando al espectador a abandonar cualquier pretensión de lógica pasados los primeros cinco minutos.
La puesta de Bertani acompaña esta voluntad del autor, que escribió esta comedia breve como parte de la Heptalogía de Hieronymus Bosch, una exploración personal sobre los siete pecados capitales. La protagonista –una lúcida Mónica Driollet– se ve tentada a experimentar con cueros y látigos impulsada por sus amigas más jóvenes y sus hijos (¿cuáles?, ¿cuántos tiene?, ¿dónde están?), que le recomiendan el sadomasoquismo como forma de placer. Y el director, astuto, escenifica ese primer acercamiento de la mujer tradicional a la práctica extravagante de forma extrema: quien la introducirá en el hábito será un actor pelado, con panza, luces navideñas que le cuelgan de collar y una pistola de luz estilo Star Wars. Así será todo en la puesta: kitsch, extremo, inesperado. Así serán también las actuaciones, todas ellas buenas, de Driollet, Osvaldo Camino, Nayla Spíndola, Diego Gens, Javier Piazza, Julieta Halac y Natalia Gómez.
Claro que, como se dijo, lo absurdo y lo bizarro no son elecciones para nada inocentes. Su incremento a lo largo de la obra ayuda a potenciar al extremo el final, que recuerda a aquel terrible epílogo de La omisión de la familia Coleman, de Claudio Tolcachir (al fin y al cabo ambas piezas hablan casi de lo mismo, aunque la segunda sea hiperrealista...). Como en aquella, en La inapetencia nadie se hace cargo de nada, y menos de esa sensación que describe el propio título de la obra. La realidad es una molestia tan grande que nadie quiere ver y entonces es preferible callar, hacer como que nada pasa. Sólo que pasa de todo. No es casualidad que ambas obras fueran escritas a principios del 2000 como respuesta a la crisis existencial que dejaron los ’90 y formen parte de aquel teatro al que los académicos llaman “de desintegración”. Ya lo dijo el mismo Spregelburd cuando, a propósito de esta obra, sentenció: “Intenta dar testimonio de la caída del orden Moderno, un orden que creíamos el nuestro, formulando las preguntas que acompañan a nuestra propia turbulencia. ¿Dónde está la desviación cuando ya no hay centro? ¿Es posible la transgresión cuando no hay ley fundante?”.
De Rafael Spregelburd
Elenco: Mónica Driollet, Osvaldo Camino, Nayla Spíndola, Diego Gens, Javier Piazza, Julieta Halac y Natalia Gómez.
Escenografía: Nadia Farías.
Iluminación: Jessica Tortul.
Vestuario: Rosana Bárcena.
Asistencia de dirección: Daniela González.
Dirección: Martín Bertani.
Sábados a las 21 en Teatro La Carbonera, Balcarce 998, esquina Carlos Calvo.
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