JAMES IVORY HABLA DE “LA CONDESA BLANCA” Y DE SU PROXIMO FILM, A RODARSE EN LA ARGENTINA
El director de Lo que queda del día se reivindica como ciudadano de Nueva York y cuenta cómo fue filmar en Shanghai La condesa blanca, mientras prepara en Buenos Aires una nueva película con Anthony Hopkins.
› Por Luciano Monteagudo
“Esta es mi segunda visita a la Argentina; vine dos años atrás, más o menos para esta misma época”, recuerda sin particular entusiasmo James Ivory, cómodamente instalado en un modesto hotel de Barrio Norte. Es de mañana temprano, disfruta un capuchino y viste jogging y zapatillas, algo impropio podría pensarse en un director que –desde Lo que queda del día hasta Maurice pasando por Un amor en Florencia– parece haber nacido para filmar gente en smoking. Pero a los 78 años, Ivory conserva cierta elegancia natural que va más allá del lugar o la ropa que lleve puesta.
Está, además, en pleno plan de trabajo, buscando escenarios para una nueva película protagonizada por Anthony Hopkins y que filmará el mes que viene en alguna estancia de la provincia de Buenos Aires. Hombre particularmente reservado, de respuestas más bien breves y puntuales, prefiere no explayarse demasiado sobre ese futuro inmediato (ver aparte), pero accede a hablar con Página/12 de La condesa blanca, su último largometraje hasta la fecha, una historia de Kazuo Ishiguro ambientada en el Shanghai de los años ’30 y protagonizada por Ralph Fiennes y Natasha Richardson, que se estrena hoy en Buenos Aires.
–¿Qué lo llevó a viajar a Shanghai y filmar La condesa blanca?
–Después de nuestra colaboración en Lo que queda del día, con Kazuo Ishiguro nos quedamos con ganas de volver a trabajar juntos. Con Merchant teníamos los derechos de una novela del escritor japonés Junichiro Tanizaki, El diario de un viejo loco, y le ofrecimos hacer la adaptación, pero no quiso. A cambio, nos dijo que prefería escribir un guión original. Y como todavía estaba atravesando su “fase Shanghai” (su última novela, Cuando fuimos huérfanos, transcurre allí), a Shanghai fuimos. ¿Por qué no?, pensé. Nunca había estado en China y me interesó mucho lo que escribió, el ambiente, la atmósfera. El abuelo de Ishiguro fue un comerciante japonés en la concesión internacional de Shanghai y su padre estuvo allí de niño, y por lo tanto él heredó un montón de historias, recuerdos y fotografías familiares.
–¿Le pareció que La condesa blanca se relacionaba con otras de sus películas?
–Me debe haber causado esa impresión, sino no me hubiera sentido atraído a filmar la historia, pero es verdad que es el primer film de guerra que hago, al menos la última parte, cuando Japón invade China. Era un guión muy ambicioso y mi preocupación era la de poder hacer todo lo que el guión pedía. Pero una vez más me dije: “¿por qué no?”. Quise probar, porque me di cuenta de que en el fondo, como usted dice, no era algo tan distinto a lo que había hecho antes. Finalmente, es la historia de un grupo de extranjeros en una cultura ajena, tratando de llevar adelante sus vidas, de resolver sus problemas económicos, sentimentales, de clase.
–Usted nació en California, pero a diferencia de muchos de sus colegas ha filmado sobre todo en Europa y en la India. Incluso hay muchos periodistas que lo creen inglés. ¿También usted se siente, como sus personajes, un extranjero en una cultura ajena?
–No, para nada. Siempre me ha gustado viajar, estar en lugares diferentes y conocer otra gente, pero de hecho siempre viví en Estados Unidos. Viajo mucho, pero nunca pasa demasiado tiempo sin que vuelva a mi casa en Nueva York. Y allí sigo con mi vida. En cuanto a los que piensan que soy inglés, deberían al menos leer las gacetillas de prensa. Allí dice claramente que nací en California. A pesar de lo que digan, no me siento un director europeo. También hice películas en Estados Unidos.
–En La condesa blanca convocó a un gran director de fotografía, Chris Doyle, que ha trabajado con grandes directores asiáticos, como Wong Kar-wai, pero que parece de un estilo no tan clásico como el suyo...
–Pero es que el estilo de Doyle es clásico, es muy clásico diría. Sus composiciones, sus encuadres son clásicos, a pesar de que sus métodos de trabajo están muy lejos de serlo. Pero lo que finalmente se ve en la pantalla tiene un equilibrio clásico. Había que lograr un equilibrio, el justo estilo visual entre el gran cuadro histórico y el drama íntimo y Christopher Doyle lo consiguió. Es verdad que utiliza recursos muy variados y que siempre está buscando lo que él llama “el jazz” de una escena, su tono y su ritmo particular, pero siempre consigue equilibrar la balanza. Si confiamos en él fue porque La condesa blanca, en algunos aspectos, es muy distinta a lo que yo había hecho hasta ahora y su cámara también aporta a esa novedad. Además, habla fluidamente chino, lo cual era una ventaja considerable para una película como ésta.
–Hay también una sorpresiva escena de animación...
–Sí, también fue una sorpresa para mí. Originalmente, no estaba en el guión, pero cuando quisimos ilustrar el deseo de viajar de Katia, la hija de la protagonista, fue precisamente Chris quien sugirió la idea de hacer animada esa secuencia. Y encontramos a un artista chino en Nueva York que “pintó” esa ensoñación de Katia en un estilo a la vez tradicional y contemporáneo.
–¿Cómo fue eso de tener a tres actrices de la estirpe Redgrave en una misma película?
–Elegimos a Natasha Richardson no bien leímos el guión. Y después me pareció que Vanessa, su madre, podía ser una excelente Vera, la tía aristocrática que comparte sus penurias en Shanghai. Por suerte, Vanessa estaba libre y se sumó al proyecto. Y después pensamos “bueno, ahora vamos por toda la familia” y hablamos con Lynn Redgrave, su tía, para el papel de Olga. Nos parecía perfecto, y lo fue. En la vida real, la verdad es que no son muy cercanas, porque cada una tiene su vida y su carrera –todas muy intensas, por cierto–, y formas muy distintas de encarar su trabajo. Pero una vez que estuvieron las tres juntas en el mismo set e interpretando a miembros de la misma familia me di cuenta de que se apoyaban mucho las unas en las otras, que se protegían mutuamente. No había celos ni nada parecido. Sabía de antemano que Natasha estaba bastante nerviosa por tener que hacer varias escenas frente a su madre, que se sentía un poco intimidada, pero después de algunos pocos ensayos me di cuenta de que todo iba a salir bien.
–¿Y se siente cómodo ahora que va a filmar por cuarta vez con Anthony Hopkins?
–Sí, la verdad es que estoy muy tranquilo. Es un perfeccionista total, piensa cuidadosamente todas y cada una de las posibilidades de sus personajes y entiende muy bien qué es lo que necesito en cada escena. No podría decir que pensamos como una misma persona, no es exactamente eso, pero es algo parecido. Nunca tenemos discusiones. Por el contrario, su trabajo hace crecer mis personajes, los enriquece. Tampoco me pide demasiadas instrucciones. Le basta con leer el guión para saber qué necesito de él. Como director, me he encontrado con que algunos actores a veces piden ayuda. O por el contrario, no la piden e imaginan un personaje de una manera equivocada y uno los tiene que corregir. Con Hopkins, afortunadamente, no se trata de ninguno de los dos casos.
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