Dom 03.09.2006
espectaculos

LA ACTRIZ MARIA ONETTO HABLA SOBRE LA INTIMIDAD DE SU NOTABLE PROCESO CREATIVO

“Lo intenso es un valor que está en mi naturaleza”

Se crió artísticamente en el teatro, ganó masividad con su participación en la tira Montecristo y desde el jueves se la verá en el film Cuatro mujeres descalzas.

María Onetto, actriz de Montecristo y Cuatro mujeres descalzas (película que se estrena el próximo jueves), sorprende por la autoconciencia en el proceso creativo: cada gesto y quiebre de la voz parecen calibrados en función de “la interpretación”, haciendo del propio cuerpo la tábula para experimentar. El encuentro será perfecto para eludir el típico tono promocional, que suele indicar el abordaje de argumento y anecdotario relacionados con el film de Santiago Loza. En cambio, se emprenderá la búsqueda del quid de la actuación. ¿Qué quiere una actriz? Esta mujer es de una extrema timidez, o un cándido sentido del pudor, que se hacía presente tempranamente en los bailes y el club de la adolescencia cuando la invitaban a fumar, a drogarse o a tener relaciones sexuales. Su inadecuación (y la consecuente búsqueda de estrategias para mostrarse: ¿qué otra cosa es actuar?) la llevó a formular una teoría que aplica a sus alumnos de actuación. “Soy una persona muy tímida –asume– y siento que mis mejores alumnos también son los más tímidos. Para soportar ser mirados recurren a estrategias artísticas; no se exhiben por vanidad o belleza sino para dar con el hecho artístico.”

En Cuatro mujeres descalzas (donde es parte de un grupo de damas cruzadas al azar, dedicadas a explorar sus estados anímicos en un retiro voluntario de la productividad) y en Montecristo (como la esposa del apropiador) demostró la capacidad de atraer el primer plano ya sea gracias al don de la fotogenia o a su vocación de representar el dolor. Se ilumina cuando piensa en la actuación como una “celebración del existir”.

Es atípica para los sets de TV, por provenir de una cuna teatral que incluyó la participación en La escala humana (Javier Daulte), Donde más duele (Ricardo Bartís) y Nunca estuviste tan adorable (también de Daulte). Y lo que transcurría como una conversación más o menos corriente sobre el método de actuar en cine y en TV, el compañerismo y la llegada de una fama súbita dará lugar al clímax de la reunión. “Lo intenso –revela Onetto– es un valor que está en mi naturaleza y, en la vida, me veo obligada a moderarme porque no se puede estar tan involucrada con las personas y con las cosas, y porque en estos tiempos hay una idea cool del vivir. Y yo me identifico con un sentido más clásico o antiguo de las cosas. Hay una apariencia en mí, una cierta inocencia, con la que ya no me peleo. Si alguien es inteligente y sensible se va a dar cuenta de que soy ingenua... pero no boluda.”

Su irrupción al estado de masividad llegó con el personaje de Leticia, esposa del malísimo de la tira Montecristo (Oscar Ferreyro); encontró inmediata aceptación en el justo aire desaprensivo en permanente tensión con el deseo de ayudar en la búsqueda de una venganza para Santiago (Pablo Echarri, injustamente apresado en Marruecos y de vuelta en Buenos Aires para castigar a sus verdugos). Si bien Onetto se ganó una celebración unánime por la cualidad de representar lo etéreo, en un “fuera de sitio” atribuible a su neurosis depresiva o a su principio de psicosis según la gravedad del diagnóstico, también tiene a su cargo el arquetipo de “la esposa” (junto a Virgina Lago, Elena) reiteradamente eximida de culpa y cargo por la ficción desde los años ’80 a la actualidad (según objetaban algunos miembros de H.I.J.O.S. en un debate reciente publicado por Página/12).

–¿Qué está pasando con la madres desde Norma Aleandro en La historia oficial a las sufridas de Montecristo, a las que se quita toda pátina de complicidad?

–Leticia está claramente en contra de lo que hizo su marido. Pero por su fragilidad psíquica es incapaz de enfrentar esa situación. Pero es verdad que si uno se fija en intervenciones públicas como las de Cecilia Pando, se da cuenta de que actoralmente sería un modelo superpotente que no llega a la ficción. Es verdad, sin embargo, que no es madre. Y que esa zona de la maternidad podría estar funcionando como límite que no se puede traspasar. A mí no me parecen inverosímiles las posiciones de Montecristo, y creo que son situaciones que existen. Tal vez próximos trabajos puedan completar este abanico de posibilidades que empezó a abrirse.

–¿Qué quiere esa mujer (Leticia)?

–Tiene una neurosis depresiva, pero yo creo que es alguien que no puede incorporar la participación de su marido en la apropiación de menores durante la dictadura y, entonces, se impone mecanismos de defensa que la llevan a vivir hipnotizada, negando que su hijo pueda estar involucrado en un crimen. Trabajando una escena de Tío Vania, de Anton Chejov, con unos alumnos, entendí que Sonia, la fea, no quiere saber la verdad sobre un amor no correspondido. La idea de verdad es algo complejo; no todo el mundo dice la verdad, hay mecanismos de pequeñas dosis de mentiras diarias. ¿No será mejor la incertidumbre? ¿Así por lo menos tengo esa esperanza?, diría Sonia.

La película de Santiago Loza, que antes dirigió Extraño, la confrontó con el silencio, con pocas referencias de tiempo, lugar, motivación, en revisión de sus estados anímicos como todas estas mujeres en un alto del camino. Loza se detiene en sus gestualidades, en su autorreferencialidad, por fuera de una acción dramática tradicional que renovaría sus conflictos y sus tensiones. Cerca del vacío, María Onetto actuó sin hacerse preguntas sobre qué, cómo y dónde lo estaba haciendo, coordenadas que operan sobre todas las profesiones y rigen los comportamientos en sociedad. No allí, donde su naturaleza expresiva estuvo a sus anchas “en situaciones expuestas con poca máscara, como en un devenir. Mi aspiración como actriz es la versatilidad, aunque un productor me haya elogiado que sufría bien”.

Llevarse bien con el dolor es, para Onetto, una experiencia estimulante. En el rodaje de Cuatro mujeres... se dejaba arrastrar por el placer de investigar sus estados anímicos. “Santiago Loza tiene una mirada sobre lo femenino que me interesa: estas mujeres están decididas a no producir, se dejan llevar por cómo se sienten, emparentadas en ese aspecto con Extraño y en la voluntad de investigar por qué están angustiadas, como señal de que algo está pasando”, dice. Esa exploración de estados internos contrasta con su primer valor en su faceta civil: priorizar la producción, acatar las reglas del ser social. Si en el cine y el teatro le tocan con frecuencia roles de desplazadas y mantenidas, su vida cotidiana circula por la vereda opuesta. “Durante el día decido acallar, corregir o resolver mis angustias haciendo todo tipo de terapias.”

Hasta aquí, Onetto abrió las puertas a un trabajoso sistema de composición, pero habría que agregar un don, el de la fotogenia, extraña capacidad de una imagen de producir sentido e intensidad ante una foto fija o móvil. También podría atribuirse a la capacidad de algunos seres u objetos de transmitir tensión en el estatismo, de significar estados alterados en la quietud o el embotamiento. “Hablando con algunos actores de Montecristo me di cuenta de que estaban superentrenados en cómo posicionarse ante la cámara. Y a mí me conviene ser más ingenua con respecto a todo eso, así como en el teatro no hago complicidad con la gente ni rompo la cuarta pared. Yo me planteo: tiene que ser muy interesante lo que yo haga para conseguir la mirada sin tener que irla a buscar directamente. Lo mismo me pasa con la cámara.”

–¿Sobreexigente hasta con su propia imagen mediatizada?

–Son estilos: ahora entiendo un poco más a la cámara, sé que tengo que confiar que si los ojos están habitados de lo que está pasando van a narrar y, si la cámara los toma, no hace falta mucho más para que estén en situación. Si uno precisa por dónde va el campo del imaginario, aparecen distintas tristezas habitadas de manera diferente; surgen signos que distinguen la razón de esa tristeza. Eso es lo que produce la verdad.

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