EL CANARIO LUNA, ANTES DE SUS SHOWS
“Soy como los jugadores de antes”
El oriental, marca registrada del carnaval uruguayo, viene para recorrer su repertorio más clásico, donde brillan perlas como Que el letrista no se olvide y el Cuplé del timbero.
Por Cristian Vitale
Canario Luna se ofende si lo llaman “señor”. No importa si se le explica que, de este lado del río, es una estrategia irónica para distender una conversación, más que un formalismo acartonado. El impone otro código. “Dígame compañero, por favor. Soy un compañero, sí”, se le oye decir del otro lado del teléfono. Tal vez necesite certificar dos cosas: por un lado su condición de tipo de barrio, sencillo y coherente, y por otro, su procedencia política. Leyendas callejeras montevideanas hablan de él como un comunista más amigo de la ginebra cortada con limón que sirven generosamente en los bares del puerto que de las luces apabullantes del Este. “Yo me crié en la calle, viví en conventillos y vendí diarios. La calle es la mejor escuela de la vida, porque si te caés y te pegás la cabeza contra el cordón de la vereda, te duele mucho y no querés que te vuelva a pasar. A mí pasó una vez y listo, no me pasa más”, determina.
Gracias a su inconfundible voz –potente y chillona– y a su militancia de empedrado, Canario se ha convertido en un cantante amadísimo en Uruguay. Apenas editó tres discos durante su poca prolífica trayectoria (Todo a mono, 1986; Otra vez carnaval, 1986, y Por la vuelta, 2000), pero temas como Que el letrista no se olvide, Reír llorando, el Cuplé del timbero, El Alacrán o Brindis por Pierrot están soldados con duro estaño en el imaginario popular celeste. “La gente se identifica con el Cuplé porque es la vida... el que fuma se está timbeando la vida, el que toma y el que se casa también, porque piensa que va a estar mejor y cada vez está peor. Siempre te timbeás algo.”
–Nunca olvida mencionar que le debe la vida al Carnaval. ¿Por qué?
–Porque gracias a él soy Canario, o sea, yo. Muchas veces me cruzan por la calle y me gritan “chau Washington”, y yo sigo de largo. No me acuerdo que me llamo Washington.
Pero sí, efectivamente se llama Washington, y cruzará el charco por primera vez este año para mostrar una vez más su festivo repertorio de murgas y candombes, secundado por músicos de Repique, Araca la Cana, Los Diablos Verdes y Curtidores de Hongos. La cita es mañana y el sábado en el ND Ateneo (Paraguay 918) a las 21, y su idea es apelar a los clásicos más que a las canciones “más recientes” que pueblan Por la vuelta. “Ese repertorio lo estamos preparando para la gira que vamos a hacer en breve por diecinueve departamentos de Montevideo. Tal vez los lleve a la Argentina el año que viene”, informa, y justifica: “Es que es un show muy completo, con tambores, bailarinas, escoberos. Un espectáculo para teatro, casi no llegamos a armarlo”.
–Reír llorando, uno de los temas más conmovedores de su repertorio, no pertenece a Por la vuelta, y sin embargo no lo toca nunca. Tampoco lo hará ahora. ¿Cuál es la razón?, ¿por qué se niega?
–Lo grabamos y nunca lo hicimos, es cierto. Y creo que no lo vamos a hacer nunca. Es tan divino que no da para un show. Los recitales tienen que ser alegres y este tema es muy profundo, triste. Es un tema que funciona para cuando estás medio bajón, para ponerlo en tu casa, escucharlo y detonar algún recuerdo.
–¿Es nostálgico?
–No. Yo cuando tengo hambre tomo vermouth y cuando estoy triste me río más que nunca. No me gusta la tristeza. Me levanto, me baño y tomo mate con la patrona y los perros al lado. Nada de rollos.
–¿Pero no ha tenido golpes tristes en su vida? Reír llorando denota una melancolía profunda, casi desesperante, y usted la canta con el alma.
–El golpe más triste fue cuando me caí y rompí la botella (risas). “La vida continúa y el circo nunca para”, dice el refrán, ¿no?
El viejo murguero, obsesivo jugador de quiniela y ruleta, está por cumplir 67 años y lleva 41 conviviendo con “la patrona”, como suele llamarla.Tiene dos hijas –una de 40 y otra de 39– y un varón de 32. Considera las comparsas de los negros como lo mejor del Uruguay y, en cierto punto, se autoidentifica como un defensor de viejos códigos. “Cuando estoy por tocar hago como los jugadores de antes, no como los de ahora, que tienen un montón de caprichos... si no es con Adidas no juegan, si no es con la mejor pelota tampoco. Yo me pongo los zapatos y salgo. No me gustan la bulla ni el cartel y cuando tengo que decir algo, lo digo sin drama.”
–¿Por qué marca esta diferencia generacional?
–Porque acá en Uruguay es pura rosca, y yo no entro en ésa.
–¿Con Jaime Roos nunca más?... pocos olvidan la versión que hicieron juntos de Brindis por Pierrot o Son de mi Cuba...
–No sé quién es. No tuve la suerte de conocerlo.
–¿Es cierto que no quedó contento con los últimos carnavales montevideanos?
–Es que cada vez se respeta menos al obrero. Los trajes son cada vez más lujosos, y existe la costumbre de hacer que se note frente al que menos tiene. Desgraciadamente, todos cantan canciones de izquierda, pero hay mucha mentira en eso. Para ser de izquierda, tenés que actuar como izquierdista, sino no sirve para nada. Se divide la teoría de la práctica. Además, se ha perdido el compañerismo entre la gente.
–La última vez que tocó aquí, subió a escena con una banderita del Frente Amplio pintada en la cara. ¿Cuál es el balance que hace hoy, después de 150 días del Frente en el poder?
–Yo no tuve la suerte de estudiar, pero me doy cuenta de que en tan poco tiempo no puede hacerse mucho. Los que tenían que hacer algo por el país pasaron 160 años robándose todo, ¿cómo lo arreglás? Hay que esperar: esto no es soplar y hacer botellas.