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Miércoles, 13 de septiembre de 2006

ENTREVISTA A SILVIA SIGAL, AUTORA DE “LA PLAZA DE MAYO. UNA CRONICA”

“La lucha por los sentidos continúa”

La socióloga analiza la construcción de los múltiples imaginarios históricos marcados por este espacio público.

 Por Silvina Friera

El poder celebró la Patria; la Iglesia rindió honores a Cristo y grupos grandes o pequeños, pacíficos o violentos, reclamaron ante las autoridades. Testigo de los acontecimientos más trascendentales de la vida política y social, lugar ideal para que los manifestantes sean vistos y oídos, quizá prevalezcan dos imágenes potentes asociadas a este espacio público emblemático de la ciudad: los obreros peronistas con “las patas en la fuente” y las rondas de las Madres con los pañuelos blancos. En La plaza de Mayo. Una crónica (Siglo XXI), la socióloga Silvia Sigal analiza la construcción de los múltiples sentidos históricos de la plaza, que se revela a la vez como espacio de poder y punto de encuentro de la comunidad. El libro, que será presentado por Mario Wainfeld (ver aparte), Tulio Halperin Donghi, Carlos Altamirano y la autora hoy a las 19 en el C. C. de la Cooperación (Corrientes 1543), adquiere mayor actualidad por el reciente acto de Blumberg. En la contramarcha, Luis D’Elía transformó la escena de un conflicto en el objeto de ese conflicto, cuando dijo que “la plaza no es de los asesinos del proceso militar y oportunistas políticos, sino que es de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y del pueblo”.

Sigal (que es porteña y vive en París desde 1973, donde es investigadora del CNRS y miembro del Centre d’Etudes des Mouvements Sociaux de l’Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales) observa que los piqueteros introdujeron algo nuevo, el conflicto por la Plaza, y plantearon, por primera vez, un interrogante capital: ¿De quién es la Plaza? El intento de responder esta pregunta revelaría una suerte de dilema o de juego de suma cero. “La lucha por los sentidos continúa. A esta altura resulta evidente que en esta puja entre las distintas memorias en disputa, con sus respectivas significaciones, nadie gana. Quizá la plaza sea sólo de las palomas”, bromea la socióloga en la entrevista con Página/12.

–¿Nunca se impone un significado?

–No. La pregunta de quién es la plaza no se puede contestar. Fue escenario de muchísimos acontecimientos, la plaza de la patria, la plaza peronista, la plaza de las Madres, que se sumaron sin anularse mutuamente. Esta acumulación se produjo sin roces por la originalidad de la Plaza como espacio público. El 17 de octubre es impensable sin la plaza, que no simboliza sino que representa un acontecimiento. Como lugar público en el que no existen normas que cristalicen su estatuto simbólico, que lo clausuren, permanece abierta la posibilidad de incluirlo en nuevas relaciones significantes o memorias. Pero como contrapartida, sus sentidos no son unívocos ni se circunscriben a lo simbolizado. La Plaza significa exclusivamente en los instantes en que la memoria es activada.

–¿Esta activación de la memoria es propia de la Plaza?

–No, se puede afirmar lo mismo de cualquier espacio público. No es propio de la plaza, o bien, es propio de la plaza en tanto lugar público. ¿Por qué tiende activarse la memoria? Precisamente porque son lugares públicos que tienen un uso cotidiano. Y las protestas están destinadas a ser vistas y oídas, porque como se pregunta Pierre Favre: “¿Qué sería una manifestación que no fuera vista por nadie?”.

–Usted identifica tres plazas: la patriótica, la peronista y la de las Madres. ¿Por qué no incluye el 19 y 20 de diciembre de 2001?

–No sé lo que va a suceder dentro de cincuenta años, y de manera totalmente arbitraria (porque no hay modos de identificar sentidos que no sean arbitrarios), me parece que en la plaza de diciembre de 2001 no hay un trabajo sobre la memoria y tengo la impresión de que no será una plaza duradera. Los significados no son entidades adheridas, abstractas, que están allí porque sí, son productos socialmente construidos.

–¿Por qué el poder político y el religioso no pudieron apropiarse de la plaza?

–Nadie habla de la plaza del poder ni de la plaza de los católicos. Los sentidos o memorias de la Plaza emergieron tan sólo de acontecimientos “socialmente seleccionados”. Y esta expresión intencionalmente vaga nos estaría indicando que es imposible saber cuáles de estas memorias están destinadas a perdurar. ¿Quién se acuerda de que la plaza Once fue bautizada así por el 11 de septiembre de 1853, fecha de la revolución que marcó como pocas la historia argentina, como señala Tulio Halperin Donghi?

En el libro, Sigal pasa revista a las costumbres públicas y políticas que encuentra en su recorrido histórico por la Plaza. Como toda rememoración, la del 25 de mayo de 1811 le otorgó al acontecimiento un significado con pocos matices y escasas asperezas. “En la disputa por la primera versión pública del 25 de mayo intervinieron varias voces, algunas más potentes que otras, pero quienes más habían bregado para conmemorarlo, los morenistas, no estaban ya en el poder para imprimirle un contenido quizá más jacobino.”

La socióloga se detiene en el uso del balcón de la Casa Rosada, irresistiblemente vinculado con el 17 de octubre de 1945, aunque, en realidad, el primero en dirigirse desde allí, ante una multitud, fue el general Uriburu, quien “inauguró la palabra como vínculo entre un jefe de gobierno en el balcón y una plaza adicta y repleta”.

–¿Cambió el sentido de la Plaza con el gobierno kirchnerista?

–No me parece que haya ninguna diferencia notable; significa lo mismo: es un lugar de protesta o de conmemoración, pero curiosamente no es un espacio que sea utilizado por los partidos políticos. En todo el siglo XX no hubo una sola proclamación de candidatura ni un solo cierre de campaña en Plaza de Mayo, ni siquiera Perón lo hizo. Los partidos utilizaban la plaza Once, entre otros espacios públicos.

–¿Qué análisis puede hacer de la reciente plaza de Blumberg?

–Fue una protesta más, que se inscribiría en el molde típico del canon de la petición, reuniones pacíficas y ordenadas que tienen como objetivo presentar un petitorio ante las autoridades. Ni siquiera me parece que se puede distinguir un contenido político en esta plaza; más allá del evidente signo opositor de los eslóganes, lo que importaba era mostrarse públicamente frente a la Casa Rosada. Cuando en las crónicas se refieren a la cantidad de gente que movilizó Blumberg o al éxito de la convocatoria, no hay nada nuevo bajo el sol. En todo caso, estaría confirmando que el número de los cuerpos es la unidad de valor esencial de toda protesta pública, excepto en el caso de las rondas de las Madres, que responden a un tipo de protesta en la que se expone públicamente la vida de unos pocos, y el número desaparece como valor de unidad. Ellas pusieron el cuerpo literalmente y anularon la cantidad. Tampoco sería novedosa la convocatoria simultánea de dos marchas, como menciono en el libro el antecedente de las dos plazas del 17 de octubre de 1945. La plaza de Blumberg podría ser vista como un reclamo de orden, pero no tuvo nada particular.

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Sigal reflexiona sobre un tema, la Plaza, que en los últimos tiempos volvió a generar polémica.
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