EL LIBRO DE BANCHERO
› Por Fabián Lebenglik *
Tanto en su muestra anterior como en la que acaba de inaugurar en la Galería del Infinito, el eje formal es el color aplicado. Como si el tema de las muestras fuera en apariencia “sólo” una cuestión de color y montaje. De algún modo las claves de ambas exposiciones se definen en el modo de exhibir las obras, colocarlas y distribuirlas en el espacio de la sala: en parte allí se juegan sus muestras porque el espacio es constitutivo de su lenguaje, una pintura aplicada al espacio, que toma sentidos plenos y distintos según el lugar en el que se exhiban.
En su nueva exposición la artista vuelve sobre sus objetos pictóricos y relieves de pared, pero el centro de la exhibición consiste en una serie de extrañas esculturas, que remiten alternativamente a lo orgánico y a lo cotidiano. Son formas modulares huecas (integradas por módulos adheridos, generalmente esféricos, construidos con yeso y cemento) a veces apoyadas sobre pequeñas plataformas, a veces colocadas directamente sobre el piso, que se abren a múltiples interpretaciones: desde uniones moleculares –al modo de representaciones a gran escala de secuencias aisladas en un laboratorio–, hasta muñones y partes del cuerpo amputadas y vendadas; órganos u organismos animales, y así siguiendo.
Como toda escultura, parte de su sentido se juega en las relaciones de volumen, de equilibrio y de distribución respecto del cuerpo del espectador. Pero la artista nunca se aparta de su apego por el color aplicado, que es su matriz constructiva: color aplicado a una forma.
La serie de esculturas de piso, en un primer golpe de vista, se relacionan con la obra de Elba Bairon, quien en su última exposición proponía escenas escultóricas –pintadas con un exquisito refinamiento– que evocaban una suerte de naturalezas muertas llevadas al volumen. Es evidente que los modos de trabajo de ambas artistas son diferentes, pero al mismo tiempo era en cierto modo ineludible que la extraordinaria exposición de Elba Bairon generara algún tipo de contagio productivo entre sus conocidos. Con la observación precisa se va disipando en parte el parentesco de esta nueva obra de Banchero con aquella de Bairon, aunque no completamente.
Del mismo modo que en su exposición anterior, aquí Irene Banchero también presenta obras de pared, formas armónicas de color, como nubes, que establecen distintos ritmos según la artista las aplique sobre cajas o directamente sobre el muro. El color, en la obra de Banchero siempre toma cuerpo de un modo visualmente sensual: el color se hace sólido y aunque el volumen que recubra sea de gran tamaño, nunca luce pesado ante la mirada, ya que el espectador siempre intuye que se trata de obras huecas. Sus obras corporizan el aire y en este sentido resulta apropiado que en la descripción de los materiales la artista defina un orden de prioridades: “aire, yeso, cemento, color”.
Las variaciones de forma y color van adquiriendo distintas maneras y diferentes efectos plásticos. Como sucedía hace una año, la nueva obra de la artista propone una mirada no rutinaria sobre la vida cotidiana, un punto de vista que induce al buen humor a través de lúcidas propuestas plásticas que combinan con sabiduría forma, color y función.
* Fragmento del texto publicado originalmente el 4 de septiembre de 2001, e incluido, completo, en el libro Modo de estar, de Irene Banchero.
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