Domingo, 24 de septiembre de 2006 | Hoy
EL VETERANO SE ROBO LOS APLAUSOS DEL PEPSI MUSIC
Al frente de la banda que marcó a fuego el fin de los ’60, el estadounidense comandó un show incendiario, que hizo olvidar las complicaciones por la lluvia. Lejos, “el” show de este año.
Por Roque Casciero
Van apenas cinco minutos del show de los Stooges e Iggy Pop ya está trepado a los parlantes del bajista Mike Watt, intentando una cópula insana, demente. Dieciocho mil personas que se bancaron el diluvio de la tarde del viernes saltan como si la electricidad que viene desde arriba del escenario fuera producida por la fusión sexual entre la carne castigada del cantante y los circuitos valvulares atrapados en esas cajas negras. Mientras todo eso sucede, el legendario guitarrista Ron Asheton aplica su fórmula de siempre: pocos movimientos –para eso está Iggy–, concentrado en emitir una descarga de acordes asesinos. Su hermano Scott aporrea los parches como si estuviera en algún oscuro club de Detroit y el año fuera 1968, con la convicción de un sobreviviente y el ritmo machacante de las ensambladoras de automóviles de la Motor City. Watt, reemplazante del fallecido Dave Alexander, demuestra a pura potencia por qué es, él también, un mito del rock alternativo norteamericano desde sus tiempos de Minutemen. Y entonces Iggy salta de arriba de los parlantes, y bailotea con esos movimientos de lunático por la pasarela del enorme escenario del Pepsi Music, mientras canta que hay una guerra en los Estados Unidos y que es otro año sin nada que hacer, repleto de hastío. La canción se llama “1969” y habla de ese momento, pero bien podría referirse a 2006. Iggy no puede quedarse quieto un instante: se tira al público dos veces, pelea quijotescamente contra el cable del micrófono y siempre gana la batalla, deja que se le bajen los pantalones camuflados para que todo el mundo le vea el culo, se banca sin una sola palabra los gargajos punks que vuelan desde abajo... ¿Será verdad que este tipo tiene 59 años?
A esta altura casi no hace falta aclarar que el debut argentino de Iggy & The Stooges fue el show del año y que ya quedó bien alto en el historial de lo que se vio en Buenos Aires. El sonido del cuarteto es un nocaut metálico que incita al pogo pero que, a la vez, deja sin aliento. Igual que cuando empezaron a hacer punk rock en Detroit ocho años antes de que aparecieran los Sex Pistols, aunque con la sabiduría y el profesionalismo adquirido –especialmente por Iggy– por tantos años de rock’n’roll. Y casi con el mismo repertorio, porque sólo tocan canciones de sus primeros dos álbumes, The Stooges y Funhouse (en el tercero, Raw Power, James Williamson se había hecho cargo de la guitarra y Ron pasó al bajo), y algunas de las canciones que armaron juntos para el último disco solista de Iggy, Skull Ring. Ok, puede que no sea lo mismo que en los primeros años del cuarteto, con shows incendiarios que quedaron en la memoria de los pocos que los vieron. Pero por más que ahora el escenario tenga a los costados el nombre de la gaseosa sponsor, todavía hay una tajada enorme de riesgo en un show de los Stooges. Y eso, entre tanto rock acartonado y de fórmula, no tiene precio.
Un ejemplo: el caos sonoro de “L.A. Blues”, el tema que cierra Funhouse con la inspiración tomada del free jazz de John Coltrane y Pharoah Sanders, reeditada en Buenos Aires con el mismo saxofonista de entonces, Steve Mackay. Otro: en un festival tan profesional y cuidadoso, ¿a quién más que a Iggy se le puede ocurrir invitar al público a treparse al escenario a bailar con él? Suena “No fun” y hay treinta personas saltando y cantando cuando la gran bestia Pop les entrega el micrófono. Ok, se puede ser escéptico cuando Iggy dice “yo soy ustedes”, porque él es una gran estrella de rock que vive en Miami y llega al club Ciudad de Buenos Aires en un Mercedes, mientras que los de abajo están todavía empapados por el aguacero de la tarde. Pero Iggy invita al escenario y si eso no alcanza, se tira de cabeza al público, se golpea como gorila el pecho desnudo, ladra y camina en cuatro patas en “I Wanna Be Your Dog”, se entrega al show con la chifladura de un auténtico Stooge. Las reuniones de las bandas suelen no ir más allá de la excusa para juntar algún billete gracias a la nostalgia, incluso esa nostalgia falsa (y muchas veces snob) de gente que no vivió el momento original. Pero estos señores maduros están en llamas durante la hora y media que dura el show, capaces de patearle el culo a 18 mil tipos a los que doblan o triplican en edad. Y entonces, si de nostalgia se trata, es hora de empezar a extrañar aquel lejano 22 de septiembre de 2006 en el que los Stooges electrificaron Buenos Aires.
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