Jueves, 18 de agosto de 2016 | Hoy
JORGE VITTI HABLA DE EN LA SOLEDAD DE LOS CAMPOS DE ALGODóN
El director ofrece una nueva versión de esta obra del francés Bernard-Marie Koltès. Se trata de un largo diálogo en el marco de una “transacción” indeterminada, que permite reflexionar sobre dos temas: el deseo y la incomunicación.
Por Cecilia Hopkins
Escrita en 1987 por el francés Bernard-Marie Koltès, En la soledad de los campos de algodón es un extenso diálogo que mantienen dos personajes apenas individualizados como Dealer y Cliente. ¿Qué es lo que uno ofrece al otro en una geografía urbana indeterminada, a la hora del atardecer? En ningún momento se aclara. Lo único que queda a la vista es que estos personajes no pueden hablar acerca de sus propios deseos. Luego de un inquieto intercambio verbal la tensión desembocará en un enfrentamiento inevitable pero con una conclusión abierta. La obra, que fue estrenada hace 20 años bajo la dirección de Alfredo Alcón y la actuación de Leonardo Sbaraglia y Horacio Roca, vuelve a escena conducida por Jorge Vitti e interpretada por Marco Antonio Caponi y Nicolás García.
“Todo sucede a la hora del crepúsculo, a la hora en que la gente suele ir al teatro a buscar algo que también desconoce”, compara el director en diálogo con Página/12. A partir de la traducción y versión que hiciera el mismo Alcón, la propuesta escénica se desarrolla en un espacio vacío, con el combate discursivo que entablan los personajes como elemento protagónico. Los actores trabajaron a partir de la premisa de la inmovilidad, en un ambiente signado por una iluminación expresionista, obra de Gonzalo Córdova. El montaje puede verse en el Centro Cultural de la Cooperación, de Corrientes al 1500.
“Un deal es una transacción comercial concerniente a valores prohibidos o estrictamente controlados”, advierte Koltès al inicio de su obra. Va preparando el terreno para la captación de ese espacio indefinido en el que van a encontrase el proveedor y el comprador de ese algo misterioso e indeterminado que, en definitiva, constituye la metáfora del deseo. El autor anticipa también que entre los personajes habrá conversaciones con doble sentido, con el propósito de evitar los riesgos de traición y estafa que implican una operación ilícita.
“El deseo es lo que está en juego, en el sentido más amplio”, observa el director. Luego de estrenar Los caminos de Federico, obra creada por el mismo Alcón y Lluis Pasqual, interpretada por Cristina Banegas, Vitti vuelve al campo de la dirección. Y a pesar de que, según cuenta, está formado en diferentes áreas de las artes escénicas, le asigna una gran importancia al hecho de haber tenido la suerte de estar cerca de grandes figuras del teatro: “ver cómo trabajan Nuria Espert o Lluis Pasqual, Alcón o Banegas fue fundamental para que me animara a dirigir”, sostiene el director que en breve estrenará en la misma sala González Tuñón del CCC, Shakespeare todos y ninguno, un unipersonal interpretado por Juan Gil Navarro.
–¿De qué habla la obra desde su singular indeterminación?
–Koltès plantea que el amor no existe. El cree, con bastante cinismo, que entre las personas todo se reduce a una transacción. Hay que tomar en cuenta que Koltès, cuando escribió esta obra, ya estaba enfermo (muere de Sida en 1989). Será por esto que considera al mundo como un lugar infectado, en el cual da lo mismo la existencia de un hombre como de un millón.
–¿Es difícil encontrarle el ritmo a este largo diálogo sin acciones?
–La obra está tan bien escrita que sólo hacen falta dos actores sensibles. Tiene una arquitectura muy sólida. Sucede en un espacio urbano a la hora del crepúsculo, un lugar que limita con lo salvaje, donde los hombres están vistos como animales.
–¿Pueden definirse esos personajes?
–Los dos son, en algún punto, uno sólo. No hay cliente sin vendedor, ni dealer sin cliente. Sabemos que son personajes sin historia ni nombre. Y que no exponen sentimientos. No hay en ellos ni amor, ni bronca. Koltes es muy ambiguo.
–¿Sobre qué se habla, en realidad?
–Sobre el deseo y la incomunicación. Está presente también la idea de que las cosas existen en tanto se les pone un nombre. Y al no saber qué es lo que el dealer ofrece le da al espectador la posibilidad de proyectar lo que le parezca. Veinte años atrás se podría pensar que la transacción tenía que ver con un intercambio sexual o de droga. Pero hoy podría pensarse en otras posibilidades.
* En la soledad de los campos de algodón, Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), los viernes a las 22.30
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