OPINIóN
› Por Melina Terribili *
Mientras esperábamos que el invierno se alejara, la casa del pintor llena de recuerdos de un tiempo que se fue lleno de batallas, dejaba filtrar apenas la luz del sol. Habíamos podado el jardín para que entrara más la luz. “El tiempo que se fue, se fue para siempre” decía Zitarrosa mientras se exiliaba de su país y preparaba su guitarra negra. Ese Zitarrosa que el pintor admiró hasta las lágrimas. ¿Qué había pasado con el tiempo que se fue? Acaso había quedado atrapado en su Juana Azurduy, el Chacho Peñalosa, Felipe Vallese, El Ángel gris, Mariano Ferreyra, las Madres de Plaza de Mayo, el Che; en amores que habían quedado como una herida, en trabajadores, peones y campesinos; en los versos de Hamlet Lima Quintana, Atahualpa Yupanqui, González Tuñón, Elías Castelnuovo o Tejada Gómez. Todos ellos pintados en su tiempo preciso: el tiempo de luchar y de no olvidar. Un sol muy rojo sobre nubes anaranjadas comienza a bajar mientras escribo estas líneas y pienso ¿estará llegando la primavera? Esa que esperamos y no llegó. Carlos se fue, no la pudo esperar, no pudo ver florecer el jardín. Ese jardín podado como esta patria herida en un año de atropellos y de muerte, de sueños aniquilados. ¿Seguiré existiendo? se habrá preguntado sus últimos meses. ¿O soy sola la sombra de la historia? En un mundo frío y capitalista, al borde de las guerras, en su América India que había ido perdiendo sus líderes más recientes, aquellos que habían sembrado la esperanza de cambiar la historia. En ese, este mundo, el pintor decidió partir. En la casa quedaron flotando sus recuerdos, como aquél que él contaba entre risas y orgullo cuando fue invitado por Fidel en 2003 para estrechar su mano, elegido entre 50 personalidades de la política y la cultura argentina. Había buscado entre su ropa siempre vieja, algo “decente para la ocasión” y encontró el trajecito marrón, el único que tenía, el mismo que había usado en su temprano y corto casamiento a los 20 años. Hizo una larga cola nervioso, seguro que el traje le quedaba chico ya, esperando estrechar la mano del gigante. Le temblaba todo y encima “me ganaron de mano” contaba. Fue Alfonsín, se le coló en la fila y lo desdibujó. Quería decirle tantas cosas a Fidel, pero éste estrechó su mano distraído. Cuando se quiso dar cuenta el de atrás lo corrió a un costado para tener su momento feliz. ¡Pero lo había hecho! había estrechado la mano de su Cuba amada, aquella que apoyó en los peores momentos del bloqueo yanqui en los años 90. Padre querido, vos decías “la indiferencia mata”. Sus dibujos y murales no lo dejarán partir en la indiferencia. Florecerán en eternas primaveras. Hasta la victoria siempre. Carlos Terribili presente, ahora y siempre.
* Cineasta. Su padre, el artista plástico Carlos Terribili, falleció el fin de semana pasado, a los 80 años.
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