Vie 10.11.2006
espectaculos

WILLIAM OSPINA, ANTONIO CABALLERO Y JUAN GABRIEL VASQUEZ

“Los perdedores son consentidos por la literatura”

Los escritores colombianos vinieron a Buenos Aires para presentar su obra y para ratificar, por si hacía falta, la enorme diversidad estilística de esta generación. Lejos de otros intentos de ruptura con García Márquez, en todos ellos se refleja la idea de la recuperación de la memoria. Colombia es, además, el país latinoamericano que más “exporta” escritores a la Argentina.

› Por Silvina Friera

Son más realistas que mágicos, más urbanos y menos macondianos. Tras la larga sombra que dejó Gabriel García Márquez, casi como único paradigma de la literatura, Colombia tiene quien le escriba: Antonio Caballero, William Ospina y Juan Gabriel Vásquez, entre muchos otros, claro. Pero más allá de las diferencias generacionales y de estilos, los libros que los tres escritores presentaron en Buenos Aires –Sin remedio, Ursúa y Los informantes (Alfaguara)– tienen como telón de fondo la recuperación de la memoria. “Una de las cosas que puede hacer mejor una novela es alumbrar un pasado olvidado. Sebald dice que la memoria es la columna vertebral moral de la literatura”, plantea Vásquez en la entrevista con Página/12. ¿Pura coincidencia temática o hay algo de la realidad que contamina lo literario? “Los colombianos perdemos cíclicamente el territorio, por la violencia, por la guerra, por distintos factores, y es necesario volver a descubrir el territorio”, señala Ospina.

En Ursúa, Ospina rescata la historia del adelantado Pedro de Ursúa, caballero navarro que terminó sus días en el Amazonas, un “perdedor” que recorrió Colombia antes de que el país fuera siquiera una idea. “Los historiadores escriben libros de historia para que los escritores se los cuenten a la gente”, bromea Ospina, poeta y ensayista. “Los perdedores son los olvidados por la historia, en cambio son muy consentidos por la literatura”, compara el autor. Desde otra perspectiva, Vásquez explora en Los informantes el pasado a través de la historia de una inmigrante judía de nacionalidad alemana, Sara Guterman, que llegó a Colombia poco antes de la Segunda Guerra Mundial y que había vivido en el Hotel Sabaneta en Fusagasugá, lugar que el gobierno colombiano había destinado para recluir a todas las personas que consideraba “peligrosas” para la seguridad nacional, que estaban relacionadas con la Alemania de Hitler. El periodista Gabriel Santoro publica un libro sin saber que hay secretos que su padre preferiría no revelar nunca y llevárselos a la tumba. “Las novelas siempre son fatalmente sobre el presente”, admite Vásquez.

En Sin remedio, publicada en Colombia en 1984, Ignacio Escobar, el protagonista de esta historia, es un poeta frustrado que no soporta el tedio de “la vida que va pasando y va volviendo en redondo”. Hijo de una familia de clase alta de Bogotá, Escobar transita por las calles y barrios de la ciudad como un despiadado observador que no se siente a gusto entre los jóvenes acomodados de su generación, obnubilados con los discursos y las discusiones de la izquierda revolucionaria de los años ’70. “No estaba viviendo en Colombia cuando la escribí”, advierte Caballero, sobre esta novela emblemática que retrata como pocas a la sociedad bogotana. “Quizás es más fácil, literariamente hablando, retratar algo de memoria que mientras estás sumergido en esa realidad. Todos los escritores hablan de la realidad en la que viven, aun los que inventan cómo puede ser Marte o la Luna. Pero lo que les interesa es situar en Marte o en Berlín pasiones, comportamientos y sentimiento humanos que de todas maneras conocen. Estoy convencido de que no se habla sino de lo que se conoce, así se escriba ciencia ficción.”

–¿Qué pasa con la literatura colombiana después de Macondo?

William Ospina: –El hecho de que García Márquez haya tenido tanta resonancia internacional nos llevó casi inmediatamente a arrojar una mirada nueva sobre la tradición literaria colombiana. Para mí es muy importante tratar de descubrir qué más había fuera de García Márquez. Es afortunado que un autor como él llene por un instante el escenario, porque uno necesita buscar de dónde salió, pero lamento que no haya un conocimiento más amplio de la literatura colombiana. Ahora hay una generación de colombianos que empieza a ser conocida en otras partes. Pero hay otras generaciones que desafortunadamente permanecen en las sombras y que son muy importantes. La poesía colombiana es totalmente desconocida fuera de las fronteras de Colombia y me parece que es una lástima no poder leer a algunos autores como Aurelio Arturo, Giovanni Quessep, José Manuel Arango, tan importantes para la lengua. Es afortunado que ahora se esté dando esta posibilidad de intercambio y ojalá que signifique que vamos a atraer la atención de los lectores sobre toda la tradición literaria y no sólo sobre unos cuantos nombres. Y es de desear que se dé el fenómeno recíproco y que a nosotros nos sea posible ver todo lo que no han permitido algunos grandes nombres argentinos como Borges, Cortázar o Sabato.

Juan Gabriel Vásquez: –En 1954, García Márquez publicó un artículo que se llamaba “Dos o tres cosas sobre la novela de la violencia”, en el que sostenía que se llevaban diez años publicando novelas sobre la violencia colombiana, que estaba en pleno auge, pero que todos estos escritores preocupados por hacer una especie de denuncia política de ese momento nunca se tomaron el tiempo de aprender a escribir una novela. Se preocuparon más por contar rápidamente lo que estaban viviendo que en aprender cómo se hacía una novela. Hubo que esperar a que llegara un García Márquez para enseñarle a la tradición colombiana qué es lo que importa. Creo que eso es lo que hemos heredado de él, la lección de que lo que hay hacer es aprender el oficio y encontrar el método para contar.

–¿Sintieron que tenían que “matar a García Márquez” para poder escribir?

W. O.: –Si me preguntaras si quiero que se sienta o no la presencia de García Márquez, te diría que prefiero que se sienta. Me sentiría mal escribiendo después de García Márquez y que la inmensa labor literaria, de creación y de renovación del lenguaje que él logró haya sido vana para mi propia experiencia literaria.

–Hay muchos escritores colombianos que viven o han vivido en el exterior, como García Márquez, Fernando Vallejo, Santiago Gamboa, Efraim Medina Reyes, Marco Schwartz, Tomás González. ¿Hay una tradición de la literatura colombiana vinculada con el exilio?

J. G. V.: –La violencia bogotana en la que crecía fue un factor que me marcó, pero a mí no me expulsó del país. No soy un exiliado porque esa palabra le pertenece a otra gente que no puede volver, que fue o es perseguida, y no es mi caso. Me fui por razones voluntarias de Colombia y puedo volver cada vez que quiero. El mito de que hay que salir para volverse escritor, que es muy latinoamericano, es falso. Lezama Lima nunca salió del salón de su casa y escribió una novela tan grande para Cuba como las novelas de Cabrera Infante.

W. O.: –Es verdad que la mayor parte de la literatura colombiana se ha escrito fuera del país, en el exilio, aunque no sea un exilio político. (José María) Vargas Vila escribió en el exilio, (Porfirio) Barba Jacobs vivió todo el tiempo por Centroamérica y México, buena parte de la obra de García Márquez y de Fernando Vallejo se escribió fuera de Colombia, Pombo pasó la mayor parte de su tiempo en Nueva York. Si bien Colombia no necesariamente expulsa a sus escritores, no fue siempre una morada propicia para la creación literaria. La sociedad colombiana durante mucho tiempo no respetó la condición del escritor ni valoró la dignidad de la escritura. Para cualquier escritor colombiano bastaba con ir a México o a París para sentir que, aunque no fuera conocido y no tuviera relación con nadie, su oficio tenía en esas ciudades y en esos países una dignidad distinta. Pero a partir del Nobel que ganó García Márquez hay una actitud distinta de la sociedad colombiana hacia sus escritores.

–¿Hay polémicas literarias en Colombia?

A. C.: –No hay demasiados debates culturales tal vez porque prácticamente todo está copado por la política. En Colombia toda discusión arranca o desemboca inevitablemente en la política, que es muy personalista, electoral o referida a la violencia. Y la política no favorece la polémica.

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