Lunes, 18 de diciembre de 2006 | Hoy
ENTREVISTA AL PERIODISTA JOSEPH RAMONEDA
Es el director del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, institución donde se gestó la muestra Literaturas del exilio, inaugurada la semana pasada en el Recoleta. Ramoneda habla de la relación de su país con la memoria: “Es necesario que la gente conozca la historia”, dice.
Por Silvina Friera
Quizás pocas frases sintetizan mejor el desarraigo que padecieron los republicanos cuando finalizó la Guerra Civil Española: “La famélica perra de la nostalgia nos está comiendo los pies sucios”. La recuerda el periodista Joseph Ramoneda, director del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), institución en donde se gestó la exposición Literaturas del exilio, que el jueves pasado se inauguró en el Centro Cultural Recoleta y que permanecerá abierta al público hasta el 11 de febrero. La muestra, que ocupa seis salas, es una aproximación al exilio republicano a partir de la historia de un puñado de escritores catalanes que en enero de 1939, antes de la llegada del ejército franquista a Barcelona, abandonaron la ciudad, huyendo del fascismo y de la muerte. El “relato” visual –construido a partir de novelas, cuentos, poemas y memorias– propone dos recorridos. El primero sigue las peripecias que implicó cruzar la frontera y llegar a Francia, y traza un panorama de cómo era la vida en los campos de refugiados; el segundo explora la experiencia de los exiliados en México, Chile y Argentina.
“Una de las herencias del franquismo es que no tenemos una tradición liberal ni una gran cultura de la crítica, más bien hay una tradición de sumisión –dice Ramoneda en la entrevista con Página/12–. Parece que la última reliquia del franquismo es el terrorismo de ETA, que después de la muerte de Franco no tenía ninguna razón de ser”.
–¿La ETA es un problema insoluble para la sociedad española?
–No, creo que en cierto modo está en vías de solución, en la medida en que parece que este anacronismo no puede seguir existiendo en un mundo en donde este tipo de terrorismos ya no tiene ningún sentido, después del terrorismo osamista. Aunque se esté terminando con la ETA, ponerle punto final puede ser complicado y doloroso, y el proceso de acabar con la violencia etarra en este momento no avanza excesivamente.
–Otra herencia del franquismo son los desaparecidos. Buena parte de los escritores españoles creen que ya no tiene sentido la reparación histórica porque argumentan que pasó mucho tiempo. ¿Qué opina usted?
–No estoy de acuerdo, es necesario que la gente conozca la historia. No podemos aceptar este intento de la derecha de decir que todos eran iguales y de que las diferencias eran sólo matices. La derecha ha tratado de confundir la preguerra con la guerra y la posguerra civil española. Y entonces a partir del principio de que la guerra fue muy cruel ponen a todos los mandos en un mismo plano de igualdad, algo que resulta inadmisible. La guerra empezó con un golpe de Estado y con represión del franquismo. Es verdad que durante la guerra, especialmente en el lado republicano, hubo matanzas muy crueles por parte de los anarquistas y de los sectores republicanos en general. El problema es que la derecha está intentando ofrecer una idea del franquismo admitiendo que hubo errores, pero que no estuvo tan mal, y que finalmente la democracia pudo llegar. Hay que combatir este discurso, por eso es necesario que la gente sepa cómo sucedieron los hechos. En la transición se aceptó la amnistía, que era injusta porque equivalía a blanquear los crímenes del franquismo simplemente cambiándolos por los delitos de los resistentes antifranquistas. En aquel momento parecía necesario por razones de fuerzas, pero esta amnistía después se transformó en amnesia. Ya ha pasado tiempo y ha llegado el momento de explicar los hechos con otra mirada. Lo que el Estado no tiene que hacer es pretender ocupar el papel de los historiadores ni de los ciudadanos. La memoria no puede ser nunca memoria de Estado; la memoria es de los ciudadanos como la historia de los historiadores. El Estado lo único que tiene que hacer es pedagogía elemental: el reconocimiento de las víctimas. Nada más.
–El año pasado usted publicó un artículo en El País en el que advertía cómo el Estado se ha ido apartando de las responsabilidades en materia económica, renunciando a compensar los efectos colaterales de la lógica del mercado. ¿Rodríguez Zapatero estaría tratando de revertir esta tendencia, dándole un rol más protagónico al Estado?
–Rodríguez Zapatero es un líder de la izquierda que ya no tiene los presupuestos culturales de la izquierda de otras generaciones. Para él afortunadamente la revolución ya no es posible o deseable; es una generación que no sólo acepta el capitalismo como horizonte sino que admite el paradigma liberal como espacio cultural. Las grandes innovaciones de Zapatero están en el terreno cultural, donde ha habido avances muy interesantes, especialmente en el aumento de las potencialidades de los individuos, como el matrimonio homosexual, o en el campo del aborto y de la protección de la mujer. Pero en el terreno económico no ha tocado absolutamente nada. La política del actual ministro de Economía (Pedro) Solbes es la misma de (Rodrigo) Rato, que era la que hacía Solbes antes de que llegara Rato. Solbes está haciendo una política de superávit de las cuentas del Estado, cuando él mismo había criticado a Aznar porque un país en el que todavía hay problemas sociales graves no se podía alardear con el superávit.
–¿Por qué las coaliciones de izquierda, cuando llegan al gobierno, no hacen grandes reformas en el ámbito de la economía?
–Por una razón muy sencilla: porque el poder económico se ha globalizado, pero el poder político no. Entonces el riesgo de violar las reglas del juego económico es altísimo y nadie está dispuesto a pagar ese precio.
–Un terreno en el que se le puede criticar a Rodríguez Zapatero, por su accionar más bien contradictorio, ha sido el de la problemática de la inmigración...
–La inmigración es un fenómeno totalmente nuevo en España. En el barrio en el que está el Centro de Cultura Contemporánea, en Barcelona, había un dos por ciento de extranjeros en 1995 y ahora hay un 75 por ciento. De momento ha habido pocos actos de racismo y pocos conflictos abiertos. La gran ventaja es que esta emigración tiene procedencias muy diversas, lo que impide que se creen ghettos muy cerrados: hay indios, paquistaníes, filipinos, ecuatorianos, magrebíes, rumanos, de todo. Pero da la sensación de que pueden pasar cosas, porque estamos en una etapa de crecimiento y entonces hay posibilidades de trabajo para los que llegan, pero me pregunto qué pasará cuando ya no tengamos esa capacidad. Más que problemas, en este momento está la intuición de que puede haber problemas y la derecha siempre se muestra dispuesta a aprovecharlos. Y es cierto que el gobierno está demasiado dubitativo: hoy parece tolerante, mañana muy intolerante. Es muy grave lo que pasa en el estrecho de Gibraltar por la cantidad de gente que está muriendo. Esto es una tragedia y tiene que evitarse, pero el número de inmigrantes que ingresan por el estrecho es menor, la mayoría ingresa a través de los aeropuertos o por la frontera con Francia.
–Daría la impresión de que muchas veces los gobiernos no encuentran el modo de la solucionar los conflictos que genera el aumento del ingreso de extranjeros. Como director del Centro de Cultura Contemporánea, ¿qué tipo de trabajos y reflexiones están haciendo los artistas ante este fenómeno?
–Es verdad que los gobiernos pueden hacer leyes federales que finalmente no se cumplen. En un país muy descentralizado como España, es muy importante el papel de los municipios. Donde hay un municipio que funciona bien el problema es menor que donde no lo hay. Pero para eso se necesitan recursos. Nosotros hacemos actividades con las escuelas del barrio que tienen alumnos inmigrantes. Pero siempre he tenido en claro que no hay que hacer demagogia con estos temas. A mi entender el gran peligro es que crezca, se cultive y se imponga el multiculturalismo.
–¿Por qué?
–El multiculturalismo es la legitimación de la negación de los valores morales y de la misma idea de verdad; es la legitimación de que por razón de origen o de cultura cualquier cosa puede estar permitida. Y esto me parece lamentable. La ablación del clítoris es un crimen hágase en nombre de lo que se haga, pegar a la mujer es un crimen hágase en nombre de lo que se haga, y así sucesivamente. No se pueden aceptar coartadas culturales para valores fundamentales. Yo creo que hay valores universales.
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