ENTREVISTA AL SOCIOLOGO FRANCES MICHEL MAFFESOLI
“La política existe como la luz de una estrella muerta”
Vino a participar del Primer Encuentro Internacional de Pensamiento Urbano y, fiel a lo que puede esperarse de quien estructuró una teoría del “nomadismo”, estuvo apenas un día en el país. “Creo que estamos en un momento superior en el que logramos salir del encierro, y hay una nueva circulación”, dice Maffesoli: “Sólo sedentarizando se puede dominar”.
Por Silvina Friera
El padre del tribalismo y el nomadismo –o su vertiente “anarco chic” académica, como la califican algunos de sus maliciosos pares– estuvo menos de 24 horas en Buenos Aires. Quizás el sociólogo francés Michel Maffesoli puso en práctica, con su corta visita –dio una conferencia en el Primer Encuentro Internacional de Pensamiento Urbano–, el material teórico que desarrolló en su libro El nomadismo (FCE): “Cada uno de nosotros se convierte en el viajero siempre en busca de otro lugar o en aquel explorador encantado de aquellos mundos antiguos que es conveniente, siempre y de nuevo, inventar. ¿Acaso ser inquieto o perder el equilibrio no es, a fin de cuentas, lo característico de todo impulso vital?”. Pero Maffesoli, inquieto, provocador –un dandy que suele usar moñito y sombrero panamá–, no perdió el equilibrio en la entrevista con Página/12. Este prestigioso intelectual de 61 años encuentra en la vida errante el aspecto fundador de todo conjunto social, y le interesa rastrear el resurgimiento de estructuras inmutables que se elevan ante nuestros ojos con la fuerza de lo que Walter Benjamin llamó “callejeo”, una especie de protesta contra un ritmo de vida orientado únicamente hacia la producción.
Contrariamente a las evidencias de la opinión científica, el nomadismo es un hecho cada vez más evidente que surge contra el confinamiento domiciliario que predominó durante toda la modernidad. “Lo característico de la modernidad ha sido la voluntad de alinear todo, de codificarlo y, en sentido estricto, identificarlo”, explica Maffesoli, heredero de la cátedra de Emile Durkheim en la Universidad de la Sorbona, fundador del Centro de Estudios de lo Actual y lo Cotidiano, pensador que reivindica su pertenencia a la corriente posmodernista de Lyotard, Benjamin y Adorno. “El mito del progreso infinito ha muerto”, dice el sociólogo y subraya que “la violencia totalitaria” de la modernidad, que domesticó a las masas que fueron obligadas a trabajar –porque “sólo sedentarizando se puede dominar”–, está mostrando sus fallas. “Lo compacto se vuelve poroso”, advierte.
–¿Qué impacto tuvieron los atentados terroristas en lo que usted señala como un regreso a la vida errante y a la circulación?
–Hay una saturación y fragilización de los valores modernos y estos valores, que marcaron el siglo XVIII y XIX, con la supremacía de la razón y el racionalismo, tienden a desaparecer. De una manera paroxística, las diversas formas de terrorismo que se ha manifestado en Nueva York, Madrid y Londres expresan el fracaso de la razón, refuerzan un imaginario exacerbado y dan cuenta de que no supimos darle lugar al islamismo durante siglos y que esa exclusión dio lugar a una explosión perversa de ese imaginario. Yo pienso que va haber muchas explosiones y que tendremos que encontrar cómo homeopatizarlas de alguna forma.
–¿Estos ataques plantean acaso un retorno al encierro que define a la modernidad?
–De cierta manera, son una forma de retorno a los valores primitivos, que se da como en un espiral. Es interesante ver cómo los terroristas defienden valores antiguos, pero al mismo tiempo saben utilizar el desarrollo tecnológico. Una de las particularidades de este fenómeno terrorista es que se expresa en un proceso espiralado que relativiza nuestra pretensión progresista de que habíamos superado esos valores. Hay que llegar a integrar, no sé cómo, todas estas formas de religiones.
–Usted señala que el nomadismo es un factor de socialización y encuentro con el otro. ¿Qué sucede con los otros cuando son vistos como una amenaza?
–No es la primera vez en la historia de la humanidad en que vemos una intensa circulación. Contrariamente a lo que se cree, en la antigüedad y en la Edad Media hubo mucha circulación con el descubrimiento de un nuevo mundo. Pero creo que estamos en un momento superior en el que logramos salir del encierro, y en un sentido hay una nueva circulación, un regreso a formas arcaicas que se creían superadas, pero que, más o menos conscientemente, continúan permeando los imaginarios y las conductas colectivas. Evidentemente, cuando abrimos las puertas al otro, el extranjero es percibido como una amenaza individual y colectivamente. Tenemos que aprender de la historia, de la diversidad y del policulturalismo, pero este aprendizaje es muy difícil para las instituciones y el poder. En cambio, es mucho más fácil para las nuevas generaciones cuyas prácticas juveniles demuestran mucha tolerancia. El futuro de una sociedad depende de las jóvenes generaciones; no hay que tener miedo. Particularmente los jóvenes están abiertos al extraño. El desarrollo tecnológico, especialmente Internet, favorece la integración del extranjero.
–¿Qué diferencias encuentra entre la vida errante de los antiguos y la posmoderna?
–No hay ninguna diferencia.
–¿Ninguna?
–La característica de la posmodernidad es justamente revestir las formas arcaicas y en particular la dimensión del nomadismo. Hay una errancia sexual, profesional, ideológica, con una vuelta a las raíces, a lo que llamo un “arraigo dinámico”. La paradoja es que hay a la vez un deseo de las raíces y al mismo tiempo la necesidad de circular. Esta es una de las paradojas posmoderna y fenómenos tecnológicos como Internet favorecen esta paradoja entre las raíces y la sed de lo efímero, la sed de estar en otra parte, de romper con todas las barreras.
–Usted señaló que nada molesta tanto al burócrata como la libertad del hombre errante. ¿Es una paradoja, entonces, que ese hombre libre se retire y rechace la vida política?
–No me parece que sea una paradoja. Hay que llegar a entender por qué no interesa lo político y por qué los políticos desconfían de la vida errante, de todo aquello que escapa a sus miradas. En las jóvenes generaciones la idea de la política no es pertinente, no interesa más. Esta indiferencia en lo político es más subversiva que la idea misma de militancia política. Se lo explico con un ejemplo doméstico: tengo dos familias, en una el chico se rebela contra sus padres, les contesta y los discute; en la otra, el hijo permanece indiferente frente a lo que sus padres digan o hagan, lo que es mucho más peligroso. En la vida social es igual, la política es como una contestación, un reconocimiento del poder, en cambio la indiferencia es la verdadera rebelión. No es una paradoja sino una lógica.
–Pero en esta lógica de funcionamiento, ¿el peligro es imaginar un futuro sin política?
–Estamos perdidos por los problemas políticos (risas). Lo que sucede es que una de las características de la posmodernidad es que vivimos en el presente, no pensamos en el futuro. Cuando miramos 2000 años de historia, en los grandes momentos lo que era importante era el presente, como en el Renacimiento el famoso “carpe diem”. Hay que hacerse a la idea de que puede haber una vida sin futuro. Hay dos tipos de energía, la colectiva y la individual. Una que se proyecta en la política y otra que se focaliza sobre el presente, sobre lo doméstico o lo ecológico. La sensibilidad ecológica es la que va a reemplazar a la sensibilidad política. El problema es que la intelligentsia está fascinada, obsesivamente, con lo político y no llega a comprender la emergencia de esta nueva sensibilidad.
–¿Cómo se administra o gestiona una sociedad con sensibilidad ecológica?
–Lo que es un problema eterno y antropológico es cómo nos vamos a manejar con los otros, pero no es un problema político sino administrativo. Hay una vuelta a la gestión de la proximidad, en cambio lo político es la gestión del futuro. En Europa veo formas de democracias directas en asociaciones no gubernamentales que son modelos políticos que plantean cómo operar sobre el presente. La cantidad de iniciativas que no son canalizadas por los partidos políticos y los sindicatos se organizan en estas asociaciones, que para mí representan el ideal comunitario. No hay que estar obnubilado por el político porque las prácticas políticas cumplieron sus objetivos y terminaron por envejecer.
–Estas formas de democracias directas funcionan en pequeños grupos, ¿Qué sucede en las ciudades hip erpobladas?
–Estamos aprendiendo a convivir. No es fácil porque vivimos en un período bisagra entre la modernidad y la posmodernidad, y estamos tratando de incorporar lo que implica la gestión de la proximidad. Por eso propuse la noción de tribu que, strictu sensu, es un pequeño grupo en la jungla que se protege de los peligros de vivir en la jungla. Esto es lo que sucede actualmente en las junglas de piedra que son las grandes megalópolis.
–Esta proximidad entre los miembros de una tribu recupera el eslabón perdido de esa idea de “bien común”.
–Sí, en el origen de la ciudad griega la preocupación del político era cómo manejar el bien común, pero progresivamente la política pasó a ser todo lo contrario. Si lo digo en términos gramaticales, la política pasó a ser una antifrase, lo contrario de lo que significaba. En una cierta manera estamos volviendo a la proximidad, al origen de la política, pero la palabra política no se puede emplear más porque pasó a designar algo tan abstracto que ya no tiene sentido para el hombre común.
–Se dice que Napoleón le dijo a Goethe, en el siglo XVIII, que “la tragedia de hoy es la política”.
–Pienso que en el siglo XVIII y XIX la política era la realidad del momento; puede haber en esta frase de Napoleón una nostalgia por una situación anterior de la gran tendencia que se dio a partir de la Revolución Francesa. Pero actualmente, la política sigue existiendo como la luz de una estrella muerta.