Domingo, 14 de enero de 2007 | Hoy
CHRISTIAN SANCHEZ, ARIEL PANELLA Y MIGUEL SANCHEZ, AUTORES DEL LIBRO “CUANDO EL ARTE ATAQUE”
El trío de periodistas quiso buscar una mirada diferente a la típica demonización del gerenciador de República Cromañón, y así entrevistó a artistas de toda clase que se lo cruzaron durante más de veinte años. El resultado es un libro que no cae en ninguno de los extremos: “Escribimos lo que vimos y oímos. Encontramos esto y ahí está. Si a alguien le molesta no es nuestra culpa”, argumentan.
Por Cristian Vitale
¿Quién es Emir Omar Chabán? Desde el 30 de diciembre de 2004, parece un empresario inescrupuloso, que explotaba a grupos de rock tras el único interés del billete. Que le sacaba el jugo a la noche sin importar las consecuencias. Que alguna vez había sido novio de Katja Alemann. Que había tenido un boliche, Cemento, cuyo único efecto aparenta haber sido “impedirles el sueño a los vecinos durante 20 años”. Ese Chabán, cuya imagen moldearon, simplificaron los medios, la opinión pública y la Justicia después de Cromañón, da con la figura del causante perfecto de una tragedia cuyos culpables, como en todo fatalismo, pueden –podemos– ser todos, muchos, algunos o ninguno. Christian Sánchez, Ariel Panella y Miguel Sánchez, tres periodistas de combate, se hicieron varias veces la pregunta mientras Chabán yacía depresivo en el presidio de Marcos Paz. Y la última terminó en un libro: Cuando el arte ataque (Demo Editores). Entrevistaron a una treintena de figuras del teatro under, el rock y la danza, y redescubrieron, a través de ellas, otro –¿otro?– Chabán. “Nuestra intención fue contar la historia que no se contó sobre él”, explica Panella a Página/12.
–¿Por qué el libro?
Ariel Panella: –Por simple curiosidad periodística. No podía ser que no hubiera un medio que dijera otra cosa sobre Chabán cuando, ante cada hecho polémico, siempre hay miradas plurales. Había pasado un año de Cromañón y seguíamos viendo que los medios, aun los más serios, seguían presentando a Chabán como un demonio. A partir de ahí dijimos “¿es así o hay otra cosa?”. Cuando entrevistamos a toda esta gente, vimos que había una distancia enorme entre el Chabán-demonio y el real.
Christian Sánchez: –Nos sorprendió la cantidad de declaraciones a favor de él. Cuando salimos a buscar testimonios no fue con la idea de encontrar gente que hablase bien de él. Hablábamos con los aceptaban hablar, listo. Mucha gente, igual, no quiso hacerlo. Te decían “tenés razón, Chabán no es lo que dicen pero no quiero hablar”. Supongo que muchos no sabían para dónde íbamos a apuntar. No querían quedar pegados a la cuestión Cromañón.
Los testimonios, tácitos y explícitos, hilan una historia de 25 años de arte, provocación y compromiso, que aparenta santificar a Chabán ante el descrédito en que cayó después de Cromañón. Pero en realidad, lo humaniza. Muestra su vida. No lo salva ni lo justifica, lo revisa y sopesa el discurso hegemónico resaltando un aspecto rápidamente olvidado: su papel como uno de los mayores promotores artísticos del país, además de sus dotes como actor extravagante, pintor, clown, bufón y bailarín. Desde los inicios del Café Einstein junto a Katja y Sergio Ainsestein cobijando las locuras de Luca Prodan, el delirio lúdico de Los Twist y la proyección pop de Soda Stereo en medio de ravioles de mandarina para todos, hasta Cemento, que operó durante 20 años como semillero único de danza experimental, teatro off y rock de todos los géneros. El lugar donde “el tipo te entregaba todo y vos hacías lo que querías”, según testimonia María Ucedo, fundadora de De La Guarda en la página 36 del libro. Donde el olor a arte libre era tan intenso como el de los baños sucios. “Iba a ser más fácil vender un libro que explote el morbo de la gilada, con su imagen ‘demoníaca’, pero preferimos apelar a su verdadera historia”, explica Panella.
Las páginas contemplan también el rol de Chabán como psicólogo de los músicos. Sus intentos por amansar a las fieras punkies que llenaban Cemento de piñas y escupidas, sin cortarles la posibilidad de expresarse. Mundy Epifanio, manager de A-ttaque 77, evoca varias veces a un Chabán ingenuo diciendo “¿y si no dónde van a tocar, pobres pibes?”, o sus intenciones de abrir un espacio como Die Schule para que pudieran tocar grupos con menor convocatoria. “El te decía ‘voy a abrir Die Schule porque si no los pibes no tienen dónde tocar’”, rememora Mundy. Inquietud que lo llevó a regentear un lugar como La Flor, especie de peña folklórica urbana, que muchos músicos hoy consagrados tomaron como plataforma para mostrarse en Buenos Aires.
Los testimonios lo rescatan como un provocador, pero también como una persona generosa más interesada en producir arte que en ganar plata a través de él. Como un empresario exótico y heterodoxo. “Chabán era tu mecenas, tu padrino, tu tutor, tu maestro de ceremonias”, rescata Divina Gloria.
Otro capítulo, tal vez el más significativo, revisa su militancia antidroga. Pipo Cipolatti lo cataloga como un tipo “con sobredosis de antidroga” y abundan las anécdotas de Chabán puteándose con todo el que prendiera porros. “Estaba en contra de la droga, ni siquiera tomaba alcohol. Tenía una postura muy importante, además coherente... él opinaba que la droga era un controlador del sistema y te explicaba todo”, cuenta Cristian Aldana, de El Otro Yo, otro de los protagonistas del libro. “Si lo enganchaban con algo relacionado con las drogas, ya le hubiesen dado 50 años. Otra que Juana de Arco... lo queman vivo en Plaza de Mayo. Se dijeron tantas cosas gratuitas, y como él se guardó mucho porque la jueza le hizo la cabeza para que no hablara, eso permitió que otros sectores interesados distorsionaran su imagen. Volver atrás con eso es imposible”, dice Miguel Sánchez. “Hay un Chabán pre Cromañón y otro post Cromañón.”
–El libro cierra con un extenso reportaje a Chabán en la cárcel. ¿Con qué se encontraron?
Miguel Sánchez: –Con un artista. Hablamos seis horas con él, después de haber recopilado todos los testimonios. Y lo loco fue que nos contó las mismas anécdotas que ya nos habían contado otros... eran casi calcadas.
–¿Lo conocían de antes?
C.S.: –Para nada.
–¿Pensaron en el riesgo profesional que implicaba hacer un libro sobre él?
M.S.: –En algún momento lo pensamos... todos nos preguntan lo mismo. Pero hasta ahora no tuvimos drama. El libro puede ser tildado de pro Chabán o de lo que se quiera, pero nosotros estamos tranquilos porque escribimos lo que vimos y oímos. Encontramos esto y ahí está. Si le molesta a alguien, nosotros no tenemos la culpa. Alguien tenía que mostrar una pincelada de otro tono.
C.S.: –A Chabán no lo defienden los protagonistas, lo defienden los hechos.
–Katja Alemann y Sergio Ainsestein fueron dos personas muy cercanas a Chabán. ¿No quisieron hablar?
A.P.: –Katja nos dijo que sí un día y al otro se arrepintió. Y Sergio también dijo que no. Prefirió no hablar porque sigue trabajando en la noche. Otra que no quiso hablar fue la Negra Poly. La llamamos como veinte veces, pero no hubo caso.
–¿Quién es el spinetteano que le puso el nombre al libro?
C.S.: –Yo, por varias razones. La principal es el reclamo de los artistas por la falta de ámbitos después de Cromañón. Hay una especie de ataque de los artistas a la falta de apoyo a la cultura. Aquí es donde se subraya la figura de Chabán, un tipo que organizaba shows de rock y, si no recaudaba, decía “no hay problemas, lo hacemos porque está bueno”. Suplía el rol que tenía que cumplir el Estado, porque amaba lo que hacía.
M.P.: –Porque el Estado, cada vez que genera algo de cultura, va a lo grande. Está buenísimo ir a ver a Charly o a Cerati, pero ¿y el resto qué?
–Es elocuente el testimonio de Mundy Epifanio cuando cuenta que Chabán siempre decía “¿y dónde van a tocar los pibes?”...
M.P.: –Mundy y Aldana nos abrieron la puerta para que el resto del ambiente rockero se brindara. La gente del teatro y la danza enseguida dio la cara, porque todos decían que si no fuera por Chabán no serían nada.
C.S.: –Ha perdido plata muchas veces por eso. En ningún lugar del mundo ocurre que el dueño de un lugar esté en la puerta y “negocie” con cada asistente el precio de las entradas. Era increíble, porque él regulaba los precios con Cemento. No sólo de las entradas, sino del alquiler de las luces, del sonido y lo que costaba alquilar un local para tocar. Hoy se fue todo a la mierda. Antes, para ver un show de rock pagabas cinco pesos y hoy te sale 20 o 30.
–El “dejar hacer” tuvo su peor efecto, su contraparte en Cromañón. Se le escapó de las manos...
C.S.: –Mundy cuenta que varias veces Chabán se desesperaba por sacarles las bengalas a los pibes. Es cierto que se le fue de las manos con esos grupos, pero Chabán estaba en baja, se estaba quedando fuera del negocio por el avance de Pop Art. Todas las bandas que hacían escuela en Cemento después se iban a la mierda y se dio cuenta de que se estaba quedando afuera. Por eso vio Cromañón como su salvación, y lo más a mano que tenía eran estos grupos. El había querido llevar a otras bandas, creo que Divididos era una, y no lo dejaban porque tocaban en el Pepsi. Las bandas firmaban un contrato que les impedía tocar 40 días antes y 40 días después en otro lugar. El gran problema no es Chabán, sino el fenómeno social. Cuando el interés pasó del escenario al público se distorsionó todo. Mucha gente iba a ver a Callejeros por lo que pasaba con el público. Algo nos pasó.
M.S.: –Está bueno lo que dice Cordera: “Se heredó del fútbol la parte más fascista”.
–¿Chabán leyó el libro?
–Sí. Y se le cayeron las lágrimas.
–Seguramente aparecerá alguien diciendo “están haciendo apología”.
C.S.: –No pensamos en las consecuencias, que piensen lo que quieran. Nosotros estamos convencidos de que cualquiera que haga un revisionismo de la cultura argentina de los últimos 40 años tiene que caer en Chabán.
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