“TIRADOR”, DE ANTOINE FUQUA
Sin llegar a grandes alturas, el film hace una buena pintura del Estados Unidos actual.
› Por Luciano Monteagudo
TIRADOR
(Shooter) Estados Unidos, 2007.
Dirección: Antoine Fuqua.
Guión: Jonathan Lemkin, basado en la novela Point of Impact, de Stephen Hunter.
Fotografía: Peter Menzies Jr.
Música: Mark Mancina.
Intérpretes: Mark Wahlberg, Michael Peña, Danny Glover, Kate Mara, Elias Koteas, Ned Beatty.
Las cosas no salieron bien en Etiopía para Bob Lee Swaggart. Tirador de elite de una precisión asombrosa, capaz de acertar a su blanco a más de un kilómetro de distancia, Bob (Mark Wahlberg) hizo allí su trabajo con la eficiencia de siempre: dejó un tendal de muertos. Se trataba de cubrir la retirada de un grupo de tareas del ejército estadounidense, pero sin la bandera a la vista, porque era un trabajo sucio, de esos que no deben llamar la atención de los observadores de la ONU. Pero alguien en el alto mando decidió que no había que perder tiempo, que las cosas estaban complicadas y que si había que dejar atrás a Bob, allá él. Quizá fuera mejor que no quedaran testigos. Sin embargo, tres años después de esa traición, Bob todavía está vivo: es un lobo solitario, retirado en lo más alto y profundo de las montañas Rocallosas, cuando la inesperada llegada de un coche oficial vuelve a recordarle que el Tío Sam lo necesita...
Con Día de entrenamiento, el director Antoine Fuqua consolidó su nombre como especialista en cine de acción, un título que ahora Tirador no desmiente. Se trata de una película simple, tan eficaz como su protagonista: parca, precisa, elemental. Basada en uno de los tres best sellers que Stephen Hunter (un ex crítico de cine del Washington Post) le dedicó al personaje, Shooter exige, es verdad, que la credibilidad del espectador se vea suspendida por un par de horas y que no se haga preguntas demasiado serias sobre ciertos giros de la trama. Pero aun así, la película de Fuqua –una suerte de clase “B” con presupuesto– se deja ver sin ofender a nadie y, de yapa, dispara un par de tiros muy directos que hacen blanco en la clase política estadounidense.
Sucede que Swaggart es convocado por un elusivo coronel (Danny Glover) con asiento en Langley, Virginia, bunker de la Central Intelligence Agency. El coronel sabe lo que pasó en Etiopía y que el bueno de Bob ya no confía en nada ni en nadie. Pero sabe también que el Tirador es un patriota y que basta con que toque su corazón hecho de barras y estrellas para que, como un autómata, vuelva a cargar su fusil. “Sabe qué botones pulsar”, reconoce Swaggart cuando acepta su nueva misión: planear el asesinato nada menos que del presidente de los Estados Unidos. No se trata, le dicen, de ejecutar ese plan sino de impedirlo. Langley tiene información de que un francotirador va a intentar el golpe en una de tres ciudades (¿Baltimore, Filadelfia, Washington?) y Swaggart debe decidir en cuál y cómo va a hacerlo. Lo que no sospecha, ingenuo él, es que detrás de esa misión se esconde quizás una nueva, más rocambolesca traición.
En un momento en el que Hollywood, después del fatídico 9/11, suele ver al mundo como una guerra de civilizaciones o bajo el acrítico cristal del patriotismo, Tirador sin embargo viene a cuestionar de manera muy franca esa visión. Desde la primera escena en Etiopía, con esos soldados sin uniforme identificable haciendo estragos lejos de casa, hasta las conjuras de palacio en los pasillos de la CIA, todo lo que expone la película de Fuqua se dirige a señalar que algo huele mal en Washington DC. Especialmente en el Senado, como no tiene problema en reconocer ese cínico congresista que compone con la autoridad de los viejos tiempos el gran Ned Beatty. Es él quien se encarga de explicarle a Swaggart, blanco sobre negro, cómo funciona el mundo: “Me causa gracia, la gente todavía piensa que peleamos por la libertad y la democracia, cuando en realidad se trata del petróleo”. Y como Bob no termina de creerle, el senador insiste: “Ya no hay diferencia entre demócratas y republicanos, ya no hay héroes o villanos, sólo hay gente que triunfa y otra que fracasa, nada más”. Y el lacónico Mark Wahlberg –que debió haberse llevado el Oscar al mejor actor secundario por Los infiltrados– vuelve a cargar el fusil de Swaggart, no tanto por venganza sino como la única manera en que sabe ordenar su mundo.
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