LA ESCUELA DE ESCRITORES DE MADRID PROPONE CREAR UNA RESERVA
El objetivo es preservar expresiones que han caído en desuso. Lástima que, por ahora, los argentinismos quedan afuera del “rescate”.
› Por Silvina Friera
Quien más, quien menos, todos tienen algunas palabras asociadas al corazón o adscriptas a la memoria, que a veces vuelven a los oídos como un eco anacrónico de la infancia. “¡Es un papanata!” –a veces decía “paparulo”–, gritaba Roberto en el barrio de Flores, y la hija, chiquita, acaso cuatro o cinco años, lo miraba asustada, repetía bajito y trataba de entender esas palabras ajenas a su mundo cotidiano. Pero a pesar del enojo del padre, ella, que se imaginaba una papa grandota con esa cosa tan desagradable que produce la leche hervida o con rulos o bucles como los que ella tenía y odiaba, se reía. También escuchaba “mequetrefe” –nunca la pudo repetir completa porque se le trababa la lengua–, “pánfilo” –le sonaba a un pan con forma de cuchillo–, “zopenco” y “chitrulo”. Son palabras perdidas, con olor a naftalina. La Escuela de Escritores de Madrid, la misma institución que el año pasado llamó a una votación en Internet para elegir la palabra más bella del español –que fue “amor”– ahora convoca a que los usuarios apadrinen “palabras en vías de extinción” con el fin de conservarlas en una página web, Reserva de palabras (reservasdepalabras.org), que será inaugurada el próximo 23 de abril, coincidiendo con la celebración mundial del Día del Libro.
Desde el 30 de marzo y hasta el próximo 21 de abril, los que quieran apadrinar una palabra podrán hacerlo en www.escueladeescritores.com. Sólo se necesita ingresar el nombre, una dirección de correo electrónico, la palabra en cuestión y el motivo por el cual desea que la palabra se conserve. Claro que el requisito es que el término esté o haya estado en alguna de las ediciones del Diccionario de la Real Academia Española (RAE). Así que la niña de Flores, o los lectores de Página/12, acaso hijos o nietos de inmigrantes que recuerden alguna de esas extrañas palabras que decían sus padres o abuelos, no podrán votar, salvo que el término en cuestión se encuentre entre los más de seis mil que, entre 1992 y 2001, cuando se presentó la 22ª edición del Diccionario de la RAE, fueron desterrados del libro. Los argentinismos, se sabe, no están incluidos en este diccionario. “Queremos que nos ayudes a salvar el mayor número posible de esas palabras amenazadas por la pobreza léxica, aseadas por el lenguaje políticamente correcto o perseguidas por extranjerismos”, se lee, paradójicamente, en el sitio web de la institución.
Chigre, balde, tendal, bochinche, gaznápiro, trápala... Los que promueven esta iniciativa –de la que también participa la Escola d’Ecriptura del Ateneo de Barcelona– advierten que “nos van faltando dedos para señalar todas esas cosas que se convierten en espectros del pasado porque la palabra que las nombra desaparece”. Algunos invitados especiales ya votaron en el sitio web las palabras que quieren apadrinar. El escritor Juan Marsé escogió “damajuana”, que significa garrafa, y que “al igual que ‘bica’ (orinal) es una palabra en desuso, pero que en Extremadura y en La Habana aún se utilizan. El novelista salvadoreño Horacio Castellanos Mora optó por “atropar”. “Literalmente es reunir algo en montones o gavillas, por ejemplo, se ‘atropan las hojas’ de los jardines en el heno”, precisó el escritor. “Propongo recuperarla como ‘cuarto de los atropos’, es decir, ‘cuarto de los trastos’, pero donde se guardan montones de retales o piezas en desuso.”
Germán Solís, subdirector de la Escuela de Escritores, admitió que gracias a la acogida masiva que tuvo el año pasado la elección de la palabra “amor” como la más bella del idioma –participaron más de 40.000 internautas de todo el mundo–, se animaron a realizar esta convocatoria de apadrinar palabras en vías de extinción. “La intención es recordar el peligro del empobrecimiento del idioma”, subrayó Solís. Las palabras en vías de extinción también describen actitudes que “pierden vigencia en estos tiempos”, según Carmen Calvo, la ministra de Cultura de España, que eligió “pundonor” porque “no sólo se refiere a la honra, el honor o el crédito de alguien, sino también a una forma de hacer las cosas, al esfuerzo interno y bienintencionado que empleamos para realizar una acción en unos tiempos en los que parece que sólo importan los resultados”.
“Mi abuela lo decía cada vez que pisábamos agua en el suelo: ‘No chabisques tanto’, recuerda María Carmen Arcos Gil, que desea preservar la palabra “chabisque”, que quiere decir lodo o fango. “Es un término muy antiguo, mi abuela era de Cascante (Navarra) y lo decía con mucha frecuencia.” Ana María Pérez Yebra votó por “garandán” por las siguientes razones: “Mi madre, que adoraba a mi hermano y él era muy tunante y cariñoso, a menudo le reñía con una sonrisa amplia y le decía: ‘Eres un garandán’. Quedó en mi alma por ser tan dulce la reprimenda. De vez en cuando ha vuelto a mí esa palabra tan significativa, la he buscado en el diccionario y sólo encuentro el verbo ‘garandar’, que significa andar tuneando de un lado para el otro. Sólo se la he oído a mi madre en el mundo”.
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