EL BALANCE DEL ENCUENTRO QUE TERMINO AYER EN LA RURAL
¿Qué ocurre el resto del año con aquellos que recorren los pasillos de la Rural? La pregunta queda flotando, luego de una Feria del Libro que pareció ofrecer rincones para todo tipo de asistentes, desde el lector adicto al simple curioso. La gran sorpresa fue el Festival de Poesía.
› Por Silvina Friera
La condición más problemática de los acontecimientos culturales es que son rápidamente suplantados por otros para no caer en manos de la interpretación. Meteóricos, discontinuos, escurridizos, reivindican una autonomía que astilla el fenómeno y lo disocia en fragmentos que cuesta volver a conectar. Y la Feria Internacional del Libro no es la excepción a la “regla”. Pocos días antes de que comenzara esta edición, con el lema Libros sin fronteras, el acontecimiento de Buenos Aires fue el Festival Internacional de Cine Independiente (Bafici). Uno y otro consiguen emplazar el centro de la atención mediática hacia los libros y el cine. Y sin embargo, las imágenes que ofrecen ambos acontecimientos subrayan las diferencias. Si durante el Bafici, las salas se llenan y el cartel de “localidades agotadas” se exhibe en películas escasamente permeables al canon del circuito comercial, el “furor” más que inclusivo es exclusivo: los protagonistas de este acontecimiento son, mayoritariamente, los estudiantes de cine y los cinéfilos. Los espectadores “golondrinas” –los que prefieren films mainstream– que se arrimaban con una curiosidad un tanto candorosa al laberinto de una grilla con nombres extraños abandonaban muchas de las funciones en mitad de la proyección. Si asisten al predio de la Rural más de 1.200.000 personas y las ventas de libros aumentan un promedio cercano al 20 por ciento –como en la 33ª edición que concluyó ayer–, y la palabra éxito o record, de tanto repetirlas, están tan desgastadas que ya no dicen nada cuando se hace un balance, los actores principales de esta puesta en escena son los lectores “golondrina”, los que no suelen frecuentar las librerías el resto del año, los que tienen una relación distante y más bien azarosa con los libros. O no tienen ninguna y recién se asoman a un mundo que tratan de conocer.
La Feria del Libro de Buenos Aires, a diferencia de la de Frankfurt o Guadalajara, tiene una identidad más lábil. La programación de esta edición ofrecía, en dos extremos que no se tocan, al escritor francés Jean-Marie Le Clézio y a la mediática Vanina Gramuglia, ex integrante de Gran Hermano. En palabras del presidente de la Fundación El Libro, Horacio García, está pensada para “los que leen a Joyce y los que leen a Wilbur Smith”, para que la gente “se conecte de manera casual, y después se enganche definitivamente con los libros”. ¿Esta conexión casual se traduce en un entusiasmo genuino por la lectura o es sólo un momento de fervor que se disipa cuando se cierran las puertas de la Rural? No hay manera, al menos por ahora, de medir los efectos de un acontecimiento tan volátil del que muchos editores y expositores sospechan que es más bien un estado de excepción. La única certeza es que el libro fue, es y será la puerta de entrada a la autonomía de pensamiento, a la imaginación, a la creatividad. Uno de los obstáculos más importantes para la difusión del libro, según observó el editor Leandro de Sagastizábal en el Primer Encuentro Nacional de Bibliotecas Populares, es un rasgo propio de la cultura letrada, que “tiende a establecer cánones de diferenciación y a encapsular conocimiento, más que a facilitar el acercamiento de los diversos sectores sociales”. Y planteó la necesidad de “tomar conciencia de que el libro no es, como lo presentan habitualmente los medios, una alternativa ‘seria’ frente a otros usos del tiempo libre: es mucho más divertido que eso”.
El productor y realizador televisivo Emilio Cartoy Díaz consideró que los medios audiovisuales, en todos sus formatos, “complementan, estimulan y contribuyen” a acercar la lectura a quienes no tienen aún el hábito de leer. “Hoy en canales internacionales de TV se están pasando documentales de primer nivel, tanto de literatura como de rock, de ciencia, de historia. Sería importante equipar las bibliotecas para que puedan grabar y archivar esos materiales para que estén a disposición de la gente.” La escritora Silvia Schujer fue quizá la más provocadora. Al hablar de promoción de la lectura, sostuvo que “no pueden soslayarse ciertos objetivos meramente mercantiles o ideológicamente dudosos”. Su actitud ante la promoción de la Lectura (con mayúscula) parte de una cierta desconfianza. “No digo que todo lo que se haga a favor de que los chicos lean contenga oscuras inclinaciones, pero sí que las buenas intenciones escasean, a veces no alcanzan para ir al fondo y no siempre son tan buenas como parecen.” Schujer advirtió que existen intereses comerciales muy precisos allí donde algunos sólo ven filantropía. “Sin menoscabar la labor de las editoriales, las empresas orientan una parte de sus esfuerzos a la literatura infantil porque saben que a los compradores de libros hay que prepararlos de chiquititos. Si de algo son conscientes es de que antes de ofrecer un producto al mercado, hay que haber creado la necesidad de él.” Schujer planteó que “la palabra promoción puede dar una falsa idea de algo en movimiento, cuando en realidad ciertas prácticas que se llevan a cabo en su nombre no se proponen transformación alguna. Nada atenta más contra la noble idea de que los niños lean que promover la lectura, en abstracto, pero no los libros concretos”.
La poeta Graciela Aráoz, coordinadora del Segundo Festival Internacional de Poesía, no duda en calificar el encuentro, inaugurado por los poetas César López (Cuba) y Juan Manuel Roca (Colombia), como “la perlita de la Feria”. “En las cuatro jornadas se produjeron intensas discusiones acerca de la poesía y su público, los esfuerzos de edición y difusión, y la circunstancia y perspectivas actuales. Creadores, lectores y editores colmaron la sala Roberto Arlt, demostrando el interés creciente por el género”, cuenta Aráoz. Más de 1500 personas pasaron por el festival. “La cifra es insólita –admite Aráoz–, si consideramos que la mayoría no eran poetas, lo que permite vislumbrar el surgimiento de un público lector propio.” Ramón Palomares, uno de los poetas más importantes de Venezuela, cerró el festival. Y se anunció que se están evaluando dos propuestas para la publicación de los poemas de los participantes de las dos ediciones del festival.
¿Hay algo así como una Feria en las sombras dentro de la Feria madre? Quizá sí: no es lo mismo el stand de una editorial grande que el de una mediana o pequeña que debuta con su novísimo catálogo. Es el caso de Daniel Lopes, de Crecer Creando, dedicada a la literatura juvenil. “El balance es más que positivo. La Feria nos permitió tener la chance de darnos a conocer entre el público masivo y entre los colegas. La propuesta atrajo a los padres y resultó de interés para los docentes”, confirma Lopes a Página/12. Entre los títulos más vendidos están Fiesta, de Ariela Kreimer, y Las chuchis, de Eduardo Elgieser (dos autores que publican por primera vez), Familias Raras, de Graciela Repún, y El Partido, de Mario Méndez. Ana María Cabanellas, directora de las editoriales Heliasta, Unaluna y Claridad, dice que vendió casi un 50 por ciento más que el año pasado. “No obstante, hay que considerar que esta diferencia se relaciona con el aumento en los precios de los libros, con que tenemos muchos más títulos, y que esta vez nuestro stand fue más grande y estuvo mejor ubicado”, aclara. “También influyó ‘La noche de la feria’, en la que en tres horas vendimos como en todo un día de semana.”
“Mi impresión es muy buena porque vengo de una aventura de tres años en Madrid, donde abrimos una librería especializada en escritores argentinos y latinoamericanos. Eso terminó y ahora estamos relanzando la editorial con nuevos títulos y muchas reediciones, así que estar en el stand de Tusquets y observar qué libros hojeaba o compraba la gente me dio mucha felicidad”, admite Marta Gallardo, directora de El Elefante Blanco. “Hay quienes critican la Feria, algunas veces con razón, pero es algo extraordinario que tanta gente dedique su tiempo a ver novedades y revolver”, opina la directora. “Me encantó que se vendieran muchos ejemplares de la serie Caciques del padre Hux y también nuestros grandes éxitos: los libros de Hudson, el Perito Moreno y Darwin. Observo que las mismas personas que antes afirmaban ‘descendemos de los barcos’ ahora dicen ‘queremos leer libros que cuenten cómo éramos’, y leen con placer testimonios de nuestra historia”. José Néstor Pérez, director editorial de Homo Sapiens, cuenta que participar de las Jornadas Profesionales, con la visita al stand de libreros tanto del exterior como de la Argentina, le permitió corroborar “la valoración y la aceptación de nuestros libros, especialmente el interés en nuestras colecciones de educación y los libros infantiles, que se refleja en el Premio Fundación El Libro al Mejor Libro de Educación 2006 que recibimos”. Los libros más vendidos son Chicos aburridos, de Cecilia Bixio, que recibió el premio mencionado, Los chicos y el Martín Fierro y Cómo elaborar Proyectos Institucionales de Lectura, de Beatriz Actis. “La venta en el stand superó en un 25% la del año pasado”, asegura.
Mónica Aguilar, editora de la Editorial Universidad Nacional de Quilmes, traza un panorama más moderado. “Si bien las ventas no son record, la cantidad de público que circuló fue de tal magnitud que siempre la presencia en la Feria pone la balanza en equilibrio en términos de difusión del fondo editorial y de las novedades, y de los beneficios del contacto directo con los lectores y con todos los sectores del mundo editorial”, pondera la editora. La Feria, como acontecimiento, terminó. Y como siempre, quedarán rebotando los ecos de un debate: cómo achicar las distancias entre el encanto por los libros y el amor y el placer por la lectura. “Leer es un acto virtual y a la vez carnal: el libro impreso vendría a ser el puente entre imaginación y materia, el cuerpo de ese amor”, opina Andrés Neuman. “Por eso sé que ningún lector carnal querrá renunciar para siempre a esas voluptuosidades, sino como mucho alternarlas con otras clases de encuentro con la palabra. Aunque una buena pantalla, qué duda cabe, también tenga su encanto. Y su luz. Y su cosquilla.”
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