Jue 17.05.2007
espectaculos

ALBERTO LAISECA EN LA BIBLIOTECA NACIONAL

Ficciones de realismo criollo

El autor de Los Sorias señaló en una conferencia las “inexactitudes históricas” de El matadero. “La gran desgracia de nuestra república es habernos quedado sin negros”, dijo.

› Por Angel Berlanga

El matadero de Esteban Echeverría es el texto fundacional de la narrativa argentina, de acuerdo, pero también contiene “errores históricos” y destila hasta “racismos” del autor. Eso planteó y desarrolló Alberto Laiseca en la conferencia que leyó anteayer en la Biblioteca Nacional. “El odio da mucha fuerza narrativa, y a Don Esteban le sobraba odio y genio –dijo el escritor–. El vigor de la frase, el dominio del color y la forma campean a lo largo de esta obra”. Se trata de una obra maestra, dijo, pero también de una tragedia maestra: la de los negros en la Argentina. “La gran desgracia de nuestra república es que nos hemos quedado sin negros a causa de una sucesión de políticas fatídicas –sostuvo Laiseca–. Si aún tuviésemos negritud los argentinos seríamos más alegres, algo se nos habría pegado de los morenos.”

Laiseca cuenta con un carisma inquietante. Consigue eso a partir de los efectivos y variantes matices de la gravedad de su voz, de pausas y énfasis, de una tensión que, más o menos visible o potente, siempre se le percibe. Y consigue eso acompañándose en su decir con algún gesto de sus manos, con alguna expresión en su rostro, un súbito brillo en sus ojos azules, una sonrisa que deja colgada bajo sus bigotes a la par del sarcasmo o la ferocidad. Palabras mayores: Laiseca leyendo tramos, “interpretando”, El matadero. Para “ser justo” con Echeverría. Pero sobre todo para “ser justo” con los negros. Y, más precisamente, con las negras.

“Vemos que para Don Esteban nuestras negras y mulatas no sólo eran feísimas, sino también unas arpías rapiñeras de achuras, sebo y cuanta cosa –señaló Laiseca, luego de leer algunos tramos–. A la altura de las gaviotas carnívoras y los perros cimarrones. Vamos a analizar un poco la comida de los negros a lo largo de la historia argentina y así se comprenderá por qué sostengo que El matadero, más que un texto naturalista y realista, es una obra vigorosa pero ficcional.” El escritor argumentó que en la época en que se escribió el relato –entre 1838 y 1840– se tiraba, como desperdicio, buena parte de las reses carneadas, en especial las achuras, y que, por tanto, es mentira que las negras aprovecharan “el descuido del puestero” para llevarse chinchulines o riñonadas. “Nada más ficcional que el realismo, donde todo lo que escribimos está bajo la luz del recorte ideológico. Mientras hacemos obra, del tipo que sea, toda nuestra narrativa se torna real, en tanto que nuestro realismo tiende a volverse ficción.”

“Así, pues, con los descartes del matadero, las negras empezaron a inventar comidas”, dijo Laiseca, y enumeró varias: mondongo, achuras asadas, carbonada, puré de zapallo, locro, chicharrón, etc. En su reivindicación de la raza –aquí prácticamente desaparecida–, el autor de Los Sorias citó una carta del general Emilio Mitre a su hermano, Bartolomé, en la que le decía que en las batallas más difíciles “mandaba a los negros”, porque eran “los más valientes”. “Esa virtud a la larga conspiró contra los morenos”, dijo el escritor y explicó que, tras ser diezmados en sucesivas guerras, coronaron sus desgracias con la fiebre amarilla que apestó Buenos Aires. Los pocos que quedaron, agregó, se fueron.

La de Laiseca fue la sexta charla del ciclo “La literatura argentina por escritores argentinos”, ideada por Sylvia Iparraguirre y coordinada por Silvia Hopenhayn, que dialogó con el narrador y transmitió algunas preguntas del público. En esa instancia destacó la ironía y el humor de Echeverría, “parte de los logros de esta obra”, y la genialidad de algunas frases. “¿Cree que Echeverría conocía cómo funcionaba realmente el matadero de Buenos Aires?” “Bueno, yo lo dudo mucho –respondió Laiseca–. A la gente se le nota mucho el desprecio en la cara; no me puedo meter en el matadero si se nota mi desprecio de cajetilla. Me van a achurar. Es difícil que haya entrado; más bien le han contado: ‘A ver, negra, decime, cómo es esto’, le habrá pedido a alguna sirvienta. ‘La cosa es así y asá, don Esteban’. Y después puso lo que quiso.”

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