Viernes, 18 de mayo de 2007 | Hoy
EL PERIODISTA ISIDORO GILBERT HABLA DE SU LIBRO “EL ORO DE MOSCU”
Militante comunista durante más de medio siglo y corresponsal de Tass, Gilbert brinda detalles de su exhaustiva investigación sobre las relaciones entre la Argentina y la URSS, con el PCA como nexo.
Por Angel Berlanga
A trece años de la publicación primigenia de El oro de Moscú, esa frondosa y documentada “historia secreta de la diplomacia, el comercio y la inteligencia soviética en la Argentina” escrita por el periodista Isidoro Gilbert, una nueva edición pulida y aumentada vuelve a nutrir librerías y cabezas intrigadas por las idas y vueltas entre el aquí y el allá a lo largo del tiempo, unas coordenadas que incluyen yin y yang, Perón y Stalin, Gorbachov y Menem, intrigas, negocios, ideologías. “El título provocó en su momento algún escándalo y molestia, porque tiene un sentido bastante agitativo –dice el autor, corresponsal de la agencia Tass entre 1962 y 1989–. En realidad, el Partido Comunista Argentino no necesitaba de ese oro, porque tenía cabezas brillantes que sabían hacer dinero. Ahí estaba José Ber Gelbard, afiliado secreto al PC, que creó un aparato económico que manejaba empresas, entre ellas la embotelladora de Coca Cola en la Capital; amigos que ponían capitales y derivaban parte de las ganancias a las finanzas partidarias. Al oro de Moscú se lo llevaron los grandes exportadores de cereales y carnes que aprovecharon el bloqueo derivado de la invasión soviética a Afganistán a fines de 1979, mientras aquí gobernaban Videla y Martínez de Hoz, para hacer ventas enormes y a precios muy superiores a la cotización internacional.”
Gilbert pulió algunos tramos que a la distancia considera golpes de efecto –entre ellos, el detalle de un papelón de Gostanian en Moscú, cuando le ofreció cien dólares a un mozo soviético a cambio de que levantara un tenedor que había tirado al piso– y agregó información que descubrió en los últimos años. “Hay varias novedades en el libro –explica el periodista, ex corresponsal de los diarios L’Humanité y L’Unitá, entre otros–. Doy detalles del acercamiento al PC, por gestión de Gelbard, de Carlos Jorge Rosas, un general importantísimo en la década del ’60. Cuento, además, de qué habló Gelbard con Fidel Castro en su último viaje. Y hay datos nuevos sobre un extraordinario espía soviético, Iosif Grigulevic, que estuvo en la Argentina en los años ’40 como saboteador del comercio con Alemania y España. Yo lo conocí personalmente en Moscú, cuando no sabía que era un agente. Es un personaje fascinante: participó del intento de asesinato al mariscal Tito y en el primer atentado contra Trotsky.” El oro de Moscú abarca desde 1886, “la prehistoria de las relaciones diplomáticas”, hasta el gobierno de Menem, y aborda, en el medio, asuntos como la revisión de la historia oficial del PC argentino y su relación a lo largo del tiempo con el soviético, las posturas de ambos frente a la última dictadura, la KGB en la Argentina y las relaciones entre Alfonsín y Gorbachov.
–¿Cuáles son los principales lugares comunes en el imaginario respecto de la Unión Soviética?
–Derivan, en buena parte, de lo que los medios traslucieron desde la Revolución de Octubre en adelante, a partir del discurso de antagónicos: el comunismo es el mal, la democracia y Estados Unidos el bien. Hay como una especie de línea sinusoide que varía por épocas: con la guerra de Vietnam, o con la ayuda a Cuba, sube el prestigio soviético, con Afganistán baja enormemente y anuncia lo que ocurriría más tarde. Como el PCA es un reflejo de la revolución, por un lado recibe los beneficios que significó la creación de un espacio nuevo y, por otro, caen sobre sus espaldas los errores y horrores que después se cometieron en la URSS.
–¿Por qué el PCA apoyó el golpe del ’76?
–Es el peor de los golpes de la historia y conocemos los resultados. En sus comienzos, los golpistas diferenciaron al PC del resto de las organizaciones de izquierda, sobre todo las armadas. En el libro explico en detalle cómo el partido fue usado como una especie de canalizador del descontento dentro de la previsibilidad. A su vez, el PC, que había condenado todos los golpes anteriores y fue víctima de ellos, consideró que había una heterogeneidad entre los militares que permitiría con el tiempo una salida a la situación. A todas luces, una posición que no condecía con la realidad. Porque si bien había diferencias, había acuerdo en cómo y de qué manera había que reprimir. Influyó el peso del sector militar del PC: hubo militares comunistas o amigos. Y había una concepción de que la llegada al poder no se daría por la guerrilla sino a través de un papel que deberían jugar las Fuerzas Armadas. Jugó un rol importante la preservación de la organización y de los militantes, porque se consideró que no se los podría defender en una confrontación inmediata. Quiero resaltar que el PC no tomó esta actitud para favorecer los negocios; ésa es una visión estereotipada que descalifica a quienes siguieron luchando durante la dictadura: hubo 200 muertos, 4000 detenidos, exiliados.
–Esa postura del PC, sin embargo, ha tenido mucho peso dentro en la captación de la militancia de izquierda.
–Esto significó un baldón del que no se ha podido recuperar. Entró en decadencia, casi por inercia, esa idea de que hay que estar junto a los militares en la toma del poder. Es no entender que cambió el mundo. Luego de Malvinas, en un acto multitudinario en el Luna Park, el PC proponía formar un gobierno cívico-militar que convocara a elecciones: los chiflaron. Luego se aliaron con Luder, lo que significaba avalar la autoamnistía que había dictado Bignone. La militancia comunista votó por Alfonsín, que al menos propugnaba la bandera de los derechos humanos.
–¿Cómo surgió, cuál es la raíz de su interés por la temática?
–Es una cosa compleja. Si yo te dijera que el primer impulso fue mi simpatía por una chica cuya madre era comunista... Tenía amigos de barrio (Paternal) que eran de la Juventud Comunista. La influencia básica fue esto, que es emocional. Yo me afilié en el ’49, siendo estudiante secundario. Luego me detuvieron en una manifestación, en una huelga de la FUBA, y estuve seis meses preso, durante el gobierno de Perón, en el ’54, ’55. Después fui asignado responsable de los universitarios comunistas y en el ’58 entré como redactor político del diario La Hora. Juan Gelman canalizó, más adelante, mi entrada como corresponsal en Tass.
–¿Y ahora qué, cuál es su ideario?
–Me considero un socialista sin partido. Ya no tengo edad para eso, cumplo 76 este año. Y tampoco tengo voluntad. No me quiero atar a una línea política, a un corset y a una disciplina partidaria. Quiero privilegiar mi función de periodista. Luego de Tass estuve en la fundación del diario Sur, del cual fui el responsable del PC, junto con Eduardo Luis Duhalde, que era el director. Hasta que se cerró, porque no funcionó como proyecto. Luego me fui del partido, por cosas que pasaron que no vienen al caso. Mi reflexión fundamental es mi pérdida de fe en el leninismo. Queda vigente el marxismo como método de análisis y herramienta para el cambio: Marx era un hombre muy amplio. Veo al mundo diferente. En el libro rescato a los hombres sencillos que adhirieron al PC, gente sacrificada que merece mi homenaje. En cuanto a los errores, no puedo separar entre dirigentes y afiliados: uno decidía libremente entrar en el partido. Cuando mis diferencias fueron de tipo ideológico, me fui. Pero me caben las generales de la ley aun en las posiciones críticas que tuve en varias ocasiones. La gran mayoría de los dirigentes es gente honrada, pero sensiblemente equivocada, mal influenciada y dogmática.
–¿Cree que Menem fue el responsable, con su visita de 1990 a Moscú, de que la Unión Soviética se centrifugara poco después?
–(Se ríe.) Eso es bárbaro, habida cuenta de la influencia de mufa que tenía Menem: fue y se cayó todo. Claro que no. Pero su viaje indica cómo había cambiado la mentalidad del liderazgo soviético, que lo ve a Menem como un estadista, un hombre que entiende del mundo contemporáneo. Ahí publico documentos: lo veían como un excéntrico, pero bien ubicado respecto de la coyuntura y el libre mercado. Durante mucho tiempo tuvo buena prensa allí. Hay muchos puntos de contacto con el gobierno de Yeltsin: privatizaciones, negociados, enriquecimiento de la nueva oligarquía, desplazamiento del poder económico del Estado al sector privado. Era el mundo de Thatcher y Reagan. Ahora eso, también, ya cambió.
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