Lunes, 4 de junio de 2007 | Hoy
RICARDO DE TITTO HABLA DE SU LIBRO “VOCES EN LAS CALLES”
A través de un millar de volantes y panfletos políticos, el profesor e investigador recorre, desde tiempos de la colonia hasta la actualidad, el devenir histórico y político del país. De Titto señala que estos elementos pueden servir para enriquecer el espíritu crítico de los argentinos.
Por Angel Berlanga
“Entel no se remata. Vote Menem. Frejupo.” Como se sabe, esa consigna, parte de la campaña electoral de 1989, fue de promesa a traición y de traición casi también a chiste; la perspectiva del tiempo suele redefinir a los textos y esa característica se profundiza aún más en los materiales que el historiador Ricardo de Titto recopiló para Voces en las calles – Los volantes políticos en la historia argentina, un formidable trabajo que arranca desde los antecedentes (bandos, cédulas, grabados) de la época de la colonia y de casi todo el siglo XIX y llega hasta los reclamos al Gobierno por la aparición de Jorge Julio López o el rechazo a la instalación de las pasteras en Fray Bentos, a orillas del río Uruguay. Se trata de un recorrido por la historia nacional a través de estos materiales primarios, elección que le da al volumen un sesgo fragmentario y original que conduce, enseguida, a cotejar con los relatos elaborados, tamizados por el ojo ideológico de otros historiadores. De Titto es docente especializado en Conducción Educativa y en didáctica de las Ciencias Sociales. Además es investigador y redactor de trabajos y colecciones de divulgación histórica y social. Es autor, entre otros libros, de Mujeres en la política argentina y de Hechos que cambiaron la historia argentina.
“Cada vez hay menos volantes, porque cada vez hay menos propuestas programáticas –dice De Titto–. En el de la fórmula Alvear-Mosca, de 1937, por ejemplo, se presenta un modelo de país, industrialización, etc. Dice cosas. En los años ’70 denotan profundas discusiones ideológicas. Hoy son frases, apenas; estaría bueno..., el latiguillo de campaña de Macri, no encierra casi ningún mensaje programático.”
–Algo tendrá que ver el marketing político. ¿Qué etapas distingue en la historia del volante?
–Los primeros, de tiempos de la colonia, están señalados como antecedentes; en general, son proclamas y bandos oficiales. Incluso encuadro ahí las órdenes de captura: los volantes que se hicieron para capturar a Camila O’Gorman, por ejemplo, estaban destinados a jueces de paz o autoridades. Calculo que el volante como forma de expresión independiente tendrá que ver con el desarrollo de la imprenta. Con la revolución del Parque, en 1890, donde surgió el radicalismo, se distribuye un volante en el que se amenaza con bombardear los edificios públicos y el “Palacio de Gobierno”, cosa que se dio pocas veces en la Capital; ese episodio –en el que nunca se supo cuántos muertos hubo– surgió de un movimiento serio, que quería cambiar las condiciones de gobierno, pero tres días después de que el volante comenzara a circular ya estaba todo negociado: renunció Juárez Celman y hubo una salida pacífica. Eso marca una característica del volante: es efímero y suele ir unido a la lógica de la lucha política. En episodios muy frenéticos, como el de Semana Santa, de un día para el otro el volante ya no sirve.
–¿Qué otra etapa distingue, cuándo se “moderniza”?
–Después de la dictadura militar noto un cambio: salvo la izquierda, los partidos recurren prioritariamente a otros mecanismos. En términos de propaganda, la televisión lo suplanta por completo. Y después surge la búsqueda del icono, Alfonsín con las manos enlazadas. La propaganda del ’73 o del propio ’45, o la de Frondizi en el ’58, es muy diversa: cada tendencia, dentro del propio partido, saca el volante que quiere. Desde el ’83 para acá se busca homogeneizar, todo está más oficializado. Los folletos a color de Telerman hoy se imprimen por miles en un mismo lugar y son lo mismo en Palermo o en Villa Lugano, cosa que no sucedía antes: los militantes repartían sus propios volantes en el barrio. A un tiempo se da la desaparición del militante, la aparición del afiche, la televisión y el discurso único, muchas veces reducido a consignas no programáticas. No es casual: tiene que ver con el corte de cierta memoria histórica, un saldo que dejó la dictadura. Uno encuentra la vieja escuela en las Madres o en los organismos de derechos humanos: ahí subsiste la diversidad.
–El volante se liga, dice, a la pasión. ¿Cómo sería eso?
–Me da la impresión de que exudan pasión. Un militante de cualquier organización, haya sido de la guerrilla marxista o de Tradición, Familia y Propiedad, por hablar de ambos extremos, tenía que estar muy convencido para participar de una acción política que consideraba genuina y entonces lo imbuía con su subjetividad; hay un punto en el que se mezcla la pertenencia con la razón de ser del militante. Y no importa la corriente. En el libro hay una página con tres volantes de junio del ’55: en uno los católicos citan a la marcha del Corpus Christi, en otro los comunistas dicen que hay que deponer diferencias y unírseles y en el tercero los trotskistas apoyan a la CGT y alertan contra el golpe. Leer estos papeles pone en contacto con lo que circulaba en Plaza de Mayo el día que la bombardearon. No creo que haya otro material más vívido que éste, por eso estoy tan contento con la recopilación.
–Hay unas cuantas “discusiones” a partir del cotejo de volantes.
–El 1º de mayo del ’74, el famoso discurso de Perón y la retirada de Montoneros de la Plaza, está pintado con los volantes: están los de la JP Lealtad, Montoneros, Juventud de Trabajadores Peronistas, Comando de Organización. La confluencia de volantes pintan determinadas fechas históricas. El acta de unidad entre las FAR y Montoneros fue dada a conocer el mismo día que Perón asumió la presidencia.
–Más allá de que rastreó y publicó volantes de diversas provincias, la gran mayoría remite a la Plaza de Mayo.
–Y, tenemos un país Plaza de Mayo. Las Madres son de Plaza de Mayo, ¿no? Hay volantes de casi todas las provincias y de varias ciudades de Buenos Aires, pero es evidente que somos un país muy centralizado en cuanto a los fenómenos políticos. Por fuera de Córdoba, con el intento de Menéndez del ’51, el golpe de Lonardi en el ’55 y el propio Cordobazo, la mayoría de los hechos políticos fundamentales ocurrieron no ya en la Capital, en la Plaza. Las invasiones inglesas ya se resolvieron ahí, microcentro a lo sumo.
–¿Qué contraindicaciones le encuentra a este modo de contar la historia?
–La tarea del historiador es analizar e interpretar, no sólo narrar. Entonces no tengo pruritos en colocarme un escalón abajo; Tulio Halperin Donghi, José Luis Romero, Félix Luna, son historiadores. Al mismo tiempo, creo que la sobresaturación de interpretaciones ha colocado a los argentinos en falsas dicotomías. Por eso elegí esta forma. Digo, cosas elementales como discutir todavía Lavalle-Dorrego o Saavedra-Moreno, con los parámetros de hoy, a mí no me cierra del todo. Uno puede juzgar a qué sectores sociales representaban unos y otros, pero decir que Rivadavia fue entreguista y creador de la deuda o asociar a las Madres con un movimiento de 1840 me parecen análisis forzados. Este afán revisionista en boga me parece un cambio de figuritas. Yo preferí presentar documentos, no relatos ya armados, y que la gente saque conclusiones por sí misma. Tal vez esto no me dé el lugar de historiador, pero creo que un hombre tan entrenado como el ciudadano argentino, con todas las que hemos pasado en los últimos cincuenta años, ha desarrollado una capacidad de análisis propio y un espíritu crítico importante.
“Váyanse, porque a ustedes en estas islas no los quieren ni las gaviotas.” Bastante pavo, ¿no? Ese tipo de volantes recibían, de manos de “la superioridad”, los soldados argentinos en Malvinas. De Titto cuenta que rastreó archivos, museos y bibliotecas durante su investigación; particularmente nutritivos resultaron la Comisión Provincial por la Memoria de La Plata y el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en la Argentina. “Si íbamos de vacaciones a Necochea, ahí me iba hasta el museo”, dice en el bar de Flores en el que transcurre la entrevista. A cada amigo, vecino, conocido, le consultó por materiales. “En el camino de regreso a mi casa veía siempre, en un lugar que hacían cambio de aceite y engrase, un cartel enorme que decía El ex combatiente de Malvinas –cuenta–. Un día bajé y le dije: ‘Mirá, estoy en esto y esto...’ ‘Yo no voy a las reuniones que hacen las organizaciones de ex combatientes –me dijo–, pero tengo los volantes que me dieron allá, en las islas. ¿Te interesan?’ No tuvo ningún problema en prestármelos para reproducirlos.”
A la salida del bar, De Titto se detiene un instante y mira el piso: hay un volante. El papel pisoteado ofrece artículos de limpieza, baratos. Se ríe: “Es una obsesión”, dice, antes de cruzar la avenida.
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