Dom 08.07.2007
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EL MUNDO PRIVADO DE TRUMAN CAPOTE, EXPUESTO A TRAVES DE SUS CARTAS

La intimidad como crónica de una época

El libro Un placer fugaz, recientemente publicado por Sudamericana, permite acercarse a sus idas y vueltas con la escritura, los orígenes de su red social, los secretos escondidos tras la creación de Desayuno en Tiffany’s o A sangre fría, y las prioridades de una era en la que reinó, triunfó y fracasó sucesivamente.

› Por Julián Gorodischer

Enviame otra de esas fantásticas cartas llenas de chismes: me hacen sentir como si estuviéramos juntos en algún lugar tomando una copa... ¡Escríbeme! Y contesta a todas la preguntas que te he formulado más arriba... Escríbeme, corazón, ¿o es que crees que tu sumiso amigo nunca piensa en ti?

Las cartas de Truman Capote, en edición cuidada por su biógrafo Gerald Clarke (Un placer fugaz, en Sudamericana De Bolsillo) permiten ingresar al mundo íntimo de un escritor, pero curiosamente no a través del “gran arte epistolar –escribe Clarke– sino mediante la sucesión de cotilleos, pedidos de informes, piropeo incesante para editores de medios y libros, un ronroneo que rastrea los orígenes de su nutrida red social, regulada por los hitos de su biografía. Incluye curiosidades tales como su recomendación para una beca a una ignota Patricia Highsmith, comentarios sobre el anclaje real de Holly Golightly (la adorable criatura que protagoniza su Desayuno en Ti-ffany’s, pedidos de disculpa y de prórroga a sus sucesivos editores desde Bennet Cerf, de Random House, al mítico déspota William Shawn, de The New Yorker, famoso por su inquisición a los textos y su manual de estilo conservador pero repentinamente dulcificado en las misivas dirigidas a su hijo pródigo: “Una obra maestra... una obra de arte que la gente seguirá leyendo dentro de doscientos años”, dice Capote que le dijo Shawn sobre las primeras entregas que le envió de A sangre fría.

Sus cartas reencuentran al lector con el Capote que aplica a la construcción de su carrera el método que dedicaría a una obra maestra literaria, mimando a su editora Mary Louise Aswell, la queridísima, a quien consuela por un divorcio reciente; o comentando sus primeros éxitos literarios (con la edición de la novela Otras voces, otros ámbitos) al séquito de admiradores/ amigos, cuyos nombres reaparecen en el lugar del destinatario a lo largo de todo el epistolario. “Los colmaba de alabanzas por el logro más insigificante, los reconfortaba cuando andaban un poco deprimidos e incluso les ofrecía dinero y ayuda, aun cuando él andaba escaso de liquidez. Eso sí, si alguno lo traicionaba, Capote no perdonaba”, escribe Clarke. Las que se incluyen en la primera parte (Los años exuberantes: un Merlín en Alabama y un Puck en Nueva York) inauguran el modus operandi: encabezados cariñosos como mi corderito o mi dulce magnolia, aun en telegramas de una formalidad laboral en las antípodas de esa extravagante invocación, primeras confidencias sentimentales a partir de las experiencias en la residencia para escritores de Yaddo, la referencia a sus primeras obras Otras voces..., Crucero de verano y El arpa de hierba menos como entretelones de la instancia creativa que como jactancia o predicción de éxitos futuros, tempranos recaudos ante la crítica y conciencia de estar haciendo historia de la literatura.

Empieza a ejercer, en estas cartas, ese talento singular para ser cronista de los de su clase, sintiéndose a la vez integrante y fiscal de ese mundillo de cócteles y estrenos de Nueva York, que simultáneamente despreciaba y requería cuando se alejaba hacia sus largas estadías en Suiza o en Italia. Malcolm, (a John Malcolm Brinnin) eres un chico listo al mantenerte apartado de Nueva York. No es lugar para ti y a todas luces tampoco lo es para mí. Creo que no tengo la coraza ni el desdén necesarios para este gigantesco foso de serpientes; parece que todo lo que uno pueda decir aquí se va repitiendo por ahí, ¡incluso lo que no llegas a decir! ¿Quiénes son amigos y quiénes no? Lo que no tiene importancia, la tiene; y todo resulta ser un poco diferente de lo que en apariencia es: a Kafka le hubiera encantado NY, sin duda...”. “La vida de Capote –comentó Rodrigo Fresán los trabajos de Clarke–, como antes la de Fitzgerald o la de Hemingway, nos instruye y nos advierte no sólo sobre las luces y sombras de un determinado y ambicioso artista embelesado por su propio mito, sino también sobre los peligros y pesadillas enroscándose como serpientes entre las pesadillescas sábanas de eso que se conoce como Sueño Americano”.

Las cartas reconstruyen su pensamiento escindido: el deseo de fuga hacia largos períodos de ausencia junto a su pareja de toda la vida, Jack Dunphy, en retiros de Forio D’Ischia (Italia) o Verbier (Suiza) conviviendo con el reclamo desesperado de que sus amigos lo mantengan al tanto de las vernissages y las separaciones recientes. Se lee esa tensión entre salirse del mundo durante los cinco años que le implicó la investigación del crimen de los Clutter de A sangre fría y la participación intensiva en cuanto evento de la alta sociedad neoyorquina se le dedicara tras su ascenso definitivo luego de la publicación del libro. De allí, también que uno de los géneros predominantes en el libro sea el pedido de un tiempo más, dificultad para llegar a la entrega que llegaría a su máxima expresión con la imposibilidad de concluir la que sería su obra maestra, Plegarias atendidas. Cada palabra –confesó al editor Robert Linscott, en medio de una de sus míticas frenadas– me cuesta sangre, y no sé a ciencia cierta con qué estoy tratando...., aún sigo revisando y haciendo pequeños cambios aquí y allí, en todo el libro... En fin, estoy muy convencido de que lo terminaré este fin de semana. Entonces se lo enviaré a Marian y ella te lo hará llegar inmediatamente. Por entonces quizá estés de vuelta en NY.

Y, entre tanto, está la demanda continua de reforzar el contacto, porque quien busque sentidos trascendentes, descripciones inéditas sobre Marlon Brando (a quien, autoconfesando él mismo, logró hacer decir sin filtro en El duque en sus dominios, durante la filmación de Sayonara) o de su adorable criatura Marilyn Monroe, se verá defraudado. Son cartas escritas en la velocidad, como racconto de vida cotidiana, queja suave, reclamo de más cartas, pase de factura o de informe sobre éxitos recientes; cartas utilizadas para cimentar afectivamente contactos indispensables para uno de sus libros (como el intercambio con el detective Alvin Dewey y su mujer Marie, fundamentales para lograr el valor vívido de A sangre fría), cartas que toman prestado el registro detallado del diario íntimo, brindando un hora por hora de escritura que reconstruye menos el origen conceptual de Desayuno en Tiffany’s que el chismorreo sobre sus condiciones impuestas para editarlo y sus repercusiones entre las damas que creían sentirse Holly. “El resultado –define Clarke– son unas cartas que muestran una espontaneidad de la que adolece la correspondencia de otros escritores, más cautos y deudores de otras servitudes. ‘Tu carta era un placer demasiado fugaz’, le dijo a un amigo; en realidad, estaba describiendo sus propias cartas, que son sin duda placeres fugaces, el título que he elegido para este libro, Un placer fugaz. Siguen igual de vivas que el día en que fueron escritas y contienen tanta energía que parecen saltar de la página y pedir a voces ser leídas.” “Pero, por encima de todo –analizó el crítico Javier Aparicio Maydeu–, Capote necesitaba escribir y que le escribieran, que le respondieran sus ansiosas cartas y sus nerviosos mensajes, que le contaran todos los chismes de los círculos sociales de Nueva York, Washington, Boston, París y Londres y le dieran todos los detalles, los más íntimos sobre quién le era infiel a quién y con quién, para divulgarlo en cartas escritas en papel perfumado que ahora reposan en bibliotecas y colecciones privadas.”

Pero, sin duda, la correspondencia enviada durante el período de escritura, corrección y espera de la edición de A sangre fría conecta con algunas líneas reveladoras sobre el método de la investigación, el proceso de identificación con el acusado y condenado a muerte Perry Smith y la habilidad para conquistar al establishment editorial de la época, llamando como mis conejitos desde la dama de hierro Katharine Graham hasta a sus editores en Random House. No conoces ni siquiera los acontecimientos superficiales de mi vida, que guarda unas cuantas similitudes con la tuya. Fui hijo único, y muy bajito para mi edad: siempre fui el más bajo de la clase. Cuando tenía tres años, mi madre y mi padre se divorciaron....Por desgracia, mi madre, que sufrió varios abortos y de ello resultaron problemas mentales, se volvió alcohólica y convirtió mi vida en una pesadilla. Acabó suicidándose..., escribe a su querido Perry, refundando al entrevistador como un sujeto implicado, autoconfesional, corrido de ese territorio de neutralidad y distanciamiento que lo diferencia abruptamente (en los orígenes del llamado “Nuevo Periodismo”) de los cronistas de pisotón. “El biógrafo Gerald Clarke, el comisario Alvin Dewey y su amante Jack Dunphy están de acuerdo en que Capote utilizó a Perry Smith –objetó la periodista y escritora María Moreno–. Pero la propiedad intelectual de un discurso oral que otro escucha y escribe de acuerdo con los parámetros para el testimonio o el parlamento de un personaje no puede dirimirse más que jurídicamente. En la película Capote y en la biografía de Clarke se sugiere que Capote espera, si no desea, las ejecuciones porque de otro modo los condenados podrían dar su propia versión de los hechos. ¿Pero qué sería la propia versión?”

Sus últimas cartas detallan la espera de la obra maestra que sucedería a A sangre fría y que, aun fragmentaria e inconclusa, lo terminó siendo y se llamó Plegarias atendidas. Estoy ultimando una sorpresa –escribe Capote a sus amistades– una especie de bomba casera. Luego de que se anticipara un primer capítulo (La Cote Basque, en la revista Esquire), los amigos ricos y glamorosos que lo celebraban empezaron a expulsarlo de sus círculos; la novela avanzaba morosamente. “Solía compararla con En busca del tiempo perdido –explicó Gerald Clarke–...; había modelado algunos de sus indeseables personajes tomando como modelos a sus amigos ricos. La reacción no se hizo esperar. Le habían confiado sus secretos, y cuando él los hizo públicos le dieron la espalda como si no fuera más que un advenedizo. Ya no era omnipotente.”

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