“MEDICO LOCO” Y “RISAS DEL VIENTO”, DOS OBRAS POCO CONVENCIONALES
Un clásico francés en clave de comic y a ritmo de jazz; una fiesta musical con sonidos del interior del país y de otras latitudes. Dos propuestas para terminar bien las vacaciones.
› Por Carolina Prieto
Una comedia de Molière ambientada en un balneario de los años ’40, con música de dos integrantes de Me darás mil hijos y una estética de cómic que incluye guiños a Chaplin, Keaton y los hermanos Marx. Un recital de folklore que recupera tradiciones milenarias y se reviste de un color y una energía desbordantes, con voces de grandes y chicos oriundos de Buenos Aires y del lejano lago Titicaca. ¿Los responsables de estas propuestas? Guillermo Cacace, director teatral y psico-pedagogo, y Magdalena Fleitas, música, docente y músico-terapeuta. Ambos andan por los treinta y pico, encaran su trabajo con dosis de rigor profesional, investigación y audacia poco habituales en las producciones infantiles y proponen un acercamiento a mundos algo distantes que, sin embargo, los chicos siguen con atención y asombro. Sin superhéroes, ni estrellas televisivas, ni melodías empalagosas, ni anécdotas edulcoradas. Por el contrario, con cruces de estilos y unos cuantos elementos inesperados.
Para Cacace, Médico loco supone un inesperado reencuentro con el complejo género infantil. Volcado en los últimos años al montaje de obras para adultos, generalmente a partir de textos clásicos (como Bacantes y A mamá), el director vive una suerte de idilio con Molière. Recientemente estrenó una versión de Tartufo que transcurre en un baño y se quedó con ganas de más. En ese marco surgió esta pieza que, en sus orígenes, no fue pensada para chicos. “Queríamos seguir investigando Molière. Y en los ensayos fueron apareciendo ciertos recursos aptos para un adulto, un adolescente y también para un nene. El tempo de las acciones, el lineamiento de los personajes, el modo de relacionarse creaban algo muy divertido en relación al cómic. Y dijimos ‘¿por qué no?’”, advierte el director.
Cacace trabajó como psico-pedagogo durante catorce años. Ese pasado de atención y cuidado por los bajitos se cuela desde el ingreso mismo a la antesala: la espera se ameniza en una gran mesa baja con hojas en blanco y crayones para dibujar; Benny Goodman suena festivo, y los mayores pueden tomarse un café hasta que se corre el telón. Adentro, una estética contundente: un espacio blanco, una mínima escenografía que simula iconos playeros, mayas y atuendos coloridos, caras sabiamente maquilladas. Todo bañado con una banda de sonido que recuerda la de Dulce y melancólico, de Woody Allen. En suma, un atractivo clima para ese mapa de engaños y deseos cruzados, ideado por el gran dramaturgo francés. El protagonista es un médico trucho (¿antecesor de Blumberg?) que, empujado por su vengativa mujer, se entromete en una familia adinerada para curar a la hija, juntar unos cobres, y de paso flirtear con cuanta damisela se le cruza por el camino; amparado en un saber tan difuso como sólido para los demás. En la piel de Miguel Sorrentino, Sganarelle produce extrañamiento y cautiva. Durante cincuenta minutos permanece quebrado, con las piernas flexionadas y el torso inclinado, como en un frágil equilibrio que acaso le permite escabullirse por donde más le conviene. Así y todo, la pieza respira mucho ritmo, y él se embala en corridas, esquives y búsquedas desenfrenadas.
Según Cacace, esa disposición física es una cita a Groucho, “que siempre anda como en un plano medio, como asomando de un cucurucho”. Hay otras referencias a los hermanos Marx: la escena del sombrero, la del baile en espejo. “No me da pudor decir que hay como mínimo tres citas literales”, aclara el director. Más allá de estas señas, el clima del cine mudo de los ’40, la riqueza sonora (que campea entre una poderosa big band, la suave nostalgia de unos valses o el impacto de un efecto de comic), la gracia de los personajes (Geronte, el padre de la joven a sanar, habla un dialecto indescifrable: un español con acento árabe o húngaro), y la comicidad de los diálogos (cuyo clímax es la delirante explicación en latín de la mudez de Lucinda) convocan a todos. “Mas allá de los gags físicos, me parece que a los chicos les da curiosidad las escenas de amor y de seducción. Me doy cuenta por algunas frases que sueltan y que demuestran que están siguiendo la trama”, puntualiza el director.
Tampoco hay solemnidad en los recitales de Magdalena Fleitas. Ni simpatías forzadas. Ella y su banda de seis músicos, a los que se suman en determinados pasajes cuatro bailarinas, se apoyan en un asombroso bagaje musical que reúne temas afro-peruanos, huaynos, candombes, canciones folklóricas de Brasil y de España, chacareras, cuecas y sones. Ritmos poco conocidos por la gran mayoría de porteñitos que, sin embargo, llenaron el auditorio del Malba. Los bonaerenses podrán verlos en el transcurso de agosto. En el espectáculo se respira fiesta, naturaleza, personajes y costumbres poco exploradas en la ciudad. En los momentos más enérgicos, padres y chicos se lanzan al baile, los haynos producen inesperados trencitos, y las llaves paternas devienen percusión para los temas brasileños. “Los chicos no ven el folklore como alejado, no tienen el registro de que sea algo extraño. Se fascinan”, explica Fleitas, que en su último CD, Ruidos del viento, cuela fragmentos grabados en una estadía en la Isla del Sol, en el lago Titicaca. “Allá los chicos cantan y recitan con tanta alegría, con la boca tan abierta. Fue tremendo escucharlos, los grabé y los incluí en el disco. Me doy cuenta que los chicos de acá mueren al oírlos”, comenta la intérprete. Acostumbrada desde chica a descubrir culturas y sonoridades, Magdalena recrea ese encantamiento a través de una propuesta más urbana que incluye batería, bajo, acordeón, guitarras, charango, cuatro y flauta. “Hacemos una fusión entre lo urbano y el folklore. Reinterpretamos la música que viene de otros lados. Por ejemplo, no canto un hayno con tremendos agudos, ni me hago la gaucha en una chacarera. Si uno imita, ahí sí empieza a hacer ruido y los chicos se dan cuenta de que no es genuino”, opina.
Calma. Los últimos del receso invernal aún puede deparar momentos prodigiosos. Sólo hace falta incursionar en otros espacios, lejos del imán de las figuras de la tele y de Disney. Y así, la llegada de las próximas vacaciones tal vez no se vislumbre como una pesadilla, sino como una oportunidad –para los grandes– de bucear aunque sea por un rato en un mundo más acogedor.
Médico loco. Hoy a las 16 y mañana a las 17 en Apacheta (Pasco 623, reservas al 4941-4669, entradas desde $7.
Risas del viento. Después de presentarse en el Malba, durante agosto girará por la provincia de Buenos Aires.
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