MAGOS, ESTATUAS VIVIENTES, MAQUILLADORAS Y ACTORES QUE TRABAJAN EN LA CALLE
El recorrido busca descubrir las nuevas tendencias “a la gorra” que, más allá de matices, tienen un denominador común: la tolerancia al malón infantil, que copó Buenos Aires durante el receso invernal.
› Por Julián Gorodischer
¿Puede una estatua viviente sentir odio hacia los niños? ¿Acaso está autorizada para gruñir o mostrarle colmillos extrañamente afilados, o dar un paso al frente quebrando su previsible inercia luego de que le tiraron encima un kilo entero de helado desde ese balcón del primer piso, una piedra de barro, una moneda a milímetros del ojo izquierdo? En el principio del recorrido en busca de los artífices del arte a la gorra en vacaciones, esos buscas de la cultura que se multiplican en la peatonal Florida, las puertas de los teatros infantiles, la Plaza Francia y los shoppings de Buenos Aires para aprovechar el aluvión gritón y caprichoso, está La Gárgola (el alias de Ariel Medina), respuesta posible sobre cómo se subliman en un personaje las sensaciones producidas por el asedio de pequeños monstruos: tal vez creando otro monstruo. Aquí, se trata de uno barnizado en un ocre fluorescente, cabeza pelada, colmillos, cara de pocos amigos, alas maquiavélicas y extraña habilidad para ganarse el mango sin apelar a los blancos naïf y los dorados melosos de otras estatuas de Florida. “Me parece bellísimo –se autodefine La Gárgola–. Ves en mí un elemento que da miedo, pero que se usaba en las cúpulas de las catedrales para custodiarlas, para que se conservara lo que había.”
Siente el dolor, experimenta el gozo hasta que sientas que vas a evaporarte; permítete reír, hasta que duela. Siente el amor desde lo más profundo de tu corazón. Ríndete a la sensualidad de la vida; enójate y expresa tu furia, pero hazlo a solas, lee la señora Rosa, de Tierra del Fuego, en el papelito que le entregó La Gárgola. Es la estrategia ideal para compensar el linaje monstruoso con buenos deseos, en un tono que para algunos será pastoso, excedido, pero que a Rosa emociona como un aforismo o un poema de Poldy Bird. Ni yoga, ni meditación, ni tai chi: la quietud absoluta, la tolerancia a la nueva ola polar, el equilibrio que resiste a los empujones de oficinistas y bandas juveniles se consigue en otra escuela, la del teatro y el mimo; la del relleno imposible de medias can-can distribuidas en todo el cuerpo, que se convierten en trajes térmicos de altura cuando la performance se traslada a Mar del Plata. Y un día Buenos Aires se llenó de villanos sacados de la película Matrix, de jorobados de París, de parientes menos drásticos del Alien y el Depredador, dejando a las efigies romanas para los improvisados y los novatos. La Gárgola, aquí presente, fundamenta el cambio en el mapa de estatuas vivientes:
–La idea era romper con los moldes; veníamos con estatuas blancas, delicadas y sutiles, pero quería generar otra cosa en la gente: duda e intriga. Ahora se llenó de malignas; lo mismo que pasó, en su momento, con las blancas y las doradas. Todo se puso muy oscuro, muy dark. Y hace falta otro cambio, eso es lo que me motiva: lo próximo va a ser un ángel cibernético, llamalo un Matrix si querés. El tema no es la partitura, sino el intérprete.
Al cruzar a la estatua en Florida, se percibe el contraste entre el hormiguero y un líder autoinstituido que atrae miradas con mínimos recursos: inmovilidad y fijeza. La Gárgola Ariel innova no solamente moviéndose ante cada moneda depositada (un clásico) sino entregando el papelito de la suerte. La competencia es mucha y la impugnación se resume en una frase: “Si te tirás un trapo encima, no sirve de nada”. El estoico, entre los artistas callejeros, queda ligado al poco tiempo de observación por no presentar variedad, incitación a desafiarle la quietud y hasta ánimo de imitación. La gargolita, el niño que quiere desde hace un rato reproducirle la postura en una pata y con la boca abierta, empieza a convertirse en un problema, cuando el círculo de mirones se desplaza lentamente a sus dominios: ni siquiera requiere la aprobación con una moneda; presenta el mérito extra del aficionado. Pero no iguala al original en la permanencia. A los siete minutos, desaparece.
Cuando otro niño dice: hay otra carta abajo, no claudica en su intención de delatar ni siquiera cuando ve la mandíbula apretada del mago, la precipitación a agarrar el mazo, la desesperación; se comprueba la constancia del ensañamiento: será así en el principio y el fin de los tiempos; será resistir y aguantar dejando aparecer cada tanto a un venezolano, un colombiano, un chileno que, según el ilusionista Martín Bernet, de Florida y Perón, son los que más valoran y retribuyen al arte callejero, tal vez porque “están más acostumbrados a verlo en sus países”. La magia close up, no apta para escenarios, sobre una mesita forrada en cuerina o felpa verde, exige un paseante particular: participativo, capaz de concentrarse en el caos, menos proclive al show masivo que a la escena íntima del mago revelando la trastienda de sus trucos como acto de generosidad. Pero la situación de calle pide reforzar el cliché, reafirmar eso que se espera de un mago, cada vez que Martín dice, como ahora a la chica que se detuvo ante la mesita: Guada, el juego lo vas a hacer vos, ¿me creés? Te pido que sostengas el mazo de costado y le digas: quiero mi carta. ¿Creés que el mazo te va a hacer caso? La podés mirar; el enano ya salió volando, como si la que se desplegara fuera una técnica publicitaria algo anticuada pero siempre eficaz, en busca de la asociación inmediata, violenta casi, con la idea que ya se tenía sobre un mago. La calle, sólo aquí, no en las puertas de los teatros de Barney & Co. donde la actualidad pauta la agenda del artista y el vendedor, extingue por un rato a ese mago volador y alumno de Hogwarts, para hacer detener al melancólico que quiere volver a ver de cerca a un heredero de René Lavand.
–Otros me preguntan lo mismo que tú: ¿por qué en la calle? –sigue el mago, entrenado para tratar al turismo–. Porque en Florida está toda la gente, los de Avellaneda y los de San Isidro. ¿Irme a un espacio verde? ¿Con este frío?
Puro estatismo, hasta aquí, en los cuerpos rígidos, inermes, poco sensuales del mago y La Gárgola, en las antípodas de la vitalidad de Il Gatto, estudiante de teatro, actor en el off y, claro, promotor actuado en todas las puertas de los teatros de Corrientes, donde luce su máscara, otra vez levemente anticuada, como si él mismo fuera una reencarnación entre Félix y Silvestre. Vení, gatito, maullá, haceme un ronroneo, escucha Pablo Vázquez desde los autos, en medio de su caminata, menos el insulto que el cumplido, el piropeo incesante que no distingue sexos, alimentado por la mitología en torno del gato humano. “Me la tengo que bancar, cuando gritan: gato, gatito, vení acá. Las chicas te hacen un miau; los varones, cualquiera. Pero la gente se fue acostumbrando; el primer día fue furor. Ahora nos ven pasar en calma de la 9 de Julio hacia el Bajo.” Entrega cupones y menúes de una tratoría, con especialidad en pastas; se detiene un tiempo más largo en la puerta de la obra de Casi ángeles, extrañamente fascinado por la receptividad especial que hay allí con los promotores.
–Estudié con Serrano y Briski –sigue el felino amabilísimo, devoto de Sai Baba en proceso de financiamiento de su peregrinación a la India–. Pero, negro, me mudé hace un mes; y tengo que salir a hacer promociones o lo que venga. Lo único que ponés en juego como actor es perder la vergüenza. Ahora, cortamos la entrevista, ¿sí?, que nos quedamos sin cupones y hay que volver a buscar más.
–Vamos yendo y, mientras, charlamos...
–Lo que resulta con los pibes es ser desinhibido, poner la sonrisa –sigue–. No lo oculto en el ambiente del teatro: es un trabajo. Y producciones actuadas se hacen mucho. Uno quiere laburar de artista pero es lo que hay. ¿Abordar a alguien en los teatros para entrar a la tele? No. La manera de llegar es formándome, por mérito propio.
El ejercicio de riesgo, luego, es solamente dejarse llevar hasta la puerta de Casi ángeles, donde se tiene la sensación de ser tan invisible como uno de los Héroes de la serie, ahora que el malón zoológico pierde las formas y demanda a sus permisivos padres, en su mayoría de niñas desbordadas ante tanta oferta, tentadas por el arte de Galletita y de Vanesa, las maquilladoras que les encajan mariposas, alitas como las de Emilia Attias y, en los casos más sofisticados, arabescos y fileteados (que Vanesa aprendió en un curso de maquillaje artístico). El tabú de estatuas, magos, maquilladoras e Il Gatto es revelar la ganancia al final del día, pero se coincide en que gana más el que estudia bien cada target. No es cuestión de ofrecer porque sí, sino de adaptarse a las necesidades de los consumidores precoces. “Para los varones –recomienda Galletita, madre de tres hijos, desempleada, en las puertas del teatro desde la mañana hasta la noche–, arañas, dragones, alitas en color turquesa, todo hecho en un minuto. En la puerta del Luna Park, donde se presenta Disney on ice, rinden las caritas de Mickey. Después, caritas de Barney en el Opera. El hit, sin embargo, es la mariposa y la carita de Stephanie de Lazy Town.”
El sueño de Vanesa, entre las siete maquilladoras que se turnan entre los teatros, sería desplegar todo su arte en un body painting completo, que ponga cada cosa donde debe estar: alitas como las de la tele en la espalda, orejas en las orejas. “Hace mucho frío”, se resigna, en referencia al problema más citado por los callejeros de estas vacaciones invernales. El sueño de muñeca BJ (de la barra del dinosaurio Barney) sería no volver a tener nunca más la cabeza adentro de esa goma espuma pesada y asfixiante, que a veces le impide respirar y le reclama descansos cada media hora para recuperar aliento. “Todo el tiempo me hacen bromas; me tiran de la cola; me pegan. Un nene me metió una piña en la cabeza, y era grande. Los chiquitos te patean pero no te pasa nada. Me saco la cabeza y les digo que no tienen que hacerlo. Pero les divierte”, dice la anónima detrás del personaje. “Lo pesado atrae más gente –se escucha desde la ultratumba, en el interior de la cabeza–. También (con su hermana) tenemos a Barney, pero es muy grande y necesita relleno de un mayor. La serie de Disney ya fue; les dicen hola y se van sin pagar.” Y, sin embargo, ¡cómo le gustaría a la muñeca estar en las entrañas de una Minnie! ¡Sentir la liviandad de ese disfraz, solamente un vestidito!
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