ENTREVISTA CON EL FILOLOGO JOSE ANTONIO MILLAN
La importancia de las comas
En su libro Perdón imposible, el filólogo español se dedica a analizar la puntuación del idioma español y cómo una simple coma puede dar vuelta el sentido de una frase.
Por Silvina Friera
El filólogo José Antonio Millán recuerda una anécdota atribuida a Carlos V en el prólogo de su reciente libro Perdón imposible (Del nuevo Extremo). El emperador debía firmar una sentencia que decía así: “Perdón imposible, que cumpla su condena”. Pero el monarca, según se cuenta, cambió la coma de sitio antes de firmar, “perdón, imposible que cumpla su condena”, y de ese modo cambió la suerte de algún desgraciado.
Millán repasa en su libro la historia de los signos de puntuación desde una perspectiva orientada hacia la divulgación, y demuestra, a través de un conjunto de citas de novelas, poesías y páginas web, la gran riqueza y flexibilidad del sistema de puntuación, las zonas de indefinición o las divergencias que existen entre los entendidos. “El lenguaje humano no es un programa de ordenador que sabe lo que hace a cada rato”, plantea Millán en la entrevista con Página/12. “Hay un margen para la ambigüedad, para la creatividad, incluso para la ambigüedad calculada cuando no quieres decirlo todo y entonces utilizas una oración que puede quedar abierta hacia múltiples interpretaciones”.
Perdón imposible es la “versión” española que Millán escribió después del éxito de Eats, Shoots & Leaves, de Lynne Truss, un curioso best seller sobre el tema de la puntuación en el inglés. Pero el filólogo español, para aligerar el texto, generó una página web, www. perdonimposible.com, que funciona como complemento del libro.
Desde abril, Millán viene organizando un concurso en esa página web que consiste en puntuar un texto de un autor muy conocido. “Es muy raro que exista una única solución –señala Millán–. Muchos se pueden puntuar de dos o de tres formas distintas y no se puede establecer cuál es la forma ‘buena’ o la ‘mala’ para organizar la puntuación.” Apelando a cuentos, anécdotas o chascarrillos –como “la carta asesina” que no tenía puntos ni comas–, el filólogo español explora el uso de la coma –el signo más arbitrario–, resuelve dudas y plantea curiosidades. “El español tiene más libertad en el uso de la puntuación que otras lenguas que son más estructuradas y normativizadas como el alemán”, señala Millán, que dirigió la primera edición en CD-ROM del Diccionario de la Real Academia y creó el Centro Virtual del Instituto Cervantes en Internet.
–En el Congreso de la Lengua que tuvo lugar en Zacatecas, Gabriel García Márquez propuso jubilar la ortografía. ¿Se animaría a decir lo mismo sobre la puntuación?
–Los que estábamos en Zacatecas, cuando García Márquez leyó ese texto, lo tomamos como una boutade, una broma bastante divertida, pero que causó una gran alarma social (risas). Recuerdo que iba por las calles de Zacatecas, días después de lo que dijo García Márquez, y se acercaban los niños de ahí y te preguntaban (imita la tonada mexicana): “Oiga señor, ¿es verdad que ustedes van a prohibir que usemos las haches?”. La gente está acostumbrada a una cierta forma visual de las palabras y aunque pueda plantear ciertas dificultades el uso de las reglas ortográficas, cualquier modificación resulta problemática. En Alemania se ha realizado un cambio en la ortografía que ha creado muchos problemas; hay periódicos enteros que han dicho que van a seguir con el antiguo sistema, mientras que otros ya se han pasado al nuevo. Con el tema de la puntuación, que es mucho menos rígida que la ortografía, la ventaja es que como no tiene reglas tan fijas es difícil romperla porque en el fondo ya está un poco rota. Quienes la han intentado dinamitar siempre han sido los poetas. Borges decía que cuando eran jóvenes intentaban abolir los signos de puntuación porque si eres un poeta joven, revolucionario y vanguardista quieres dinamitar todo: las palabras, la ortografía, la puntuación. Pero en su madurez, Borges señaló todo lo que se quiso abolir fue sustituido por espacios en blancos y otros recursos para no dejar los textos desnudos.
–¿Piensa que la normativa de la Academia siempre llega tarde, que lo que prevalece es el uso común entre los hablantes?
–En la lengua, el que manda es el pueblo que la habla. Los cambios lingüísticos se hacen por sufragio universal. Cuando todos los hablantes deciden cómo se dice una palabra o que tal palabra en vez de significar esto significa lo otro, es cuando se producen los cambios. Entonces la Academia poco puede hacer, salvo sancionar a posteriori. Nunca se puede imponer un cambio lingüístico si el cuerpo social lo rechaza. Esto le ha pasado a la Academia, entre otros casos, con la grafía güisqui (por whisky), que nadie escribe así. Por suerte, quien manda en la lengua es el hablante.