Domingo, 2 de septiembre de 2007 | Hoy
OPINION
Por Diego Grillo Trubba *
El video de Wanda Nara posee características hipnóticas. En primer término, porque la primera ocasión en que uno ve ese video se la pasa preguntándose ¿Pero ésa es Wanda Nara? ¿En serio? Y sí, parece que lo es. En segundo término, es decir cuando se lo ve por segunda vez, hay un elemento descorazonador para quien observa esta pieza, y es el tamaño descomunal de ese pene ajeno; uno lo ve y piensa, si es hombre, “nunca que me hacen un pete mi pene tiene el tamaño de la cabeza de la chica en cuestión. ¿Será Photoshop? ¿Hay Photoshop para videos? ¿Será un efecto de Industrial Light & Magic, la empresa de George Lucas?” En tercer término, es decir cuando se lo ve por tercera vez, aparece la decepción: al fin y al cabo, esta chica no es tan buena en el asunto, se ve que le pone cierta onda, pero le falta gracia, nada que ver con artistas como Jenna Jameson. En cuarto término, es decir cuando se lo ve por cuarta vez, uno se pregunta si a esto es a lo que han derivado, YouTube mediante, los desnudos cuidados que surgían cuando alguna artista deseaba relanzarse luego de alguno de los tantos traspiés o bajones en su carrera. En quinto término –quinta ocasión en que se lo observa–, uno se pregunta si lo habrá colgado ella o él, porque tuvo que haber sido uno de ambos, porque en ese cuarto están sólo los dos, y quien graba es él con su teléfono celular o cámara digital; si fue él sin autorización de ella, es el Tommy Lee anónimo de la Pamela Anderson argentina; si fue ella, o ella dio la autorización, dejaría en claro cuáles cree que son sus aptitudes para devorarse el mundo del espectáculo. Y hay sexto, séptimo y octavo términos. Uno por cada ocasión en que se vuelve a ver ese video de poco más de un minuto. Yo ya encontré, entonces, más de veinte términos. Hablando más en serio, me resulta lamentable que se critique esta clase de videos desde un punto de vista moral. Que se descalifique a una participante de High School Musical porque existen pruebas de que ejerce su sexualidad –cuando lo más probable es que el resto también lo haga, como es normal, por más que no haya videos– es al menos hipócrita. Hay, en este tipo de personas que se trasvisten de personaje –o quizá sea a la inversa– un profundo deseo exhibicionista. Eso es ir a concursar para “ser famoso”: desear ser observada, imaginar ser querida, querer ser deseada. Entre pasarse sesenta días en una casa donde se graba hasta cómo cagan y que exista un video con una fellatio hecha y derecha, hay un límite muy difuso. El juego es mostrar, porque hay participantes de ese juego que desean ver. Y se muestra. Y se ve. Hay, me parece, un deseo de mostrar el deseo, de exhibir el placer para dar cuenta de que ese placer existe.
* Antólogo de En celo.
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