Domingo, 9 de septiembre de 2007 | Hoy
ENCUENTRO DE INTELECTUALES ARGENTINOS Y MEXICANOS EN EL DF
Juan Gelman, Paco Ignacio Taibo, Carlos Monsiváis y José Nun, entre otros, compartieron un almuerzo muy sustancioso.
Desde México DF
Llueve, esta vez más tempranito, en la ciudad de México. Son las tres de la tarde, hora del almuerzo. Los invitados van llegando al tradicional restaurante Las Mercedes, en el barrio Nueva Anzures, con la morosidad que provoca ese extraño mestizaje entre la lluvia y el caos de tránsito que hay en el D F. La tarde parece confabularse para que el tango y la ranchera se abracen, hermanados en una eterna cadencia. Juan Gelman y Mara Lamadrid conversan con Paco Ignacio Taibo. El autor de Regreso a la misma ciudad y bajo la lluvia cuenta que le dio vacaciones a su entrañable detective Belascoarán. Ahora está escribiendo la biografía de Antonio Guiteras, que dirigió la insurrección que derrocaría a la tiranía del cubano Gerardo Machado en 1933. “Fue el primer Guevara de Cuba”, compara el escritor. El secretario de Cultura de la Nación, José Nun, acompañado por su mujer, la artista plástica Diana Chorne, se funde en un abrazo con Gelman. Los mozos ofrecen tequila y algunos esperan con ansiedad a Carlos Monsiváis, bautizado –picardía de los amigos mediante– “porsiváis” porque su asistencia a las invitaciones que recibe no están garantizadas. Pero la “malicia” del rumor termina siendo una falsa alarma. “Si exceptuamos el tango, el mayor punto de contacto entre argentinos y mexicanos son los libros”, señala Monsiváis.
El autor de Escenas de pudor y de liviandad entra agotadísimo y explica: “Lo que desintegra el alma en esta ciudad es el tráfico. Tardé una hora y media de mi casa acá. Lo bueno es que valoro mucho las amistades. Si me atreví a cruzar esta distancia es porque quiero realmente a mis amigos”. En un clima entre-nos (una primera persona del plural que para argentinos y mexicanos no conoce fronteras), la “argenmex” Hilda Iparraguirre, historiadora cordobesa que llegó al DF en 1980, juega el rol de la anfitriona: presenta a periodistas e historiadores del Instituto de Antropología e Historia (INAH), organizador de la Feria del libro de Antropología e Historia.
Después de varios tequilas y copas de vino, es hora de sentarse a la mesa. Nun y Taibo hablan animadamente y se ríen cuando el escritor mexicano le cuenta el impacto que está teniendo entre los jóvenes El cuaderno verde del Che, que acaba de publicar Seix Barral en México, con poemas de Neruda, León Felipe, Nicolás Guillén y César Vallejo. “¿Neruda era tan chingón como el Che?”, le preguntó un joven en la calle a Paco. “Qué importante es que sea el Che el que les abra a los jóvenes la puerta para acceder a la poesía de Vallejo o Neruda”, comenta el secretario de Cultura. “No soy nadie para darle un consejo –agrega Taibo–, pero creo que tenemos que fortalecer la idea panamericana de cultura porque podemos hacer muchas cosas juntos”.
La luz se corta, pero nadie se mosquea, hasta parece que ni se dan cuenta de que la sala del primer piso está a media luz. Todos siguen comiendo mixtotes de carnero, filetes tatemados y pollo al mole negro, las tres opciones del menú del restaurante, y tomando vino Yauquen Cabernet Sauvignon. También participan del almuerzo el historiador “argenmex” Horacio Crespo, que acaba de editar Argentina, 1976. Estudios en torno al golpe de Estado; César Calcagno, jefe de Gabinete de la Secretaría de Cultura de la Nación, y los mexicanos Sandra Lorenzano y Benito Taibo, entre otros. Monsiváis y Gelman intercambian comentarios de poetas como figuritas: José Lezama Lima, Raúl González Tuñón, Roberto Juarroz. El escritor mexicano recuerda la influencia que tuvieron las ediciones argentinas en la formación de muchas generaciones de lectores mexicanos, “hasta leíamos la revista Billiken”. El autor de Aires de familia menciona especialmente al poeta Raúl González Tuñón. “Teníamos una relación natural con el libro argentino”, recuerda. El vino levanta los ánimos y parece agilizar la memoria, a veces tan esquiva y traicionera. “La costurerita que dio aquel mal paso... y lo peor de todo, sin necesidad...”. Gelman, sonriente, le retruca: “Evaristo Carriego, es una frase genial”. El poeta cuenta que fue un excelente bailarín de tango cuando tenía quince años. “Ahora sólo bailo rancheras”, bromea. “Yo soy un excelente bailarín de danzón, pero cuando estoy solo”, añade Monsiváis.
El fotógrafo le pide a Gelman que se ubique al lado de Monsiváis. “Yo siempre me paro frente a Monsiváis”, dice, y mientras todos festejan la ocurrencia, el poeta cumple con el pedido. Benito propone un brindis y Nun, que no toma alcohol, se encarga del epílogo del encuentro: “Una vez me comentaron que siempre tengo que aceptar una copita y tenerla en la mano para que no piensen que soy de alcohólicos anónimos”.
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