Domingo, 9 de septiembre de 2007 | Hoy
MUSICA › LEON GIECO BRINDARA PASADO MAÑANA UN SHOW GRATUITO EN EL LUNA PARK
El músico santafesino celebrará junto a Página/12 los veinte años que cumple el diario. León habla de las coincidencias ideológicas y de los guiños que comparte con los lectores.
Por Facundo García
¡¿Dónde está León Gieco?! Podría gritarlo un villano de película, un pibe que necesita ayuda o un fan de pelo largo. Aunque esta vez lo dice un periodista, y como respuesta consigue sólo datos equívocos. “Está en la montaña”, “la comunidad de no-sé-dónde lo invitó a comer asado y se quedó”, “se fue a tomar un vino con los pobladores de la zona”, le responden. Eso y poco más. Queda claro que a esta altura las cosas que se saben del Gieco hombre empiezan a cruzarse con el mito, algo similar a lo que pasa con casi todos los héroes populares: nunca está claro dónde se refugian y de repente, de un momento para el otro, aparecen en medio de la gente para hacer de las suyas. Pues bien, en este momento Gieco está en una parte de Chubut en la que hablar de teléfonos celulares despierta sonrisas irónicas y unas pocas casitas hacen lo que pueden para espantar el aislamiento. Sin embargo, el trovador asegura que nada le impedirá estar este martes a las 20.30 en el Luna Park (Corrientes y Bouchard), donde festejará los veinte años de Página/12 con un show gratuito. Desde el otro lado de la línea, el santafesino andariego nacido hace cincuenta y seis años en una chacra de Cañada Rosquín comparte impresiones sobre el país que tanto ha recorrido y también habla sobre este diario, con el que tiene una relación completamente atípica y cercana.
–¿Qué está haciendo ahora, Gieco?
–En este momento me estoy acomodando en una hostería en Gualjaina, un pueblo chico. Vengo de recorrer seis pueblitos similares que quedan en una región bastante apartada de la Patagonia. Hicimos un par de shows, y estoy muy satisfecho por haber dado al público de acá un espectáculo con la misma calidad que el que vamos a hacer en el Luna.
–Hay toda una generación que fue creciendo junto a sus canciones, ¿qué complicidades ha establecido con el público que lo sigue desde sus comienzos y qué relación tiene con quienes se han ido integrando más tarde?
–Cuando estoy en el escenario y veo a la gente de mi edad, muchos de los cuales sufrimos miedos y persecuciones, nos basta la vista. Suena un tema y con un golpe de miradas entendemos todo. Sabemos por dónde va la cosa. Después tenés gente más joven, que está harta de que le quieran vender cosas vacías y se acerca para encontrar un arte que no sea de plástico. A mí me parece buenísimo que ellos también participen, porque traen energía nueva.
–Usted recibe semanalmente decenas de cartas de personas que le piden ayuda. ¿En algún momento cansa ese compromiso permanente? Desde el punto de vista personal, debe ser difícil estar en contacto permanente con personas que han sufrido o sufren mucho...
–Mucho más me cansaría hacer canciones descartables, no cantar por nadie, no ser solidario. Me cansaría si mi alivio en la vida fuera una cuenta en el banco. Yo solamente pido comer y tener mis instrumentos, el resto prefiero compartirlo. Mucha gente no ayuda porque se cree que no le va a alcanzar la energía, y cuando estás ahí te das cuenta de que si das una mano pasa todo lo contrario, te cargás de cosas buenas. Cuando Santa Fe se inundó (León se refiere a la catástrofe climática que tuvo lugar en abril de 2003), nos juntamos para hacer un recital, pero decidimos hacerlo directamente en los galpones en los que se había refugiado la gente. Cantaban. Te estoy hablando de gente que había perdido hasta el DNI, eh. Y cuando nos despidieron nos agarraban del hombro, nos hacían girar y nos decían “que tengan mucha suerte”, “que Dios los bendiga”... ¡y ellos tenían la casa tapada por el agua! Eso te hace más fuerte. Con gente así aprendés que al compartir, aumentás lo que tenés.
Alguna vez Gieco contó que cuando el colectivo que lo lleva de gira por la ruta se detiene en cualquier paraje, él saca una bici, se calza un barbijo –para no revelar su identidad– y sale a dar una vuelta. Así, de incógnito y generalmente por la mañana, León se va metiendo en la sintonía de quienes lo escucharán esa noche en el concierto. Recorre las calles tranquilas y capta el latir de la rutina vecinal. La excursión suele durar unas tres horas, hasta que los lugareños empiezan a sospechar de ese señor que pedalea con esfuerzo en las subidas y lo reconocen. Entonces llega el cariño. Es que en el vacío mediático van quedando pocos artistas masivos a los que les interese tener un contacto estrecho con las personas corrientes, algo que a León no le cuesta porque se reconoce –siempre se ha reconocido– “un hombre sencillo”.
–¿Cuándo tuvo las primeras pistas de que iba a convertirse en un artista tan popular?
–Mis viejos influyeron mucho. Mi mamá –muy buena bailarina– siempre respetó mi vocación; y mi papá también me apoyó. Me acuerdo que mi viejo cantaba en una orquesta del pueblo que quedaba a unos quince kilómetros de casa. Interpretaba sesenta canciones en una noche, de traje. Y no se olvidaba ni una estrofa. Ese compromiso me quedó grabado a fuego. Claro, hay que tener en cuenta que en ciertos lugares del interior los coros y las orquestas son muy importantes: las amas de casa dejan de lavar los platos para ir a cantar, y hasta el tipo del tractor a veces va al ensayo de noche aunque sepa que al otro día tiene que arrancar a las cinco de la mañana. Imágenes así me quedaron muy adentro. Después empecé a tocar en las fiestas patrias de mi colegio... y ahora mirá vos, he estado por estas localidades patagónicas y comprobé que hay escuelas en las que los chicos aprenden mis canciones con las maestras.
–Cantan en la escuela lo que escuchan en su casa. Impensable hace veinte años...
–Sí. Cuando yo era estudiante era muy raro que aprendiéramos una canción escrita por un tipo que todavía respirara y hablara... ahora por suerte los chicos aprenden mis temas y yo vengo y los canto con ellos...
–Por otro lado, usted no se ha presentado solamente en las escuelas. También ha tocado en la Rosada...
–Eso no significa que yo sea, como dicen por ahí, un “oficialista”. En su momento el Presidente me pidió que yo tocara en un lugar en el que han jurado corruptos y asesinos, y yo pienso que es necesario convertir esos espacios de vergüenza y tortura en un centro de cultura y memoria. Adhiero a un estilo de gobierno que tiene errores, pero que ha abierto el camino a cosas que esperábamos desde hace mucho.
–Desde esa perspectiva, ¿cómo queda rediseñada para usted la figura setentista del “cantor de protesta”, si ahora se puede cantar en la Casa de Gobierno?
–Queda rediseñada por la necesidad de revisar la historia y lo que ha pasado en este país en las últimas décadas. Hay cosas por las que todavía es urgente luchar. Nadie debería convencernos de que trabajar para que los derechos humanos ganen espacio es una actitud partidista, porque humanos somos todos. Son tareas pendientes que hay que encarar como sociedad. No se puede ir para adelante sin tener en cuenta ese tipo de necesidades. De otra forma, ¿cómo hacemos? ¿Tomamos todos una pastilla y nos olvidamos de todo? No. La historia no admite pastillas que te hagan olvidar cuál es tu identidad.
León Gieco toca gratis en el Luna Park este martes a las 20.30, festejando los veinte años de Página/12, con el auspicio de cerveza Imperial. Las entradas están agotadas.
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