UN RECORRIDO POR LOS PERSONAJES DE JULIETA DIAZ
Con la excusa del reciente estreno de La señal, la actriz pasa revista a su carrera cinematográfica desde su debut en Herencia a la actualidad, cuando tensiona la cuerda entre la intensidad y la economía de recursos.
› Por Julián Gorodischer
Tenía miedo de recrear el género como si se tratara de un cliché: cuando Julieta Díaz supo que sería la mujer fatal de La señal –la película recién estrenada de Ricardo Darín, sobre un libro y proyecto original de Eduardo Mignogna– temió a la repetición de los rostros calcados de la rubia exterminadora, desde Lauren Bacall a la más reciente Kim Basinger de Los Angeles al desnudo pero, sólo para empezar, su primera transgresión es aparecer morocha en la pantalla. Lo que siguió después, superado el impacto por la muerte del director de La fuga, cuando se le reveló el nombre de Darín como el heredero a cargo del rodaje, fue aprender a contenerse, relegando el histrionismo impregnado en su gestualidad, apartándose de su marca personal, su preferencia o facilidad para interpretar a las chicas al límite desde la mujer policía de 099 Central a la obsesiva compulsiva (Juana) de Locas de amor, las dos criaturas que le dieron sendos Martín Fierro como actriz secundaria y protagónica. El problema del actor, muchas veces, es despersonalizarse en el contexto del género, aquí el relato policial negro, que tiende a mantener los mismos sentidos heredados, a reproducir las viñetas no clásicas sino remanidas de “mirada penetrante” y “voz agravada por el tabaco”.
“Cuando me entero de que Mignogna muere sufro el golpe: yo estaba enamorada de su calidez, de su inteligencia, su humildad. Muchos de nosotros no sabíamos que él estaba enfermo: era tan grande la pena por su muerte que no me hice preguntas sobre el proyecto. ¿Pero cómo podría no haberme tentado?”, dice Julieta Díaz. “Había leído la novela, había visto las películas de Eduardo, quería trabajar con Ricardo Darín... Para mí fue tocar el cielo con las manos.” Entonces, la actriz de La Celestina (en el Teatro Regio, de jueves a sábado a las 20.30) decidió marcar a su criatura, salirse de “eso que la gente conoce de memoria sobre la femme fatale, esa regla de tres simple para no quedar en una Jessica Rabbitt”. Si en la TV ella se destacó como la que fue un poco más allá de los límites del realismo, en Mujeres asesinas, Locas de amor y Soy gitano, el cine (en Herencia, de Paula Hernández; Derecho de familia, de Daniel Burman y la propia La señal) le impuso despegarse de los “fenómenos” a los que se había habituado, redescubrir el peso de la fotogenia (inmovilidad, detallismo, dirección de la mirada), y no siempre el proceso fue fluido o placentero...
–Ricardo no me dio tregua –reconoce–. Le dije gracias, porque transpiré muchísimo; me costó, pero creo que logré la austeridad en la gestualidad. Yo tiendo a ser una actriz muy histriónica, a que haya de más y no de menos. Me han tocado directores que me contuvieron. Yo le decía a Ricardo: “Pero no te estoy dando nada”. Y él me ayudó mucho. No tomé decisiones que él no encauzara; es muy preciso, es intenso pero sobre todas las cosas es austero. Lo guía la máxima menos es más. Entendí que trabajando con austeridad puede no perderse intensidad. Me dijo cosas como: “Modificá el tono de voz, hablá una octava más baja, un poco más lento, que parezca que el personaje está pensando en otra cosa; que sea una ocultadora, que mire de soslayo, construyendo la fotogenia”. Llegar a lo estético desde un contenido. Desde la intuición yo quería ir por ese camino; él les puso palabras a mis ideas. Tenía que ser una mujer perturbadora para su personaje.
¿Condiciones desde las cuales se empieza a preparar una femme fatale? ¿Desde qué conjunto de saberes y sentidos se construyen la seducción muda, el movimiento gatuno, la capacidad de impulsar las acciones de un hombre, aquí el detective cautivado por esa mujer de mala música? “Había leído a Chase, había visto El tercer hombre, algunas de detectives con Humphrey Bogart, Chinatown, todas las de Humphrey Bogart y Lauren Bacall. Cuando la historia se cuenta desde la verdad, y habla de deseos, miedos, inquietudes, no importa a qué época pertenezca.” ¿Más impresiones sobre el género como estímulo creativo? “El género es muy potente estéticamente –-sigue–, pero no hay que permitir que se coma la historia, la película; no se tiene que comer la verdad de los personajes, para que todo no sea una copia de una película yanqui. Además, en La señal, el contexto ayuda: logrado por el fondo de la muerte de Eva Perón; pero todo lo que tiene que ver con la época tiene que ver con la historia; no se subraya nada, en un hallazgo muy grande de la dirección de arte, con una decisión de no regocijarse en el contexto.”
–La búsqueda de una economía actoral, esa posición más despojada y austera, ya había empezado a detectarse en la profesora de gimnasia que interpretó en Derecho de familia, de Daniel Burman...
–Ella estaba para construir la mirada de él. Pero yo venía de hacer Locas de amor, y fue un trabajo bastante cinematográfico el que hicimos, y en eso ayudó mucho la dirección de Daniel Barone. Cuando confío, me puedo entregar. A veces me cuesta, porque me muevo con sentencias, convicciones. Pero siento que es importante dejarse llevar. Paula Hernández, en Herencia, no era tan puntillosa; tal vez porque yo estaba en el tono que necesitaba. Pero tanto Burman como Darín me dirigían de cerca. El riesgo de Burman fue llamar a alguien de la TV, ofrecerle un papel secundario. Yo le dije: “No tenés que escribirme más, no hay personajes menores”. Salvando las distancias, Cate Blanchett ha participado en películas que su agente desmerecía, argumentando que no le convenía hacer apariciones chicas.
–Tal vez en los Estados Unidos haya mayor tradición y despliegue para los roles secundarios...
–Es verdad que allá hay grandes actores en personajes secundarios, pero tengo el recuerdo de participaciones importantes de actores argentinos. Lucrecia Martel ha elegido a una actriz casi desconocida en el protagónico de La niña santa (María Alché), y a actores conocidos acompañándola. En La ciénaga, Graciela Borges estaba en un papel más secundario que Mercedes Morán. Kate Winslet, Glenn Close, Je-ssica Lange son referentes para mí, que no han esquivado roles de soporte en películas maravillosas.
–Las actrices que nombra tuvieron a cargo mujeres fatales memorables, que podrían haber funcionado como su fuente de inspiración...
–Me gustó mucho lo que hizo Je-ssica Lange en El cartero llama dos veces: cómo va virando a una mujer ávida de libertad, poniéndose morbosa hacia el final. Pero la que más me llamó la atención con respecto a la mirada, y a la manera física de manejarse, es Lauren Bacall, con sus ojos achinados que daban el physique du rol de la femme fatale, logrando no mirar directamente. Darín me pedía que hiciera hincapié en la mirada.
–¿Aparecieron nuevos rasgos de actuación?
–Tengo el registro de haber trabajado chiquito; la escena de sexo, por ejemplo, es con la ropa puesta. Ricardo logró hacerlo cuidadoso y sutil. El sexo está ahí; pero se está contando otra cosa. No es Bajos instintos; es una historia ambientada en los ‘50 y habría hecho ruido.
Su breve currícula cinematográfica se completa con La mano de Dios, de Marco Risi, la película en la que le tocó recrear la vida de Claudia Maradona, y por la cual debió teñirse de rubio platinado durante más de un año. En un principio dudó si aceptar el papel, por la disconformidad que planteó la familia, pero se enteró de que habían cobrado por los derechos y dijo: “Cada uno atiende su juego. Go ahead”. “Yo hablé de Claudia, dije lo que sentía sobre su persona. Creo que si hicieran una película sobre mi vida, también lo tomaría como un tema muy delicado. No creo que la película se estrene acá. Como vienen las cosas, no sé qué pasará. En algún momento, si no se estrena, viajaré a Italia, compraré el DVD y la veré. Soy la coprotagonista de la película, pero estoy desconectada; es como si nunca hubiera participado. Hace dos años que estoy contestando sobre el tema y la película no se estrena.”
–¿Por qué aceptó filmarla?
–Otra vez, me interesaba esa austeridad: el perfil bajo, ese misterio asociado a Claudia. Ella siempre me saluda; es una mujer muy inteligente. Me pregunté por qué me invitaron a La noche del Diez sin estar de acuerdo con la película; tal vez me querían conocer. Pero creo que los Maradona están más allá de todo.
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